sábado, 30 de marzo de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: "UN HOMBRE NORMAL (V)"


—¿Te has dado cuenta de lo que has hecho?

Irene agitó la cabeza con incredulidad.

—¿Buscarte una cita con un hombre guapo, soltero y sexy?

—Es un creído.

—Hombre, algún defectillo tenía que tener.

Clara dejó el pincel de sombra de ojos y miró a su amiga, sin poder creerse que hace apenas un día estuviera animándola a hacer avances con su vecino y ahora tuviera el morro de arrojarla en brazos del primer buenorro que pasaba ante sus ojos.

—Que conste que he aceptado para quitármelo de encima. Tiene pinta de insistir hasta la muerte.

—Vamos, vamos, no seas exagerada –replicó Irene acariciando a Scaramouche, que se dejaba hacer con un fuerte ronroneo mientras mantenía las orejas bien rectas, como si estuviera atento a cada palabra—, ni que fuera un esfuerzo sobrehumano salir a cenar con un tío bueno y luego… en fin, lo que se tercie.

Clara dejó el vivo rojo de labios que iba a usar al escuchar esa frase y que gritaba a viva voz “quiero sexo y tú me lo vas a dar” y tomó un sencillo y discreto brillo de labios que decía a secas “soy una puritana y jamás derribarás mis barreras por mucho que lo intentes, nene”.

—Y luego… en fin… nada. Se acabó. Cada oveja a su corrala.

—Dale una oportunidad. Igual luego se revela como el príncipe de tus sueños.

—Ja. ¡JA! Que sepas que anoche Paco me besó, o sea que Jonathan no tiene ninguna posibilidad.

Irene estuvo a punto de perder el equilibrio de la impresión. Enrojeció y palideció sucesivamente, antes de darse cuenta de que lo que creía estar oyendo no podía ser verdad.

—Joder, ¿me estás hablando de un sueño? –preguntó Irene indignada.

Clara le dio la espalda, avergonzada ante sus propias palabras.

—Mis sueños son muy reales para mí, que lo sepas.

—Cariño, puede que para ti lo sean, pero el resto de los humanos vivimos en el mundo real. Y espero que la próxima vez que me hables de besos sean de un tío de verdad o te juro que te negaré el saludo… o te borraré del Facebook. ¡Lo que más te joda!

 

 

Se cayeron mal al primer vistazo.

Jonathan frunció el morro al ver el gato y Scaramouche bufó al ver al motero, que apenas había cambiado su indumentaria desde esa mañana, si acaso había cambiado la camiseta negra por una blanca. Clara juraría que los vaqueros eran los mismos y la cazadora también.

Irene se había ido hacía unos minutos con la excusa de dejarles “intimidad”.

Mientras miraba a su alrededor sin disimulo, calibrando el valor de todo lo que veía y descartándolo en dos segundos, Jonathan avanzó hasta el sofá, donde se dejó caer con un suspiro exagerado.

—¿Estás lista, nena?

Clara buscó en su arsenal de excusas una buena, pero no encontró ninguna. Era evidente que era del tipo que se las sabía todas. Mejor pasar el mal trago cuanto antes. Cogió el bolso y se dirigió a la puerta, sin fijarse en que él hacia ademán de acariciar al gato. Craso error. Scaramouche bufó y le arañó, huyendo después por la ventana.

Y Clara sabía muy bien cuál era su refugio favorito.

Sin preocuparse de las maldiciones y quejidos exagerados de Jonathan a sus espaldas, se dirigió al descansillo rumbo a la puerta de su vecino.

No tuvo que llamar, Paco abrió antes de que ella acabara de llegar. Llevaba su bolsa de lona con las cosas del trabajo en una mano y a Scaramouche abrazado bajo el otro brazo. El gato parecía alterado pero se dejaba hacer, quizá porque confiaba en él.

—¿No librabas hoy? –dijo ella estúpidamente.

—He hecho un cambio con un compañero –respondió Paco evitando mirarla, su vestido sencillo pero elegante justo hasta la rodilla, su pelo suelto sobre los hombros y esos labios sugerentes y jugosos que parecían pedir a gritos un beso.

—Yo salgo esta noche –“joder, no le digas eso”.

—Pásalo bien –“espero que tengas una noche horrible y que no vuelvas a salir jamás”.

—Ya, gracias –“no me digas eso, no quiero pasarlo bien con él, quiero pasarlo bien contigo”.

—Tengo que irme –“ojalá no tuviera que irme nunca”.

—Adiós –“ojalá no tuvieras que irte nunca”.

Paco le tendió a Scaramouche, que se revolvió contra ella y desapareció dentro del apartamento de Paco, como recordando que Jonathan esperaba en casa. Sus manos se rozaron durante unos segundos y él no tuvo más remedio que mirarla al fin. Clara le sonrió y Paco sintió que se le escapaba una sonrisa a su vez. Paco sintió unos deseos intensos de besarla. Casi pudo ver la misma idea en los ojos de Clara, ¿o eran imaginaciones suyas?

—Ese puto bicho es un salvaje, deberías regalarlo. A una palomita como tú no le pegan los gatos negros –dijo Jonathan a sus espaldas.

Paco pudo ver cómo la mirada, hacía apenas unos segundos cálida de Clara, se enfriaba.

—¿Y a quién le pega, a una vieja bruja solterona?

Él ignoró el comentario o quizás lo tomó como una broma. En ese momento vio a Paco y se acercó a él y lo saludó con fuertes palmadas en la espalda.

—¡Francisquito, amigo! ¿Cómo no me dices que tienes a una churri tan guapa de vecina? ¿La querías para ti, pirata? –nueva palmada, entrecerrar de ojos de Paco—. Hale, a currar, que el jefe se pone como un bicho cuando llegamos tarde. Vamos, nena.

Clara hubiera deseado quedarse más que nada, pero Jonathan le tiraba del brazo de una manera que no podía obviar.

—Tranquila, Scaramouche se puede quedar en casa esta noche. Si rompe algo te paso la factura –añadió con una sonrisa tensa.

Bajaron los tres en el ascensor en medio de un silencio ominoso. Clara pensaba que dos compañeros de trabajo tendrían algo más que decirse. ¿Acaso no se llevaban bien? Los miró de reojo y comprobó que ambos evitaban mirarse. O más bien, Jonathan miraba su escote y Paco evitaba mirarla a ella. Su suspiro resonó como un trueno en reducido espacio.

Respiró profundamente y el olor de la colonia de Jonathan estuvo a punto de marearla.

Solo unas horas se dijo, echando una mirada de reojo a Paco, que no sabía qué hacer para no cruzar su mirada con la suya.

“Dios, ¿ha sido siempre tan pequeño este ascensor?”, pensó recogiendo los brazos para evitar rozar a ambos hombres con el traqueteo.

Cuando el ascensor llegó al fin a la planta baja, Paco y Clara se precipitaron a la vez hacia la puerta, protagonizando un ridículo atasco. Forcejearon en la puerta luchando porque el otro saliera primero, sin lograrlo. Nunca habían estado tan cerca. De haber estado solos, seguramente habrían disfrutado mucho más la situación, pero Jonathan les recordó muy pronto su presencia con un empujón muy poco caballeroso.

—¡A la mina, Francisquito! Y si ves a una tía buena dale mi número.

Paco no respondió. Estuvo a punto de decirle algo a Clara, pero para cuando reunió el valor, Jonathan la había montado en la moto y habían salido volando.

 

 

Cuando salió de la guardia estaba cansado, somnoliento y hambriento.

Y enfadado.

Porque no había aprovechado los momentos de tranquilidad para descansar. Porque no podía dejar de pensar en Clara y en Jonathan. En por qué precisamente Jonathan entre todos los capullos del mundo.

No estaba celoso, eso seguro. Lo que le molestaba era que ella había ido a elegir a un tipo que usaba a las mujeres como pañuelos de papel, las usaba y las tiraba. Y él se preocupaba por Clara, como todo buen vecino.

Abrió la puerta de su apartamento y se sorprendió al ver que Scaramouche le recibía enroscándose entre sus piernas. Al otro lado del descansillo, silencio absoluto. ¿Dormía? ¿Estaba siquiera allí?

Apretó los dientes y cerró de un portazo sin poder evitarlo.

—¿Te apetece desayunar con un viejo hombre cansado, gatito?

Scaramouche maulló y se frotó aún más contra sus piernas. Nunca le decía que no a una comida.

Se sirvió una taza de café, puso las noticias, como cada día, y le sirvió una lata de atún al gato en un cuenco que usaba cada vez que recibía su visita.

—¿Volvió tu dueña anoche?

Paco esperó unos segundos eternos mientras el gato comía, hasta que cayó en la cuenta de lo absurdo que era esperar una respuesta de un felino.

¿A quién quería engañar? Estaba celoso. Celoso como el diablo.

Scaramouche alzó las orejas, atento a algún sonido que él no captaba. Entonces lo escuchó, lejano, al otro lado de la pared… “Reloooooj, no marques las horaaaaaaassss…”.

Paco sonrió y alzó su taza a modo de brindis silencioso.

—¿Tú crees que es una buena señal?

El gato maulló suavemente y volvió a su manjar.

—Estupendo.

Sintiéndose absurdamente más ligero, Paco enfiló la ducha y después se metió en la cama, sabiendo que, quizá, después de todo, sí podría dormir hoy.

 

viernes, 29 de marzo de 2013

SOBRE LA TAN NECESARIA AUTOCRÍTICA


Nadie es perfecto en esta vida.
Aunque es una frase hecha, quizás es una de las mayores verdades que hay en el mundo mundial. Nadie es perfecto, en efecto. Y es necesario saberlo y asumirlo para poder avanzar.
No ser perfecto no es malo, lo que es malo es saber en qué fallamos y no intentar solucionarlo, porque hay cosas que están en nuestra mano y no hacer nada para mejorar es un pecado de los gordos.
 
Por ejemplo, y para que veáis que yo intento hacer aquello que predico, diré que, aunque redacto bien y sé que mis diálogos son aceptables, fallo estrepitosamente a la hora de describir. Mis escenas quedan desnudas y a veces no se sabe dónde están los personajes. Es algo en lo que trabajo y aun y todo tengo la sensación de que nunca quedaré satisfecha, porque sé que no es lo mío.
 
¿Qué es lo bueno de conocer tus puntos fuertes y débiles, consecuencia directa de hacer autocrítica? Que podrás apuntalar directamente aquellos lugares donde fallas sin descuidar aquello que se te da mejor.
 
Por ello, analiza solo o en compañía cuáles son tus puntos fuertes y débiles, haz autocrítica, y verás cómo tu trabajo se ve beneficiado con ello. Tus lectores te lo agradecerán, pero, sobre todo, tú verás que avanzas, algo que es imprescindible en una labor como la nuestra, en la que nunca estamos satisfechos del todo.
 
Nota mental: qué guapa la Madrastra, con su espejito mágico... ella no hizo autocrítica y mirad cómo acabó.

miércoles, 27 de marzo de 2013

SOBRE LAS CORRECCIONES


Como acabo de terminar una enorme revisión que me ha llevado casi un mes (y a saber si colará), hoy me apetece hablar de las correcciones.
Hay autores que consideran que corregir es limitarse a mirar si existen faltas ortográficas o si falta alguna palabra, pero las correcciones van mucho más allá, y generalmente no podemos hacerlas solos.
Una vez terminado el primer borrador de nuestra obra, ya sea un relato o una novela, nuestros lectores cero se encargarán de decirnos si funciona o no y de señalarnos qué falta, qué sobra y, en definitiva, si tiene arreglo.
Con la experiencia, hay cosas que vemos nosotros mismos con la lectura, pero hay cosas que no, hay que reconocerlo, porque no sabemos alejarnos lo suficiente de nuestra historia y personajes, sobre todo si nos gustan mucho.
En función de lo que nos digan, ya tenemos una base para empezar a trabajar... y os aseguro que es un trabajo muy duro. Lo de menos es que falte una hache por las prisas, o que te hayas tragado una letra. Lo jodido es sacrificar esa escena que tanto te gusta, o cambiar el carácter de un personaje, o incluso eliminarlo por completo, con todo lo que eso conlleva.
Y claro, puedes no hacer todo esto y pensar que tu borrador es maravilloso. Está en tu mano. Hay gente que lo hace. Pero yo estoy convencida de que, con una buena revisión, todo manuscrito siempre gana, aunque sea en menos faltas ortográficas. Merece la pena tomarse el esfuerzo.
 
Para ello:
-Lee atentamente tu manuscrito y toma notas de todo lo que no creas que esté bien, no corrijas sobre la marcha. Haz caso a los consejos de tus lectores cero, si te dicen las cosas es por algo, no por fastidiar.
-Haz un esquema escena por escena y observa para qué sirven. Valora si cumplen una función o no, quizá sea necesario eliminarlas. Lo mismo ocurre con los personajes.
-Tómate tu tiempo, las prisas no son buenas.
-Planifica siempre tu trabajo antes de empezar a escribir y luego tendrás que corregir menos. (Y esta es una verdad como un campanario).
-Al igual que para escribir, la disciplina es necesaria. Corregir es un trabajo como otro cualquiera y hay que tomárselo muy en serio.
 
Nota mental: corregir no es una de mis labores favoritas, pero es algo que hay que hacer, como la colada... y lo triste es que parece que nunca acabas... como la colada.
 
 
 
 

lunes, 25 de marzo de 2013

SOBRE LAS COSAS NUEVAS


De acuerdo. Se te da muy bien ese género (sea cual sea), quizás incluso has triunfado en él, pero nunca debes cerrarte a otros campos, aunque sea para probarlos.
Intentar escribir algo diferente a lo que hacemos de modo habitual hace que nos abramos a nuevos frentes, nuevos lenguajes, nuevas maneras de narrar, de describir... Y eso siempre es bueno.
No es necesario hacer una novela. Basta con un relato o incluso un micro.
 
Cuando acabo un proyecto y necesito oxigenar mis neuronas yo lo hago escribiendo algo totalmente diferente para romper la dinámica narrativa de lo anterior. Suelen ser relatos graciosos, o no tanto, pero siempre muy diferentes a lo que he hecho. Con ello consigo separarme de la historia que he escrito y dejar mi cabeza lista para algo nuevo. A veces he conseguido cosas sorprendentes, y además me he divertido mucho con ello.
 
Creo que hay que estar abierto a todo tipo de estilos y posibilidades porque nunca se sabe qué te puede llegar a gustar o si te puede llegar a saturar lo que haces.
 
No hay que tenerle miedo a lo nuevo. Si no te gusta siempre puedes dejarlo, pero no intentarlo temiendo que no te vaya a salir bien es de cobardes. 
 
Nota mental: probar algo nuevo es como explorar un mundo desconocido, sin duda. Tiene su punto de aventura. Y yo, en eso y en otras cosas, soy un poco aventurera...

domingo, 24 de marzo de 2013

SOBRE EL SEXO Y ESO...


Vírgenes que no se asustan al ver una cámara de torturas sexuales, chicas a las que nunca han besado pero que en su primer polvo se desvelan como mujeres que conocen todas las artes amatorias y encima son multiorgásmicas, orgasmos simultáneos que te hacer ver las estrellas, el lado oculto de la luna e incluso el cometa Halley...
 
En los últimos tiempos estamos asistiendo a un resurgir de la literatura calentorra que quizás sorprenda a más de uno. Pero no nos engañemos, esto no es nuevo, en las novelas románticas siempre ha habido sexo más o menos explícito y no se le llamaba "literatura erótica". Porque algunas de las novelas que venden como tal no lo son, por mucho que apenas tengan otro argumento que escenas de cama (quien dice cama dice ducha/suelo/chimenea/mesa de la cocina/etc) hiladas una tras otra.
 
No es que me considere una puritana precisamente, pero empiezo a estar cansada de tanto libro similar. De hecho, son tan similares entre sí en todo que hasta las portadas son casi idénticas. Por no hablar de que la imagen que transmiten, en general con protagonistas masculinos dominantes y atormentados y mujeres sumisas que van de rebeldes que al final los encarrilan por el buen camino. Esto, reconozcámoslo, no deja de ser la imagen más carca de las viejas novelas románticas más rancias, y que ya parecía superada.
Y en cuanto a las escenas de sexo en sí... ni inventan nada nuevo ni son especialmente eróticas en algunas ocasiones, las hay que incluso rozan el ridículo en cuanto a lenguaje y situaciones inverosímiles.
 
En definitiva, yo creo que nos hallamos ante una moda más, como lo fue la de los vampiros enamorados o la de los ángeles... solo que ahora los vampiros y los ángeles (o el rico empresario irresistible) se pasan toda la novela en posición horizontal y muy cachondos.
Como no se puede generalizar, supongo que habrá cosas buenas entre todas las novelas de ese género que se publican al día, pero es triste que las mujeres consideren eróticas ciertas cosas que realmente no lo son.

Por eso, escenas de sexo sí, divertidas, calientes, excitantes... pero creíbles, frescas e incluso acrobáticas. Y recordar también que no es necesario que haya sexo para que haya amor. Hay historias maravillosas en las que no hay escenas de cama. Forzar una escena erótica durante páginas y páginas sin que venga a cuento es casi peor que no ponerla cuando la novela la pide a gritos.

 
Nota mental: sí... ya he dicho alguna vez que soy rara... igual tenía que haberme callado, fingir que me gusta lo que a todo el mundo... jajaja. Pero en fin, qué le voy a hacer.

sábado, 23 de marzo de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: "UN HOMBRE NORMAL (IV)


—Scaramouche, como no vuelvas a la de ya, te llevaré al veterinario a que te corten esas pelotas de las que tanto presumes.

Paco no supo si se había despertado ante la impactante frase o por el húmedo beso en los labios. Abrió los ojos, sorprendido, y se encontró con los ojos más verdes que había visto jamás a unos escasos centímetros de los suyos.

El felino de brillante pelaje negro maulló y le regaló otro lametón antes de que se pudiera apartar.

Por la puerta del balcón, abierta de par en par, por donde seguramente se había colado el intruso, volvió a llegar la voz de Clara en un susurro alarmado.

—Vamos, cariño, ven, toma comidita rica. No le molestes, que está durmiendo.

Paco acarició al gato, que se lo agradeció con un sonoro ronroneo y un plácido entrecerrar de ojos.

—¿Le das muchos sustos a tu dueña, gatito? –le preguntó— ¿Le damos otro?

El gato maulló suave en respuesta, probablemente diciéndole que siguiera rascándole en lugar de preguntarle tonterías.

Paco apartó las mantas con cuidado y se levantó, alzando después al gato con cuidado. Salió al balcón y saludó a su vecina con una sonrisa.

Clara se quedó petrificada al verle, vestido apenas con un pantalón corto… y nada más, despeinado, ojeroso y guapísimo. Y el mamón de Scaramouche acurrucado contra su pecho, ronroneando a todo volumen, hasta ella podía oírle a varios metros de distancia.

—¿Te ha despertado? –preguntó con la voz ronca por la impresión.

Él sonrió sin dejar de hacerle carantoñas al gato.

“Quién fuera felina”, pensó Clara con un estremecimiento interior.

—Tranquila, estoy acostumbrado a sus visitas. Scaramouche y yo somos amigos, ¿verdad?

¿Sería posible? Y ella que rezaba porque no se hubiera dado cuenta de que el gato hacía incursiones en su apartamento cada dos por tres. Y resultaba que se llevaban de maravilla. Con lo arisco que podía llegar a ser el bicho, se dejaba hacer como si fuera un peluche. Ver para creer.

—Pero seguramente necesitas dormir. Se pone muy pesado cuando quiere mimos.

—No pasa nada, ahora tengo unos días de descanso y puedo darle todos los mimos que quiera. Me gustan los gatos, solo te quieren cuando te quieren y el resto del tiempo van a su aire –dijo mirándola por encima de la cabeza del gato, con una sonrisa burlona, como si lo último que tuviera en mente en ese momento fueran los gatos—. ¿Y tú qué tal estás? ¿Duelen los golpes?

Clara hubiera respondido que le dolía más su mirada y los efectos que le provocaba, pero asintió con la cabeza.

—Mañana me dolerá más, pero en fin, gajes del oficio –dijo estúpidamente, como si hiciera cosas así todos los días. “Dios, debe de pensar que soy idiota”-. Y gracias por salvarme.

Mientras la veía enrojecer, Paco tuvo un flash de su imagen desde abajo, sus piernas desnudas, sus braguitas de encaje y la tela de su vestido de flores ondeando al viento, de cómo se había refugiado entre sus brazos justo antes de desmayarse, de lo ligera que le había parecido. Se removió incómodo, sin saber cómo mirarla a la cara.

Scaramouche, notando su nerviosismo, se retorció entre sus brazos y dio un salto de balcón a balcón para refugiarse entre los brazos de su dueña.

Clara se despidió con la mano y solo entonces se dio cuenta Paco de que debería haber preguntado por el niño, que tan oportunamente había salvado Jonathan, aparecido como por ensalmo.

Al menos podía haberla invitado a tomar algo en su casa.

—Maldito idiota –masculló entre dientes mientras entraba y enfilaba la ducha, sabiendo que ya no podría dormir.

 

 

—No, lo siento Frank, no puedo seguir viviendo así. Te amo, probablemente te amaré toda mi vida, pero no… —la voz de Mary-Claire se quebró con un sollozo.

Se llevó la mano, donde estrujaba un minúsculo pañuelito de encaje, a los ojos para enjugar las lágrimas. Sentía que el aire no le llegaba a los pulmones, y no solo a causa del apretado corsé que dictaba la moda. Por unos segundos temió desmayarse, pero no quería dar una mayor imagen de debilidad de la que ya estaba dando, o de lo contrario Frank se lo tomaría como un farol. Ella había tomado su decisión y él la suya. Y debía ser la última y definitiva, aunque conllevara que se rompieran sus corazones.

—Claire… —musitó Frank tomándola de la mano y obligándola a mirarle a los ojos, esos ojos que a tantos les resultaban tan duros e incluso aterradores, tan queridos y a veces tiernos para ella—. Debo quedarme y lo sabes. La gente de este pueblo se mataría entre sí en dos días si yo no estuviera aquí.

Mary-Claire apretó los labios y sus ojos se endurecieron, recordando las heridas que había tenido que curar en el cuerpo de su prometido, heridas que habían causado esos ciudadanos a los que él tanto defendía, ciudadanos que lo despreciaban y que osaban cambiar de acera para no cruzarse con él. Pero no tenía caso decirle eso a Frank McQuade, el Sheriff de Black Mountain. Por desgracia, como su predecesor, era de esos hombres capaces de morir en su puesto de trabajo, defendiendo a indeseables, aunque ello conllevara perder todo lo que mereciera realmente la pena en su propia vida.

Pero ella ya no estaba dispuesta a verlo. Ya había sufrido bastante. Y seguiría haciéndolo, por supuesto, pero no quería tener que verlo con sus propios ojos.

—Me voy en la diligencia de las doce, Frank.

—¿Y me lo dices a las once y media? –preguntó él enarcando una ceja, enfadado—. Es muy propio de ti hacer las cosas de este modo, sin darme tiempo a planear nada para convencerte de que merece la pena que te quedes.

Mary-Claire casi sonrió, pero lo que hizo fue aprovechar el hecho de que él estaba enfadado para ahondar en su enfado, hacer que se pusiera furioso.

—Lo que sí es propio de ti es enfadarte conmigo en lugar de con tus queridos vecinos, especialmente el que te dispara cada vez que te ve, sí, ése que ya te ha agujereado el brazo, la pierna dos veces y una vez cierta parte que las damas no debemos nombrar y supuestamente ni siquiera sabemos que existe.

—¡Claire! –exclamó Frank escandalizado.

—Oh, por Dios, hablo de las posaderas, no seas puritano. Por cierto, para visitar ciertos locales bien que no lo eres, que me dijo la señora Lewis que te vieron en el prostíbulo la otra noche…

—Cuestiones de trabajo. Y por cierto, ¿cómo sabe la señora Lewis…

—El señor Lewis, por supuesto –replicó Mary-Claire cruzándose de brazos y aprovechando para echar una miradita al reloj que llevaba prendido en el pecho. Bien, solo veinte minutos más y adiós Black Mountain.

Frank suspiró.

—Claire, sé lo que estás planeando y no va a funcionar. No voy a permitir que te vayas sin que hablemos antes de lo nuestro. Te seguiré adonde vayas, no creas que te vas a librar de mí tan fácilmente.

—No me parece una mala solución, tú me sigues y nos quedamos allí, lejos de vecinos que te odian –dijo ella con una sonrisa radiante, pero enseguida vio que no funcionaría, y él lo vio también—. Cariño, aquí solo tengo futuro como viuda, es cuestión de tiempo. Y soy muy joven y guapa para aguantar a todos los moscones que vendrán en cuanto tú no estés.

Frank frunció el ceño.

—¿Alguien se ha atrevido a molestarte?

—No seas inocente, ¡claro que sí! La mitad de los vecinos te dan por muerto antes de un mes, hay apuestas en la cantina para ver cuánto durarás.

Frank suspiró. Cuando llegó al pueblo había pensado que la gente le apreciaría más si se hacía con el puesto vacante de sheriff. Luego supo que los propios vecinos se habían ocupado de crear esa vacante, y que lo mismo había ocurrido con el anterior, y con el anterior. En definitiva, si no fuera por la agradable maestra de escuela de la que se había enamorado casi el primer día, hacía tiempo que habría abandonado. Pero lo cierto era que era un cabezota. Quería que sus vecinos le apreciaran. Y lo conseguiría aunque fuera por encima de su cadáver… aunque, bueno, tampoco hacía falta llegar a esos extremos.

Un ruido de ruedas derrapando a toda velocidad interrumpió sus reflexiones.

Vio a Mary-Claire recoger una maleta que no había visto hasta ese instante y recordó que ella le abandonaba. Su Claire, su único motivo para luchar.

La siguió en silencio, sabiendo que no tenía ningún argumento que la hiciera quedarse. Si el amor mutuo que sentían no era suficiente, ¿qué podía serlo?

—Oiga, al menos tenga la decencia de bajar a por mi maleta –decía ella en ese momento al conductor de la diligencia.

El viejo, polvoriento con nada que hubiera visto en su vida, no la miró ni dijo nada, sino que cayó junto a ellos como una bala de plomo, con un sonoro chof. Solo entonces vieron que su cuerpo estaba cosido a flechas apaches.

—Mierda –dijo Claire muy poco femeninamente.

Frank se puso ante ella para defenderla de unos atacantes invisibles.

Muy pronto, todo el pueblo fue un clamor: ¡la diligencia atacada por apaches! Y, por una vez, no podían echarle la culpa a Frank. Sin saber qué hacer, todos se reunieron alrededor de la pareja, como buscando su consejo, ya que sabían que Frank era el único que venía “del exterior”, el único que probablemente había visto un indio en su vida, el único que… ¡podía salvarles!

Frank vio que las miradas de sus conciudadanos cambiaban de odio a esperanza sin entender muy bien el motivo, pero decidió que había que organizarse antes de que los atacantes llegaran al pueblo.

Montó cuadrillas, ordenó que se construyeran barricadas, agrupó a la gente. Sorprendido, comprobó que le obedecían e incluso le pedían ayuda. ¿Qué diablos había cambiado?

—Tú no les busques tres pies al gato –le dijo Claire en un aparte—. Disfruta de tu momento de gloria antes de que nos maten a todos.

Frank sonrió, una sonrisa feliz como no se la veía desde el día en que llegó a aquel pueblucho de mala muerte lleno de sueños imposibles, con un Colt lleno de muescas, un sombrero puesto de medio lado, el pistolero más guapo que jamás había visto.

—¿Sigues pensando en irte? –le preguntó, arrastrándola a un callejón especialmente oscuro. En algún lugar, un horrendo grito anunció la llegada de los apaches. Sus horas podían estar contadas y él solo pensaba en sus ojos y en un último beso.

—Si sobrevivo a esta pesadilla, no me quedo aquí ni aunque me obligues.

—Tranquila, no será necesario. Me iré contigo.

Mary-Claire no supo qué la sorprendió más, si sus palabras o la soltura con que la agarró, la abrazó y la besó con tal pasión que dejó de oír los alaridos de terror y los gritos de muerte a su alrededor. Por ella, ya podía morir en ese mismo instante, porque…

 

 

Reloooooj, no maaarques las hooooraaaaaaaaaaaasssssssssss…

Clara abrió los ojos e intentó moverse, pero su cuerpo protestó enviándole miles de pinchazos agudos como alfileres por las piernas y los brazos haciendo que gimiera de dolor. Solo entonces recordó su aventura a lo Tarzán del día anterior y su momento de gloria con la llegada de los bomberos.

Una nueva intentona logró ponerla en pie.

—Esto te recordará que ya tienes una edad y que eso de tener a los niños atados con cadenitas quizás no era tan mala idea después de todo.

Durante unos instantes dudó si aceptar el ofrecimiento de Irene de no ir a trabajar ese día, pero finalmente pensó que haría mejor haciendo algo. ¿Acaso no decían todos que el mejor remedio contra las agujetas era el ejercicio? Seguro que ese consejo servía lo mismo para trepar árboles.

Se duchó, desayunó y vistió sin estar pendiente de la hora, como siempre que su vecino estaba de fiesta, ya que en esas ocasiones era difícil que coincidieran.

Cuando llegó al trabajo notó un alboroto inusual. En la puerta había una moto enorme aparcada y se oía a los niños gritar desde la entrada. No era habitual ni recibir visitas, así que el dueño debía ser algún padre. Entró en la clase y se encontró a la mitad de los niños sentados, tumbados o encima de algún modo de un hombre que bien podía servir de modelo de un calendario.

Irene, sin perder la oportunidad jamás de rodearse de cosas hermosas, estaba allí dándole palique, aprovechando cuando se terciaba para toquetear todo lo que quedaba a su alcance, ya fuera muslos, brazos u hombros.

Clara sonrió, ya que a él no parecía molestarle tanta admiración. Al contrario, sus ojos azules brillaban encantados y sus hoyuelos se ahondaban en una sonrisa pícara cada vez que Irene fingía un sonrojo de inocencia.

De pronto, como notando su mirada burlona, esos ojos azules se volvieron hacia ella y le dedicaron un guiño y una mirada que solo podía calificarse de calculadora. Parecía decir: ¿mereces la pena el esfuerzo? Al parecer, decidió que sí, porque empezó a quitarse niños de encima y se acercó a ella con andares algo chulescos, sin borrar su sonrisa depredadora en ningún momento. Justo antes de llegar ante ella, se pasó una mano por el cabello negro, como para resaltar con ese gesto que aún conservaba una hermosa mata.

—Hola, soy Jonathan, he venido para preguntar por el enano –dijo él con voz tan grave que solo podía ser impostada.

Clara tardó un rato en atar cabos. Finalmente cayó en la cuenta de que debía ser el bombero que había salvado a Charly, el que lo lanzaba por los aires justo antes de que ella se desmayara. Sin saber por qué, sintió un ramalazo de ira hacia él.

—Ya –respondió, seca.

Tras él, Irene enarcó una ceja y se llevó una mano al pecho.

—¿Tú qué tal estás? Creo que te dio un jamacuco del alivio o algo. No deberías haber subido a ese árbol sabiendo que tienes vértigo. Típico error de principiante.

Le faltó poner los ojos en blanco para que Clara se sintiera tonta de remate.

—Fíjate, por unos segundos pensé: que se caiga, a mí qué más me da –respondió en cambio con acidez.

Jonathan la miró sin saber si bromeaba o no. Finalmente echó la cabeza atrás y carcajeó con fuerza.

Clara entrecerró los ojos y se planteó dejarle solo, pero Irene le leyó las intenciones y se acercó.

—Pero qué graciosa eres, querida –intervino mirando a Clara con intención.

Clara le devolvió la mirada. No le gustaba Jonathan, ni su actitud chulesca. ¿Qué quería Irene que hiciera, que le bailara el agua?

Jonathan se limpió una lágrima imaginaria de uno de sus azulísimos ojos y la miró fijamente, como si pretendiera derretirla con una simple mirada. Clara se removió nerviosa. Estaba cansada y le dolía todo. Se arrepentía de haber ido a trabajar.

—¿Te apetece ir a cenar un día de estos?

Iba a decir que no. Debería haber dicho que no. Pero Irene se le adelantó.

—Claro. Es soltera y sin compromiso.

Jonathan ahondó su sonrisa depredadora y el brillo de ganador se ahondó en sus ojos.

—Yo estoy libre esta noche, ¿te hace?

Ante la presión de las dos miradas de Irene y Jonathan, Clara no tuvo otra opción que aceptar, maldiciendo para sus adentros ser tan blanda.

 

 

Paco estaba preparando la comida cuando recibió la llamada.

Estuvo a punto de no responder al ver de quién se trataba, porque siempre que le llamaba era para pedir favores que luego raramente devolvía, pero su mano reaccionó antes de que su cerebro pudiera detenerla.

—¿Hola?

—¿Francisquito? Necesito un favor de los gordos, tron.

Paco puso los ojos en blanco. Odiaba que lo llamaran Francisquito. Odiaba que lo llamaran tron. Odiaba que lo llamara Jonathan.

—Ya sé que estás de fiesta, pero solo será esta noche. Te prometo que te lo pagaré. Me ha surgido un plan.

—Ya… —respondió Paco con desgana, escuchando con aire distraído los mil  y un detalles de la cita que estaba planeando.

—La nena no está mal, es la tipa del rescate de ayer, la de las braguitas de encaje morado.

La mano de Paco apretó inconscientemente el teléfono.

—Si es tan impresionable como para desmayarse al verte a ti, no te quiero ni contar cómo se sentirá cuando yo la…

Paco apretó los dientes hasta que sintió un dolor sospechoso en la mandíbula y un crujir de dientes.

—Jonathan, tengo mil cosas que hacer, luego hablamos, ¿vale?

—¡Eh! ¿Pero me haces el favorcito, no?

Paco sintió un apretujón extraño en el pecho, pero se oyó a sí mismo asintiendo como un idiota y la risa satisfecha de su compañero al otro lado del hilo telefónico.

—Joder, si yo no soy subnormal no sé qué soy –murmuró para sí, dando un puñetazo contra la mesa.

 

viernes, 22 de marzo de 2013

SOBRE LOS LECTORES CERO


Aunque algunos autores dicen que ni siquiera saben lo que son (y encima lo dicen con un extraño orgullo), los lectores cero (o beta, o de pruebas, o como queráis llamarlos), son esos benditos que leen tu libro o relato antes de que pueda llamarse así siquiera y lo hacen gratis. Y encima te siguen hablando. Gracias a ellos nuestra obra mejora, siempre y cuando les hagamos caso, claro.
Sin embargo, como en todo, hay lectores cero y lectores cero. Yo conozco al menos 3 tipos, aunque seguro que hay más:
 
-1) El tipo tu abuela: al que debes evitar como la peste. Suele ser ese amigo/familiar/vecino que nunca te dirá nada malo o, como mucho, te señalará que tienes una errata insignificante en la página 3. No digo que no les dejes leer tus obras, pero sus valoraciones complacientes no son lo más recomendable si quieres mejorar... a no ser que lo que desees sea que te digan que eres muy guapo, que eres el mejor y que es imposible que hagas nada mal. Su valoración nunca va más allá de un "me ha encantado, cari". Seguro que te suena.
 
-2) El inútil: ha leído tu obra, no es complaciente del todo, pero sus valoraciones no van más allá de señalar erratas y cosas insignificantes. Se suelen quedar en cosas evidentes, como que en la famosa página 3 falta una "a" o en que Jack llevaba una camisa azul en tal escena y luego la camisa era blanca. Entendámonos, esto es importante, pero no es exactamente lo que buscamos.
 
-3) El tipo "tú me pediste sinceridad": en ocasiones no sabrás si lo amas o lo odias, pero es al que buscas. Su mente analítica te dará pavor, porque se dará cuenta de cosas en las que tú ni siquiera habías pensado. Se fijan en estructuras, ritmos, saben si la historia funciona, si Pepito tiene rol y si realmente lo cumple... cuidalos porque te salvarán la vida... Bueno, igual no, pero si les haces caso tu obra mejorará considerablemente.
 
Y aquí viene una puntualización muy importante: valora siempre en su medida las opiniones de la gente a la que se la has pedido. Quizás necesites pensarlo horas, días, pero por algo la pediste. Si no estás dispuesto a aceptar críticas que tal vez no sean muy agradables para tus oídos no pidas la opinión de terceras personas.
Luego está en tu mano aplicar las sugerencias recibidas o no, pero si alguien en quien confías te dice las cosas es por algo...

Nota mental: desde aquí, si lo leéis, un beso a mis lectoras cero por su enorme paciencia al aguantarme. Sé que, muy en el fondo, también me apreciáis o algo...

jueves, 21 de marzo de 2013

PRESENTANDO A LOS HOMBRES DE "OLVIDA EL PASADO"

Para celebrar la publicación hace dos meses de "Olvida el pasado" en Amazon y, por qué no decirlo, su inesperado éxito, he decidido presentaros a los bollitos bomboncitos que inspiraron a los dos chicos que reinan a sus anchas en la novela.
 
Por un lado tenemos a Colin Atwood, alias "el atormentado".
Para él necesitaba a un hombre que estuviera igual de bien con cara triste y sonriendo. Además, yo tengo predilección por los morenos con ojos verdes. Y cuando pienso en morenos con ojos claros (Colin los tiene grises, pero quién se fija tanto), siempre pienso en....
 

Sí... Gerard Butler, que vale lo mismo para un roto que para un descosío.

En cuanto a Bryce Algernon (alias "inspector buenorro"), para él necesitaba a alguien muy guapo, con aire descarado y simpático a rabiar, con una sonrisa deslumbrante, que contrastara con fuerza con el taciturno Colin. Aunque yo no soy de rubios, a este actor le tengo echado el ojo desde hace muchos años, en concreto desde que lo vi en el cine en la película "Enigma", aunque ahora es muy popular para la mayoría de la gente... seguro que os suena...
 

En esta foto está algo irreconocible, pero es Nikolaj Coster-Waldau, para quien tengo unos planes perfectos en un futuro no muy lejano (espero).
 
Y, en definitiva, estos son mis chicos. ¿Qué os han parecido?
 
Nota mental: ains, Bryce, empieza a temblar, que los planes que tengo para ti son terriblessssssss...
 
 
 

martes, 19 de marzo de 2013

LA PARTE TÉCNICA


Ni qué decir tiene que si vas a presentar un texto al público, éste debe estar en unas condiciones inmejorables, y para ello debe cumplir unos requisitos técnicos. Para ello, yo recomiendo usar una plantilla para todo lo que hagas, la guardes y hagas copias de ésta para cada nuevo trabajo.
La plantilla que yo uso, recomendada por una amiga, aunque cada uno puede crear la suya, porque no todos somos iguales y cada cual tiene sus manías y todas son igual de válidas, es la siguiente:
-Tamaño DinA5 (tamaño libro, para que nos entendamos)
-Letra Garamond, tamaño 12 (recuerda que la Comic Sans está más proscrita que el-que-no-debe-ser-nombrado)
-Formato justificado (que cuadre con los márgenes del folio), el resto da imagen de descuido (al menos para mí... y no he visto ningún libro serio escrito con otro formato)
-Interlineado sencillo (aunque el 1,5 también vale si el texto es corto y quieres que parezca más largo)
-En el apartado de las sangrías, si usáis Word, donde pone Especial: primera línea, para que el texto dé sensación de limpieza y no quede apelotonado. Por no hablar de que en el cole nos enseñaron que se escribía así, la primera línea un poco hacia adentro.
-Para los nombres de los capítulos, Estilo: título 1 y para el resto, Estilo: normal
-Al terminar cada capítulo inserto un salto de página.
-Al terminar el trabajo (o cuando quieras) cambiar todos los guiones cortos por guiones largos, que son los que corresponden en los diálogos.
-Conviene escribir en negro. De todas formas, los aparatitos de tinta electrónica solo leen en blanco y negro y no apreciarán nuestras artísticas creaciones.
-No viene a cuento pero... Prólogo es cuando lo que se cuenta pertenece a la historia (el asesinato que vio el prota de niño, el primer mono que muere a causa del virus en África...), no cuando tu amigo dice lo majo que eres y sus motivos para recomendar tu libro, eso es un Prefacio.
 
Sin embargo... si pensáis participar en algún concurso en el que se especifican unas normas en cuanto a formato, letra, etc. (generalmente se especifican, o así debería ser) conviene trabajar directamente en ese formato, así os evitáis tener que estar transformando el archivo para ver si cumple los requisitos o que incluso lo enviéis por despiste tal y como lo hicisteis y os descalifiquen por ello.
 
Nota mental: seguro que me he dejado algo por mucho que repase. Si alguien que lo lea ve algo o tiene sugerencias, que no tema en decirlo. No muerdo... en serioooo...

lunes, 18 de marzo de 2013

SOBRE EL BLOQUEO

 
Yo tengo un par de teorías curiosas sobre las causas del bloqueo del escritor y las resumiré  de modo muy sencillo:
1- Ya no me interesa lo que hago: sí, cruel pero cierto. Esa historia que empecé con entusiasmo (tanto que ni comía ni dormía) ya no me interesa un pepino y por eso ya no sé cómo seguir. Además la dejé ir por libre, escribía al tuntún, porque iba tan bien... era imposible que se torciera. Cuando esto ocurre empezamos a decir: uff qué pereza, me voy a regar los cáctus/plantar rosas en el desierto/intentar fabricar al hombre perfecto... cualquier cosa con tal de no plantarte delante del ordenador. En estos casos tienes dos opciones: dejarlo o empezar de cero con una planificación detallada.
2- No hay planificación previa: en parte tiene que ver con la primera, donde ya se ve algo de este motivo. Cuando se escribe "a lo que salga" y no se saben los pilares básicos de la historia, llega un momento en que te metes en atolladeros de los que no sabes salir. Ojo, yo no digo que haya que hacer unos esquemas rígidos donde se reflejen todos y cada unos de los actos que luego se escribirán, aunque hay autores que los hacen y les funcionan muy bien (aquí que cada uno haga como le vaya mejor, pero la planificación es imprescindible), pero ya dije una vez que no se puede empezar a escribir sin saber cómo acaba una historia y los acontecimientos más importantes. Así no puedes pretender no atrancarte en algún momento. Si queréis llamar bloqueo a eso, adelante. Yo creo que cuando hay una buena planificación, esto no ocurre.
 
También puede ocurrir por saturación o cansacio, pero ese es otro asunto. Eso se soluciona con una buena rutina de trabajo. Trabajar demasiadas horas hace que lleguemos a odiar las historias y los personajes por estar demasiado tiempo pendientes de ellos. Es mejor tomárselo como un trabajo más y procurar olvidarlo en lo posible el resto del tiempo. Es difícil pero necesario si eres del tipo obsesivo (como yo lo soy, aunque cada vez menos, sé de lo que hablo).
 
Y si ves que eres incapaz de hacer nada de lo que deseas, no te empecines. Haz otra cosa, sal, canta, baila, pero no merece la pena intentar forzar a tu cabeza a funcionar. Si no se disfruta haciendo algo que generalmente hacemos por placer, no merece la pena. Descansa y mañana será otro día.
 
Nota mental: hay muchas teorías sobre el bloqueo y cada uno tiene las suyas. Supongo que todas y ninguna serán válidas. En todo caso, yo nunca lo he sentido como tal... ¿por qué será?

sábado, 16 de marzo de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: UN HOMBRE NORMAL (III)

 
Paco miró al reloj. Podía esperar un poquito más.
Ella se retrasaba hoy.
Por fin escuchó el ruido del motor del ascensor. Podía ser cualquiera, pero su corazón dio un estúpido vuelco igualmente. Abrió la puerta, cogió la bolsa de lona donde llevaba las cosas del trabajo, un par de libros, algo de comer y cerró, sabiendo que al darse la vuelta ella estaría ya allí, saliendo del ascensor y saludándolo con una sonrisa, como todos los días.
Pero no venía sola hoy. Con Clara venía una rubia despampanante algo entradita en carnes y con una mirada curiosa y devoradora que se lo merendó en dos centésimas de segundo.
—Irene –se presentó, plantándole dos sonoros besos en las mejillas antes de que se pudiera dar cuenta, aprovechando las distancias cortas para palparle los músculos de los brazos y todo lo que tuvo a su alcance –soy la mejor amiga de Clara. Trabajamos juntas. ¿Cómo es que nunca me ha hablado de ti?
Paco miró a Clara, que había enrojecido visiblemente. ¿Era eso posible? Bueno, realmente no tenían ningún tipo de relación, pero… ¿por qué le molestaba tanto?
—Si yo tuviera un vecino como tú hace tiempo que le había hecho el control de calidad –añadió Irene con una sonrisa descarada.
—No le hagas caso, es una mujer felizmente casada –intervino Clara preocupada del derrotero que estaba tomando el monólogo de Irene, que parecía estar sufriendo un ataque de lujuria.
 Paco sonrió, haciendo que unos unas arruguitas encantadoras enmarcaran sus ojos.
—No pasa nada. No diré que me moleste que me echen algún piropo de vez en cuando, aunque no estoy acostumbrado.
—Hablando de piropos, se supone que ahora tú deberías devolvernos el favor. Es lo que se estila, guapo.
—¡Irene!
Clara intentó tirar de su amiga hacia la puerta de su casa, pero Irene era una mole inamovible cuando quería lograr algo con todas sus fuerzas, y ahora quería lograr un piropo de Paco, uno sincero a ser posible.
Lo vieron enrojecer y palidecer sucesivamente, luchando por saber si todo se trataba de una tomadura de pelo o si Irene hablaba en serio. Al final se rindió e hizo una reverencia.
—Lo siento, pero no hay piropo en el mundo capaz de igualar la belleza y encanto de semejantes beldades, y yo llego tarde a trabajar. Un placer.
Tras mirarlo marchar entre suspiros, Irene se volvió hacia Clara mientras asentía.
—Vale, merece la pena, pero el mamón se ha largado sin darme un beso siquiera.
Clara rió.
—¿Cómo te atreves siquiera a hablarme después de lo que has hecho?
—Pero, ¿qué dices? Gracias a mí, has roto el hielo de la mítica conversación de descansillo. Ahora ya tenéis otro tema sobre el que hablar, tu divina amiga y lo loca que está. Deberías darme las gracias.
—¡Oh, sí, gracias, querida amiga! –exclamó Clara, con ironía—. Mañana Paco ya no querrá volver a mirarme a la cara. Qué ridículo me has hecho pasar, por Dios…
—No digas tonterías. Además, si no te hubieras puesto tan tonta, te habrías dado cuenta de una cosita, pero como eres boba, seguro que no te has fijado.
—¿En qué, en la cara de horror que ha puesto cuando le has metido mano?
—Va, eso le ha encantado. Me refiero a que ha salido de casa justo cuando nosotras hemos salido del ascensor. A eso le llamo yo una salida sincronizada.
—Eso es una casualidad, coincidimos todos los días.
Irene se detuvo en mitad del pasillo y le agarró de la mano, muy seria de pronto.
—Stop. Reflexión. ¿Me estás diciendo que TODOS los días coincidís a la entrada o salida del trabajo? ¿Como un reloj? ¿Como el cuco? ¿Como el reloj de la iglesia de mi pueblo?
—Coincidencia.
—Coincidencia es que llueva cuando sales con tus zapatos nuevos. Coincidencia es que llueva siempre que vas a la pelu. Coincidencia es que el cartero siempre se las apañe para perder solo tus cartas…
—Vale, ya lo he pillado… ¿qué sugieres?
—Niña, yo  no sugiero nada. Y si tú no lo captas es que eres tontita, así que yo me voy a comer esa cenita rica que me vas a preparar y me voy con mi Carlos, que ya lo echo de menos, y más después de haber achuchado los músculos de tu Paco. Ahora entiendo que sueñes con él, lo que no entiendo es que no le hagas de todo.
 
 
La noche había sido criminal. Tenía tantas ganas de irse a casa y dormir durante siglos que cuando su supervisor le preguntó si podía quedarse un par de horas más para cubrir el puesto de Jonathan, que llegaría un poco más tarde porque había tenido problemas con la moto, ni siquiera entendió que le estaba hablando a él. Claro que no era una pregunta.
Paco se tomó su tercer café en una hora y rezó por que no hubiera ningún aviso más.
Los ojos se le estaban cerrando cuando recibieron la llamada. Masculló entre dientes, sabiendo que las dos horas se convertirían en varias más. Menos mal que después terminaba las guardias nocturnas y tenía varios días de descanso por delante. Quién sabe, igual hasta se atrevía a invitar a su vecina y a su excéntrica amiga a tomar un enorme café cargado.
Cuando llegaron al lugar del aviso, la sorpresa hizo que se despejara de pronto, aunque quizá fue el hecho de ver a Clara encaramada en un árbol, mostrándole una bonita panorámica de sus piernas desnudas y sus braguitas de encaje… bueno, a él y a todos sus compañeros. Solo al cabo de unos segundos se dio cuenta de que había un niño con ella, y que no era precisamente él el que parecía aterrado.
—Una de mis fantasías hechas realidad y no puedo disfrutarla, joder, qué suerte la mía –dijo una voz a sus espaldas.
Paco se volvió hacia Irene, que no podía disimular su nerviosismo mientras intentaba controlar a un enjambre de enanos revoltosos, que gritaban que ellos también querían subir al árbol con Charly y con la seño Clara.
—La madre que os parió, chiquillos –decía Irene con un tono agudo que pretendía ser alegre —, ¿no veis que si no os portáis bien los señores bomberos no os dejarán subir a sus camiones? Y a la seño Irene tampoco le dejarán jugar con sus mangueras, y eso sería muy triste.
Paco ahogó una sonrisa y se acercó a ella, con el casco en la mano para que le reconociera. Ella se llevó una mano al pecho, exagerando una mirada de admiración.
—Madre mía, ahora ya me puedo morir tranquila. ¡Clara, querida, ya ha llegado la caballería! –gritó a pleno pulmón.
Se oyó un murmulló confuso desde el árbol.
Irene se encogió de hombros.
—Tiene un vértigo de miedo, pero no dudó en subir a rescatar a Charly. No se lo digas a los otros cabritos, pero es su favorito. El muy mamón tiró el balón y se empeñó en ir a buscarlo, para cuando nos dimos cuenta ya estaba arriba –de pronto se detuvo y le hizo una caída de ojos—. Si llego a saber que ibas a venir tú  me subo yo misma al árbol, querido.
 
 
Clara veía hablar a Irene con un bombero alto y de pelo moreno, haciendo carantoñas y poniendo caritas, sin poder creérselo. ¿Acaso se había olvidado de que estaba allí a punto de morir de una caída mortal, de un infarto a causa del vértigo o de un empujón de Charly, que no se estaba quieto ni un segundo?
—Madre mía, en buena hora escogí esta profesión. Algo tranquilo, claro… niños, lo más tranquilo del mundo, le dije a mi madre. Panadera, eso sí que no es problemático. Porque un pan no te grita, como mucho se te quema y punto. Haces otro y listo. Pero no, tuve que estudiar para ser maestra infantil, joder…
—Seño Clara, hay un hombre que viene hacia aquí con una escalera, ¿puedo saltar a ver si llego?
No supo cómo había pasado, simplemente un segundo antes el niño estaba entre sus brazos y ahora ya no estaba.
Esperaba oír gritos, un chof, algo… pero al mirar hacia abajo vio que alguien vestido con un traje de motero había cogido al niño al vuelo y lo lanzaba una y otra vez hacia arriba de un modo muy irresponsable, a su parecer. Charly gritaba encantado, cómo no. Cuando lo pillara le iba a, le iba a…
Sintió que la cabeza le daba vueltas del alivio. De hecho, las hojas del árbol empezaron a borrarse ante sus ojos, sus manos perdieron el agarre y un sabor metálico y frío llenó su boca. De un modo lejano, sintió que unas manos fuertes la sostenían y la levantaban. Lo último que vio fueron los ojos oscuros de… ¿Paco?
Lo siguiente que supo era que estaba tumbada en la enfermería de la escuela, rodeada de rostros preocupados. Inconscientemente, se tapó con una manta invisible. Algunas de las caras sonrieron, sabiendo que no tenía nada grave si era capaz de sentir vergüenza en una situación semejante. Al instante, la mayoría de los rostros desaparecieron como por ensalmo.
—¿Charly? –preguntó con voz ronca.
—Como una rosa –respondió Irene con una arruguita de preocupación que no podía disimular en la frente—. ¿Y tú, aparte de tener el cuerpo lleno de cortes y moretones?
Clara frunció el ceño. No recordaba nada desde el salto olímpico del niño.
—¿Me he desmayado?
—No he visto a nadie caer con tan poca gracia en toda mi vida –dijo Irene con los ojos en blanco—. Menos mal que tu chico ya había llegado arriba. Afortunadamente nadie miraba, otro chico más guapo acababa de salvar a nuestro Charly.
Clara no entendía nada. ¿Paco estaba allí? ¿No estaba de noches? ¿Acaso era él el bombero moreno con el que hablaba Irene? Hizo amago de levantarse y lo buscó con la mirada, pero no lo vio por ningún lado.
—Se han tenido que ir a hacer el parte o algo así, pero se le veía muy preocupado, que lo sepas. Le enseñaba los dientes a todos los que se acercaban a dos metros cuadrados. A mí me dejaba acercarme porque sabe que no soy un riesgo para tu virtud –añadió con un aleteo de pestañas.
—¿Por qué te inventas esas cosas? No creo que haya sido como dices.
—Bueno, quizás exagere un poquito, pero básicamente, te trajo hasta aquí y aquí se quedó hasta que le dijeron que se tenían que ir. Yo diría que, para ser un vecino, se preocupa muy mucho por ti.
—Es bombero, se supone que es su deber.
Irene enarcó una ceja.
—Claro, claro, seguro que lo hace todos los días con todos los ancianos, niños, gatos y personas que saca de ascensores. Tu vecino es la bondad personificada. A mí no me jodas, tía.
Clara bajó la mirada hasta posarla en un arañazo de feo aspecto que tenía en el antebrazo.
—No quiero hacerme ilusiones.
—Pues a fuerza de no hacértelas no ves la realidad. Y ahora coge tus bártulos y enfila para casa. Hoy estás de baja y no quiero oír más tonterías. Y si mañana no te sientes bien, no quiero verte el pelo, ¿vale?
A Clara no le quedó más remedio que asentir, la verdad era que no tenía fuerzas para más.