Igual no fue buena idea intentar un ataque directo, teniendo en cuenta que yo no peso ni 40 kilos y ella pesaba como 100 kilos más que yo, pero a esas alturas yo había perdido mi templanza (la poca que tengo), mi cordura (¿eso qué es?), y, sobre todo, estaba muy cabreada al ver lo que hacía con mis chicos... mis secretarios, quiero decir.
Mi cabeza chocó contra su estómago como contra un muro de hormigón, haciendo que mi cerebro se removiera contra las paredes del cráneo. Aturdida durante unos instantes, mi archi aprovechó para levantarme por los aires y lanzarme contra la pared.
Duele. Mucho.
Pero conseguí levantarme.
Se lo debía a Lorito, que lloraba en su rincón, convertido en un bebé. Yo le había metido en eso y le iba a sacar, aunque tuviera que perder el bazo por el camino.
-¿Tan poco ganas que no te llega ni para comer?
Me tambaleé junto a ella y resoplé. Francamente, no entendía que a las lectoras les gustase ni su estilo ni su burdo sentido del humor.
-Ya te gustaría a ti tener mi tipazo, cerda -grité, lanzándome otra vez contra ella, esta vez con las garras por delante.
Conseguí marcar su cara y dejarle un bonito siete de pellejo en la arrugada mejilla antes de salir volando otra vez. A ese paso iba a perderle el miedo a las alturas.
Esta vez la pared me pareció todavía más dura. Qué cosas.
-Lárgate y llévate a ese despojo contigo y os perdonaré la vida. Mi croasancito y yo tenemos cosas de las que hablar.
Tuve que levantarme otra vez, no podía consentir que ella ganara sin más. Al menos tenía que luchar. Al pasar junto a Alain, él trató de detenerme, pero yo ni siquiera le miré, en parte porque tampoco podía enfocar bien. A mi archi la veía porque es como Gozilla de grande, es difícil no verla.
-Arwen, por favor, vete...
Le escuché, claro, pero fingirme sorda se me da bien, que se lo digan a mi madre.
Mi archi al parecer se aburría, porque mientras yo llegaba (entiéndase que ya estaba algo perjudicada y no tenía mi gracioso caminar habitual), se agachó junto a Lorito y comenzó a mangonearlo con la misma delicadeza que una elefanta a un tronco que quiere desmochar.
-Siempre fuiste un inútil, Lorito. No valías el alpiste que te daba para cenar.
Lorito no se movió. Me pregunté si ya estaba muerto.
Con un gruñido de desprecio, se levantó y lo miró desde arriba, no sin aguantarse las ganas de arrearle una última patada.
Le dio la espalda y me miró con una sonrisa tan repugnante como su alma.
-No voy a dejar de ti ni las raspas.
Sentí que la ira me invadía. Ver cómo trataba el cadáver de Lorito había sido la gota que colmaba el vaso. Traté de lanzarme contra ella con todas mis fuerzas, pero alguien me retuvo desde atrás, sujetándome contra sí.
-¡Suéltame, Alain, maldito seas!
Él susurró algo en mi oído, pero estaba tan furiosa que no pude entender qué decía. Luchaba contra él con tanta fuerza que tuvo que enrollar la cadena a mi alrededor para retenerme. Decidido, si salíamos de allí con vida, yo misma le mataría.
Y entonces lo vi. Lorito se estaba levantando poco a poco. Su expresión daba miedo.
Mi archi no lo vio venir.
Cuando Lorito le estrelló su premio "Ardor amoroso" a la mejor novela del año en la cabeza (al menos la primera vez) sonreía. Las siguientes, cuando mi archi ya había caído y no peleaba, la sonrisa ya se había convertido en una risa histérica.
-Igual deberíamos pararle -dije, tan alucinada que había dejado de luchar entre los brazos de Alain.
-Cualquiera se atreve a decirle algo.
De pronto sentí todos mis dolores juntos. Y el cansancio. Y el estrés.
Todo había terminado.
Alain era libre.
-¡Oh, Dios, creo que la bruja ha muerto!