La puerta del despacho se cerró con un ominoso ¡pummm! que sonó como las campanadas del Apocalipsis. Y justo después se escuchó el sonido de un cerrojo. ¿Desde cuándo tenía cerrojo esa puerta?
No sé quién de los dos corrió más deprisa para intentar abrir la puerta, si Alain o yo.
-Lorito, si has sido tú, te vas a enterar, ¡maldito seas! -grité, aporreando la madera con todas mis fuerzas.
Alain me apartó.
-Quita, que yo tengo más fuerza.
Le empujé para quitarle de mi camino.
-Y yo más mala leche.
Bufó y me apartó otra vez. Tocó la puerta con delicadeza, como buscando sus puntos sensibles. Le miré con una ceja enarcada, preguntándome si esperaba que se abriera por sí sola, rindiéndose ante sus caricias. Si fuera una mujer, tal vez, pero una puerta...
-Lorito, abre, por favor -dijo con voz persuasiva. Desde luego, sabía ser muy convincente cuando quería-. Te aseguro que nadie del gremio se enterará de esto.
Chasqueé la lengua. Mala estrategia, Alain.
Lorito habló por fin, dándome un susto de muerte, porque lo hizo desde algún altavoz escondido en algún lugar del despacho.
-Os quedaréis encerrados ahí hasta que seáis sinceros el uno con el otro. Conociéndoos, esto irá para largo, pero yo no tengo prisa -una risa muy preocupante hizo que se me pusieran los pelos de punta.
Alain me miró con los ojos entrecerrados, como si yo tuviera la culpa.
-¿Ves lo que has hecho? Si no le hubieras dado seguridad en sí mismo, esto no hubiera ocurrido.
-Ya, claro, la culpa de todo es siempre de la pelirroja...
Un ruido de estática nos interrumpió, acompañado del sospechoso crujir de ¿palomitas?
-No tenemos todo el día, chicos -dijo Lorito, con un evidente regocijo en la voz. Seguro que se lo estaba pasando bomba, el muy...
Levanté las manos al aire y me rendí.
-Vale, vale. Empiezo yo.
Sin embargo, necesitaba ordenar mis ideas. Lorito quería sinceridad, pero, ¿hasta qué punto? Vamos, hay cosas que pueden decirse y cosas que... Me senté en mi silla y miré a Alain, esperando que hiciera lo mismo.
-Cuando te contraté, yo creía que ibas a ser solo una persona que entraría y saldría de mi casa para trabajar, sin tocar ninguna otra parte de mi vida. Lo malo es que empecé a ver cosas raras. Antes de que digas nada, ya sé que la mayoría me las inventé. Cuando mi cabeza empieza a funcionar a mil por hora, las neuronas solo funcionan a medio gas. Me equivoqué al despedirte y me arrepentí de haberte tratado así. Y luego me enteré de lo que te había ocurrido y sentí que tenía que ayudarte -a esas alturas ya gesticulaba tanto o más que él antes y hablaba como una ametralladora-. Y luego pasó lo que pasó, ella apareció, tú hiciste lo que hiciste, y yo te quería matar... Pero para eso tenía que buscarte y sacarte de allí, claro. Y cuando te quedaste con ella, después de todo lo que había pasado...
Había hablado demasiado, era evidente, porque Alain no parecía contento, precisamente. Había entrecerrado los ojos, como meditando sobre cada palabra.
-Me quedé porque no podía dejar que le pasara nada y os acusaran. Me costó Dios y ayuda convencerla de que no os denunciara.
Salté de la silla como un bicho.
-¿Y qué hay de lo que ella nos hizo? ¿De lo que te hizo a ti? Te tenía atado con una cadena, te tenía famélico. ¿Acaso te gustaba cómo te trataba?
Alain sonrió de lado y apartó la mirada.
-Pensar en la alternativa era peor, supongo.
-Si te refieres a lo de que dijo sobre acabar con mi carrera, olvídalo. No tiene tanto poder. Y además mi carrera no vale tanto como una vida humana.
Su sonrisa se amplió.
-Una vida humana -dijo, haciendo un gesto de asentimiento con la cabeza-. Habrías hecho lo mismo por cualquiera. En el fondo tienes un corazón enorme.
No sé si lo dijo con ironía, pero me puso de mala leche.
-Ya sabes que no. Eres mi secretario y...
Alain me cortó.
-Te equivocas. Yo no era ni soy tu secretario. Me despediste, por si no lo recuerdas.
Cerré las manos en puños, deseando arrojarle algo, pero ya le había tirado todo antes y no había nada a mano.
-Si intentas que confiese que siento algo por ti, vas listo. No me gustas tanto...
Su risa me desconcertó.
Y entonces me di cuenta de lo que había dicho. ¡Oh, mierda!
-Tú también me gustas -dijo, rodeando la mesa y colocándose junto a mí.
Y entonces ocurrió...
Sí, Alain me besó...
Y no, no voy a dar detalles. ¡Cotillas!