martes, 30 de abril de 2013

SOBRE LOS MOMENTOS WIKI

 
Sé que ya he hablado de este tema en alguna ocasión, pero no me resisto a retomarlo, aunque solo sea por el mero hecho de comparar dos libros cuyo título no nombraré, pero en los cuales, los autores han hecho dos cosas completamente opuestas en cuanto a labor de documentación: en una está insertada de modo ejemplar, sin que se note el peso, sin dolor, y en la otra, está metida con calzador, como si estuviera hecha a modo de corta/pega directamente de la wikipedia.
 
Ni qué decir tiene que para comprender y apreciar la primera hay que tener un nivel cultural medio-alto, ya que de lo contrario muchas de las citas y alusiones a obras literarias o artísticas nos pueden pasar desapercibidas, pero, aunque no las conozcamos, el nivel de disfrute es tan alto dada la calidad de la redacción de la autora, que llega un momento en que los momentos wiki pasan desapercibidos.
 
En definitiva, a eso le llamo yo una novela bien documentada, donde los conocimientos del autor no están ahí para abrumar al lector en plan: "¡eh, lector, mira cuáaaaaanto séeeeeeeee!".
 
En la segunda, aunque podría coger cualquier otra, pues hay cientos sino miles, el autor detiene la narración (incluso en medio de un diálogo o una escena de acción) para contarnos cada mínimo detalle de una pistola, el tipo de balas que usa, la trayectoria que tomará al ser disparada, lo que pesa, cómo brilla al sol, cómo huele, la pupita que hace al entrar en la carne...
 
Muy interesante y tal... Pero esto no aporta nada, corta la acción y al lector le interesa más bien poco. En otras historias ocurre lo mismo con descripciones de edificios, trajes y otro tipo de artilugios en novelas de época, paisajes hermosos e hipnóticos, batallas o hechos históricos...
Es lo que viene a ser un momento wiki lucimiento del autor, que se apasionó por el tema cuando se estaba documentando y no sabe cuándo está de más una información.
 
Como autora yo comprendo este apasionamiento, a mí me ocurre también, pero hay que saber qué es necesario para la historia y qué no. Aunque es difícil hacerlo bien y es seguro que en algún momento se nos colará algo que solo nos interesará a nosotros y a dos más, debemos evitar enrollarnos con cosas que poco aporten a la trama y a cambio, solo traigan sopor y distraigan de lo que importa, esto es, el meollo de la historia principal y las tramas secundarias.
Reconozcámoslo, de esas novelas interminables de Ken Follet, ¿cuánto texto son momentos wiki que sobran y cuánto es trama real? Tic-toc.
 
Nota mental: cuánto daño ha hecho la wikipedia, en serio. Deberíamos denunciarles por daños y perjuicios...

sábado, 27 de abril de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: "EL INGREDIENTE SECRETO"



EL INGREDIENTE SECRETO

 

 

“…Katriona, la vengadora vampira, acarició el aire a unos escasos dos milímetros de donde se hallaba la piel de su amante lacustre, lamentando el hecho de que su simple roce pudiera matarle.

-Algún día –musitó Jaar-arrel con su leve acento burbujeante a causa de las branquias que adornaban los elegantes costados de su fuerte cuello.

-Algún día –respondió Katriona, con una voz apenas audible, bajando la mano, convertida ahora en una garra de furia-. Algún día mataré al troll que nos hizo esto amor mío. Algún día lograremos estar juntos…

Jaar-arrel sonrió de una manera que iluminó su cara llena de escamas de un modo que encogió el corazón otrora frío de Katriona. ¿Cómo había podido una criatura como él convertirse en lo más importante de su vida?

-Algún día –dijeron los dos volviendo la vista hacia la montaña donde moraba su última esperanza de estar juntos.

Allí, en una profunda cueva llena de trampas se encontraban el libro y el cáliz de Moorfuzz, el viejo mago que había creado todos los hechizos habidos y por haber en el mundo. Si los encontraban quizás… sólo quizás…

¡¡¡¡¡PERO ESO LO LEERÉIS EN LA PRÓXIMA AVENTURA DE KATRIONA, LA VENGADORA VAMPIRA, Y JAAR-ARREL, SU AMANTE LACUSTRE, MUY PRONTO EN TODAS LAS LIBRERÍAS Y GRANDES SUPERFICIES!!!!!

 

María apartó el manuscrito con una leve mueca de incredulidad. ¿Y era “eso” lo que estaba salvando a su editorial de la quiebra? Todos estaban de acuerdo en que no era un buen momento para la lírica, como suele decirse, pero vampiros y amantes lacustres… pero la moda es la moda y hay que sobrevivir.

Alzó la mirada hacia Rafael Cardona, su adjunto en las labores de editor, que la miraba con una inexplicable sonrisilla en los labios, y trató de fulminarlo con su legendaria mirada. No funcionó, pero al menos él dejó de reírse.

-Y bien, Morticia, ¿cuándo crees que tendrás el siguiente manuscrito? –le preguntó a la indescriptible criatura que se sentaba ante ella. Aunque decir que estaba sentada era decir demasiado…

Rebeca Solís, alias Morticia, estaba derrengada encima de su carísima silla de cuero, clavando sus tacones de aguja sobre el asiento, dejando su huella indeleble sobre él, como en el bote de bolígrafos, donde había marcado unas bonitas huellas dactilares de maquillaje blanquecino.

Vestía lo que sólo podía calificarse como capas y capas de harapos de colores que viraban del gris oscuro al negro, pasando por el antracita, con alguna ligera nota en vivo rojo sangre. Llevaba el pelo cardado enmarañado y entreverado de plumas de cuervo (o al menos ella creía que lo eran), y telarañas.O quizás eran sólo pelusas de la almohada. Su maquillaje era lo únicamente destacable en ella, porque Rebeca Solís, alias Morticia, no era tonta, sabía que era hermosa, y que tenía una imagen que mantener, así que su rostro siempre estaba perfectamente maquillado y sería la envidia del mismísimo Marilyn Manson.

Sus increíbles ojos grises, sorprendentemente claros miraban en ese momento a María cargados de malicia.

-Pues no lo sé, Mary –respondió, pronunciando su modo a la inglesa, sabiendo muy bien que a María le sacaba de quicio-, ya sabes que eso no depende de mí… la inspiración viene y va…

Muy cerca de ella Rafael ahogó las risas fingiendo un ataque de tos. María lo ignoró. En ese momento necesitaba toda su concentración para darle una lección a esa niñata. Decidió que esta vez no pasaría de un par de caprichos baratos, al fin y al cabo, nadie sabía mejor que María que Morticia no era imprescindible…

-Necesito vacaciones –comenzó la muy perra-. La última novela de Catalina ha sido más dura que las demás…

-Se llama Katriona… -masculló María apretando los brazos de su silla hasta que los nudillos se le volvieron blancos como el hueso-. ¿Cómo vas a hacer la rueda de prensa de esta tarde si ni siquiera sabes los nombres de los protagonistas?

Los ojos de Morticia se volvieron, inocentes como los de un bebé, hacia Rafael.

-¿Otro resfriado? –intervino el caballero en su brillante armadura.

María puso los ojos en blanco, tanto que le hicieron juego con los nudillos.

-Largo de aquí, niñata. No quiero verte hasta dentro de dos horas. Rafael te dará unas notas sobre la novela y quiero que te las aprendas de memoria. Si cuando tus fans te pregunten qué número de pie calza Katriona no te lo sabes, te pondré de patitas en la calle, ¿me entiendes?

Morticia hizo honor a su nombre y lució una palidez digna de su apodo antes de abandonar la oficina tropezando con sus propias botas de tacones de sadomasoquista.

 

María tecleaba en el teclado de su ordenador sin escribir realmente nada, simplemente por mantener las manos ocupadas.

Cerca de ella, Rafael rondaba a su alrededor con las manos llenas de carpetas, aunque en realidad no hacía nada con ellas.

-Adelante, dilo –comenzó María-. Me he cargado a la gallina de los huevos de oro.

Sorprendentemente no lo dijo con tono de pesadumbre o de autoconmiseración, sino que se la veía satisfecha y aliviada. Buscar a otra chica gótica menos problemática sería coser y cantar, era lo que tenían las modas. Con sólo chasquear los dedos, tendría otra Morticia, u otras doscientas.

Rafael carraspeó.

-La verdad era que no pensaba en Rebeca –él siempre la llamaba Rebeca, quizá se debía a que tenía una hija adolescente a la que casi no veía, y aunque las dos jóvenes no tenían absolutamente nada en común, se la recordaba un poco, como una piedra a una alcachofa.

-¿Ah, no? ¿En qué pensabas entonces? –preguntó María, desarmada por el leve temblor que había detectado en la voz de Rafael. No podía ser. No después de tantos años.

Rafael dejó las carpetas de golpe sobre su mesa y se volvió hacia María, enfrentándola como Napoleón a su Waterloo particular.

-Hoy es San Valentín –dijo con las manos a la espalda, quizás para disimular que le temblaban un poco.

María disimuló una miradita a la caja de bombones medio vacía que escondía bajo una conveniente pila de papeles. Tenía forma de corazón y llevaba impresa la portada de la anterior novela de Katriona y su amante lacustre, “Venganza escamosa”. Algunos de los bombones estaban rellenos de una gelatina rojiza que simulaba ser sangre y otros estaban decorados con escamas de chocolate y tenían un extraño regusto a pescado, pero estaban buenos, y eran gratis…

-No tenía ni idea –mintió, sólo para fastidiarle, aunque no le engañó ni por un segundo.

-Como me imagino que no tienes planes… -contraatacó Rafael con inquina-, he pensado que podríamos cenar juntos. Nada romántico –añadió para estropearlo-, sólo para hablar y contarnos nuestras penas… antes lo hacíamos todo el tiempo…

“Antes” Rafael estaba casado y ellos tenían un lío apasionado que era un secreto a voces en la editorial, e incluso para Clara, la mujer de Rafael, que le había abandonado llevándose a su hija adolescente muy lejos de la perniciosa influencia de María. Curiosamente, su aventura había terminado junto con el matrimonio de Rafael y desde entonces lo único que habían compartido habían sido reuniones aburridas con aburridos escritores y excéntricas muchachas pasadas de vueltas.

Sin saber por qué, María se encontró echando de menos aquellas tardes robadas con ese hombre cariñoso y comprensivo que le había robado a otra y que no había sabido conservar cuando había podido ser sólo suyo.

-Prepararé algo en mi casa –se encontró diciendo-. Haré mousse de chocolate, sé que te encanta.

Rafael enarcó una ceja de aquella manera que hacía que a la mitad la plantilla de la editorial (y no solo a la mitad femenina) le temblaran las piernas.

-Creo que esos bombones te están volviendo blanda, querida.

-Mira quien fue a hablar –replicó María tendiéndole el resumen que había elaborado para que se lo diera a Morticia-. Dile que se lo aprenda bien, no quiero una mala crítica de esta novela. Un buen ejercicio anual y me podré retirar en cinco años.

Rafael rió su chiste particular, tomó el resumen, le echó una mirada por encima y clavó en María una mirada que hizo que ella volviera a mirarle, incapaz de concentrarse en lo que tenía que hacer.

-¿Algo más?

-¿Cuándo vas a escribir algo decente para variar?

Esta vez fue María la que alzó una ceja, aunque ese gesto no resultaba tan sexy en ella ni de lejos.

-¿Estás insinuando que las novelas sobre Katriona y su amante lacustre no son dignas de mi talento? Te recuerdo que, para empezar, se supone que ni siquiera sabes que las escribo yo, querido.

-Pero da la casualidad de que me reconozco en el personaje del chico pez, cariño. ¡Si hasta enarca la ceja como yo!

-¡Upps! ¡Qué desliz! Tómatelo como un homenaje –dijo, con un gesto de la mano que él se tomó como lo que era realmente, una despedida en toda regla.

Con un bufido que no concordaba para nada con su imagen de tipo educado y elegante, Rafael abandonó el despacho que compartía con María y buscó a Rebeca, la joven que representaba el papel de autora de las novelas que escribía María y que no se atrevía a publicar con su nombre.

La encontró en un rincón semipenumbroso, abrazada a una enorme taza de té humeante y a un más enorme aún tomo de “Guerra y paz” de León Tolstoi.

-Si María te pilla con eso le da un patatús –bromeó Rafael, sentándose en el decrépito brazo del sillón que ocupaba la joven, modosamente sentada con las piernas recogidas, como toda una señorita.

-Si se lo dijeras no te creería, las dos tenemos que mantener nuestra imagen de chicas duras –respondió Rebeca, metiendo una de las plumas negras de su cabello entre las páginas a modo de marcador-. Dame ese resumen. Le echaré un vistazo, aunque seguramente sé más sobre Katriona y Jaar-arrel que la propia María… soy la presidenta de su club de fans… -añadió, aunque por su cara Rafael jamás hubiera podido decir si lo decía en serio o no.

Rafael le sujetó la taza de té, tratando de evitar la tentación de husmear su contenido, mientras ella pasaba rápidamente las apenas cinco hojas del resumen que había redactado María sobre la última novela sobre la vengadora vampira.

-Puedes pegarle un sorbo, es sólo té con limón –murmuró la muchacha mirándolo por el rabillo del ojo al pasar la página tres-. Por cierto, ¿se lo has pedido?

Rafael, que había aceptado el ofrecimiento, estuvo a punto de atragantarse con el líquido ácido y ardiente, endulzado apenas con un poco de miel.

-Joder, niña, ¿a ti no se te puede ocultar nada?

Rebeca le dedicó su sonrisa más puramente Morticia, la que más sacaba de quicio a María.

-Rafael, querido –dijo, imitando magistralmente a la editora-. Yo aquí soy como Dios, lo sé todo antes de que ocurra. Bueno –siguió, recuperando la sonrisa aniñada que reservaba para Rafael-, ¿se lo has pedido o no?

Rafael suspiró y asintió con la cabeza tras admitir su derrota. No tenía nada que hacer contra aquel par de brujas maravillosas.

-Sí, cenamos esta noche en su casa.

Rebeca emitió un gemido sensual muy poco juvenil que hizo que Rafael le lanzara una mirada alarmada.

-Eso es como avanzar seis casillas de golpe, amigo. No desperdicies la oportunidad. Nada de bombones, ni de flores… si acaso rosas rojas, y un buen vino…

-¿Cómo sabes tanto de estas cosas?

Rebeca imitó su legendario gesto de la ceja enarcada de una manera bastante acertada.

-Rafael, tengo veinticuatro años.

-¿En serio?

Ella puso los ojos en blanco.

-No hace falta que alucines tanto, el maquillaje y el estilismo ayudan mucho. Hazme caso, Rafael, te lo digo como amiga. Quizás sea tu última oportunidad. María es un hueso duro de roer. Échale huevos o… en fin… no creo que haga falta que diga nada más.

 

María trató de disimular su satisfacción tras la rueda de prensa.

Estaba contenta. Más que contenta.

Las fans estaban contentas.

Los periodistas estaban contentos.

Y Morticia se había portado inesperadamente bien. Había estado centrada y había respondido bien y educadamente a todas las preguntas, y sólo por eso se merecía un premio, quizás un nuevo modelito.

-Rebeca, querida… -comenzó con su voz de cuando estaba feliz, o sea, dos tonos por encima de lo normal, lo cual crispaba los nervios de sus interlocutores.

-Hola, Mary –respondió la muchacha, sólo por fastidiarla, lo cual bajó el tono de voz de María dos tonos, dejándolo en su tonalidad habitual.

-Sólo quería felicitarte por lo bien que lo has hecho esta tarde.

-Vaya, gracias. Un cumplido de tu boca no se escucha todos los días. Me ha dicho Rafa que esta noche habéis quedado.

María entrecerró los ojos y buscó a Rafael por la sala. ¿Por qué diablos le había contado a esa mocosa lo de la cena?

-¿En serio? –preguntó María, con voz gélida.

-Me han dicho que la sangre es un afrodisíaco excelente –comentó la joven como al desgaire antes de dejarla boqueando como un pez que se ha quedado sin agua de repente.

 

María había preparado una ensalada de canónigos, roquefort y nueces de primero, merluza en salsa verde de segundo y planeaba preparar mousse de chocolate, el postre favorito de Rafael, para terminar.

Habían quedado en que él llevaría el vino, y María guardaba una botella de champagne Veuve Clicquot en el frigorífico esperando a una buena ocasión, y aquella lo era, sin duda.

Estaba rallando el chocolate negro sobre la nata hervida cuando sucedió el “incidente”. María no sabría decir qué diablos la había distraído, pero el rallador se le deslizó, arañándole la piel de la palma de la mano y arrancándole cinco gotas de sangre oscura y brillante, que cayó y se mezcló muy pronto con el resto de los ingredientes de la mousse.

Sufrió un instante de pánico. Tomó la cazuela y estuvo diez segundos exactos con ella bajo el grifo, a punto de tirarlo todo.

Era asqueroso.

Era antihigiénico.

Era sangre.

Su sangre.

“Me han dicho que la sangre es un afrodisíaco excelente”.

Las palabras de Morticia se inmiscuyeron en su cabeza como serpientes venenosas y antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, había mezclado los ingredientes y había montado la mousse, dejándola lista para el postre.

 

Rafael llegó a la hora convenida. Parecía tranquilo y se ofreció a poner la mesa, como cuando eran amantes y todo aquello era lo más normal del mundo.

Durante un par de horas María se olvidó del “mousse con sorpresa”, como había comenzado a llamarlo dentro de su cabeza.

“Oh, maldita Morticia, seguro que ahora mismo estarás retorciéndote de risa en tu ataúd de diseño”, pensó María mientras sacaba las elaboradas copas de la nevera y las colocaba en la mesa.

-Me encanta tu mousse –sentenció Rafael, tomando una cuchara y atacando el cremoso postre sin miramientos.

María lo contempló con horror durante unos segundos, debatiéndose entre contarle la asquerosa verdad o mentirle y dejarle que se comiera el aderezado postre.

Más o menos a la mitad de la copa, Rafael se dio cuenta de que ella no comía.

-¿No vas a probarlo, por lo menos? Te juro que te ha salido mejor que nunca… no sé, tiene un toque distinto…

María consiguió esbozar una sonrisa tensa y alzó una cuchara con una cantidad mínima de mousse en la punta.

“Joder, pensó, a mí no debería darme asco, al menos es mi propia sangre”.

Sucedió algo extraño al meterse la mousse en la boca.

Estaba buena. Realmente tenía un “toque” distinto… quizás era la sangre o quizás era otra cosa. El caso es que María se encontró tomando un segundo bocado, y un tercero.

Y así muy pronto ambos habían terminado sus copas de postre.

Se miraron desde los lados opuestos de la mesa, con las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes, un calor sospechoso arremolinándose en ciertas partes de sus cuerpos dormidas durante mucho tiempo.

Ninguno de los dos sabría nunca quién dio el primer paso, pero lo siguiente que supo Rafael fue que María lo estaba besando como no lo había hecho nunca, con abandono, con cariño, con deseo, con amor.

Y Rafael… si eso era lo que había sentido siempre por ella, ¿por qué diablos no se lo había dicho nunca? ¿Acaso estaba tan ciego que no se había dado cuenta de que ella sentía exactamente lo mismo?

Camino al dormitorio, María y Rafael fueron dejando atrás las copas de mousse olvidadas, prendas de ropa desperdigadas, recuerdos dolorosos abandonados, vergüenzas exiliadas… y cuando al fin llegaron a la cama y se abrazaron al fin, solos el uno con el otro, el uno contra el otro, se dieron cuenta de que no necesitaban nada más.

 

María despertó cuando la luz del amanecer comenzó a entrar por la ventana, destrozándole los sensibles ojos, como  si hubiera pasado toda la noche de juerga.

Le dolía todo el cuerpo, aunque no era un dolor desagradable en absoluto, se dijo con una sonrisa traviesa…

Al ir a acariciar el brazo desnudo de Rafael, que aún le ceñía la cintura como si fuera a desaparecer en cualquier momento, sintió una punzada dolorosa en la palma de la mano y recordó la herida producida por el rallador.

Todos los recuerdos de ayer le vinieron encima como un cubo de agua fría.

Aunque claro… lo que había ocurrido no tenía que haber sido necesariamente a causa del “ingrediente secreto”…

En todo caso, era sábado y tenía todo el fin de semana entero para disfrutar de su redescubierta pasión. Ya se preocuparía el lunes, si tenía que hacerlo.

-Joder, ¿quién iba a pensar que la sangre en la mousse iba a producir ese efecto? –murmuró casi con una sonrisa.

Nada más decirlo supo que su idílico fin de semana podía haber terminado aún antes de empezar, porque sintió que el brazo de Rafael se tensaba alrededor de su cintura.

¡Oh, mierda! ¿Realmente lo había dicho en voz alta?

 

 


jueves, 25 de abril de 2013

SOBRE MANTENER LA DISCIPLINA PESE A TODO



De acuerdo.
Me está sobrepasando un poco y lo sé.
No me esperaba lo que está ocurriendo. ¿Quién lo espera?
En serio digo, y lo repito, que todo era un experimento. Todo esto de estar número 1 (y sobre todo lo de mantenerme durante meses) ha sido casualidad, suerte, o lo que sea. No formaba parte de un plan, una estrategia ni nada parecido. Dudo que se pueda planear algo así, para empezar, siendo "nadie".
Y ahora, con la nueva novela, boom (al menos de momento).
 
Yo mantengo mi horario de trabajo, pero me cuesta.
Concentrarme en lo nuevo es más difícil porque es diferente, no romántica (en principio no tengo claro si será una de las novelas de Arwen), pero a la vez no puedo abandonar del todo mis otras historias. Me gusta escribir historias de amor, pero también otras cosas. Seguramente os sorprendería lo que hago ahora.
 
Hasta ahora mi año estaba más o menos planificado, pero no sé si tendré que hacer algún cambio en los planes, visto lo visto. En todo caso, este año quiero empezar con el spin-off de "Olvida el pasado", protagonizado por Bryce Algernon, más conocido como el inspector buenorro.
Probablemente, este año saldrá alguna más de las novelas de Arwen, aunque no antes del verano o más tarde (no la de Bryce, jajaja, pero hay otras cosas por ahí bastante interesantes).
 
En todo caso, hay Arwen para rato, ¡¡hay muchas historias en la recámara!!
 
Nota mental: disciplina, disciplina... sí... te odio y te amo... eres tan necesaria. Sin ti no soy nadaaaaaaa.

lunes, 22 de abril de 2013

SOBRE LAS IDEAS LOCAS

Los que os pasáis a menudo por aquí os habréis dado cuenta, supongo...
Vamos, no disimuléis... No me enfado ni nada. Soy rarita, lo sé.
Y como rarita que soy, y con orgullo, cultivo mis rarezas con amor y cuidado.
 
Entre mis rarezas está un amor singular a los cuentos clásicos y todo lo que tenga que ver con ellos. Pero no los cuentos almibarados y sus versiones más Disney (que también), sino las versiones más auténticas y oscuras, como las tocadas por los hermanos Grimm, y en tiempos recientes por Philip Pullman o, indirectamente, por Cornelia Funke: brujas que se comían a los niños, padres crueles, madrastras más malas que la quina... cuentos que enseñaban que la vida no tenía nada de amable y que no siempre acababan bien, pues no todos lo merecían.
 
Yendo al grano, se me ha ocurrido un proyecto en el cual cada persona que desee participar versione su cuento favorito. Cada uno llevaría una introducción como en la antigua serie de TV "El Cuentacuentos", que se añadirá después para unificar el tono.
Como no sé cuánta gente estará dispuesta a participar en esto, digo desde ya que no hay ni fechas previstas (aunque tampoco quiero dejarlo mucho tiempo, porque los entusiasmos se enfrían con la misma rapidez con que se inflaman), ni requisitos, etc. Digamos que es un sondeo.
Yo tengo muy claro que quiero hacer una versión de "El erizo" de los Grimm, una versión a su vez del mito griego de Eros y Psique, uno de mis cuentos favoritos desde niña y no demasiado conocido.
 
Si la gente se va animando, podríamos ir organizando algo en serio desde ya. ¡¡Animaos!!
 
Nota mental: si nadie se apunta (aunque hubo gente que mostró su interés el otro día) supongo que escribiré mi cuento igual, e incluso puede que sea más que un cuento, pues es algo así como una cuenta pendiente. Veremos.
 
 
 
 

sábado, 20 de abril de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: "TÚ Y YO" (SELECCIONADO PARA EL LIBRO "20 PÉTALOS")


 
TÚ Y YO


Como es habitual el dolor me despierta. Mi mano derecha se abre y cierra inconscientemente, una y otra vez, una y otra vez, incluso antes de que mis ojos se abran, calentándose. Siento los huesos crujir, los tendones protestar, pero es necesario si quiero poder usarla con normalidad durante el resto del día.

No es que mi trabajo sea un trabajo manual propiamente dicho, pero nunca te das cuenta de hasta qué punto necesitas las dos manos hasta que te haces añicos una de ellas.

Intento recordar cuánto tiempo exactamente hace desde que ocurrió. ¿Cinco meses? ¿Seis? Casi seis, creo. Una fecha tan omnipresente y a veces es difícil llevar la cuenta.

Cuando el dolor se convierte en una sorda molestia abro los ojos por fin y observo la habitación a la luz incierta del amanecer.

Sigue prácticamente igual que hace casi seis meses, excepto por el polvo, ahora ausente, y el tufo a caos y miedo, también desaparecidos. Por lo demás, es como si el tiempo apenas hubiera pasado por aquí, hasta la grieta del techo sigue ahí. Sí, esa misma grieta que los del seguro juraron que se arreglaría en un par de semanas. Ahora forma parte del paisaje matutino y ya no quiero deshacerme de ella. Es como el póster de “Tú y yo”, parte de la decoración.

Mis ojos adormilados se clavan en la imagen de Cary Grant y Deborah Kerr, abrazados casi con desesperación, como si estuvieran bailando un último baile.

-Es mi película favorita. Bueno, no exactamente, pero sí de esas que siempre que la pillas en la tele te la terminas tragando –había dicho ella al ver ese póster al entrar en mi dormitorio hacía casi seis meses.

Los dos estábamos cansados, llenos de polvo y no sabíamos realmente cómo diablos habíamos llegado hasta allí.

Yo había llegado al hospital de campaña de la Cruz Roja tras trabajar durante horas en el desescombro de un edificio de vecinos de mi barrio. Con el último temblor el edificio terminó de derrumbarse y una parte me cayó sobre la mano partiéndomela por cinco sitios.

Ni siquiera me di cuenta de cómo había llegado hasta allí. Solo que alguien me tiraba de la mano sana y que me preguntaba a gritos mi nombre. No sé qué le respondí.

Ella era una de las enfermeras que me atendió. No la primera, la que me tomó los datos y me gritó, sino la que me hizo un daño de cojones al revisarme la mano mientras me hablaba de chorradas para entretenerme.

Luego ya no recuerdo nada más. Alguien, seguramente ella, me puso algo que me hizo quedarme frito en menos que canta un gallo.

Cuando desperté tenía la mano escayolada y la enfermera que me gritaba me volvía a gritar diciéndome que necesitaban la cama.

Lo comprendí perfectamente, aunque no hacía falta que me gritara. Me dolía la mano, pero no estaba sordo.

Atontado por los calmantes y el dolor salí de allí y me quedé plantado ante las puertas, por llamarlas de alguna manera, del hospital de campaña. Era de noche y había gente como atontada por todas partes.

No sabía adónde ir. En medio de la noche, del run-rún del miedo y del caos provocado por el terremoto, de los escombros y del polvo en suspensión, me pregunté si mi casa aún existiría.

-¡Eh!

No sabía si me llamaban a mí, pero me giré igualmente, tengo esa absurda costumbre, como todos, supongo.

Era ella, la segunda enfermera. Aún llevaba el uniforme y tenía pinta de estar a punto de quedarse dormida de pie. Y aún y todo sonreía y venía corriendo hacia mí, sujetándose con ambas manos el estetoscopio, como hacen las enfermeras de la tele.

Sonreí sin querer.

-¡Eh! –respondí.

Ella rió, como si hubiera dicho algo increíblemente gracioso. Supongo que con un trabajo como el suyo o te ríes de chorradas o te amargas la existencia.

-¿Qué tal la mano? –preguntó.

Enarqué una ceja, haciéndome el interesante, aunque tengo la sensación de que el cóctel de drogas que llevaba encima hizo que mis ojos hicieran cosas raras.

-Esa pregunta debería hacértela yo a ti, que eres la profesional.

Ella sonrió. Tenía una hermosa sonrisa, a pesar de estar cansada, despeinada y básicamente tener la pinta de no haber dormido durante un mes. A la luz de la luna, el terremoto se había cargado el alumbrado público, sus ojos parecían oscuros y su cabello castaño, pero no puedo asegurarlo.

-Sobrevivirá, pero te dolerá durante mucho, mucho tiempo –dijo con la sonrisa aún bailándole en los labios.

Sus palabras, acompañadas de esa sonrisa sonaron increíblemente crueles y sensuales.

No me considero una persona impulsiva ni de esas que se llevan a la primera mujer con la que se cruzan a la cama, pero debo reconocer que deseé a esa mujer como a nadie en el mundo en ese mismo momento, en ese mismo lugar.

Estoy seguro de que ella tampoco era ninguna fresca, que dirían en mi pueblo, y sin embargo, pocos minutos después, estábamos en mi casa, que había permanecido sobre sus cimientos como por milagro, en este cuarto donde ahora la recuerdo, en esta cama donde ahora creo sentirla a mi lado…

Es extraño recordar tantos detalles de aquella noche, sus palabras, su olor a rosas y violetas, el color de sus ojos a la luz de la luna al abrazarla justo antes de que se durmiera y su advertencia de que me cuidara cuando desapareció a la mañana siguiente y sin embargo ser incapaz de recordar si en algún momento nos dijimos nuestros nombres.

 

 

Ojeo el periódico empezando, como siempre, por la última página. Mis ojos se pasean perezosos por la programación, buscando algo que ver esta noche, al acabar el turno en el hospital.

“Tú y yo” de Leo McCarey, 1957, con Cary Grant y Deborah Kerr.

Sonrío involuntariamente. No es mi película preferida, pero es de esas que siempre acabas viendo cuando las echan en la tele. Es inevitable. Es uno de esos terribles dramas románticos de amores predestinados en los que exclamas “cómo no, estaba escrito”, mientras haces rico al fabricante de pañuelos de papel de turno.

Creo que no la veo desde…

Hacía tiempo que no pensaba en él.

¿Cuánto hace ya? Creo que casi seis meses, el mismo tiempo que juran los protagonistas de la película que tardarán en reformar su vida de sinvergüenzas y reencontrarse en el Empire State para estar juntos para siempre jamás.

Me pregunto qué planetas se alinearon aquella noche para liarme con un tipo encantador, herido y petado de calmantes que nunca se dignó a llamarme.

-Cosa de los escenarios de guerra –como diría mi amigo Angelito, experto en rollitos de primavera, como él llamaba a los aquí te pillo-aquí te mato-. Además, ¿de qué te quejas, si ni siquiera sabes su nombre? Que te quiten lo bailao.

-Le dejé mi nombre y mi teléfono en la mesilla de noche antes de irme.

-Mira, bonita, un polvo entre el polvo es lo más, pero cuando se ve la mierda al amanecer se pierde todo el encanto.

Angelito debía de tener razón, porque él nunca llamó. Ni siquiera volvió por el hospital de campaña y cuando me fui de Lorca no volví a saber de él.

Vale, no me importa. Y han pasado casi seis meses. ¿Y qué?

Cierro el periódico y me dan ganas de hacer una bola gigante de papel con él y tirársela a alguien a la cabeza.

 

 

Me hice el duro durante unos cuantos días pero el dolor era insoportable. Cogí las recetas de calmantes que ella había dejado sobre la mesilla de noche y me fui a la farmacia.

-Aquí hay algo apuntado, parece un número de teléfono –dijo el farmacéutico.

-Debe de ser del médico –respondí, encogiéndome de hombros. Por un momento me planteé llamarle para cagarme en su madre.

-¿Lo quiere para algo? Se lo puedo dar en un papelillo…

-No hace falta, gracias.

Mientras me visto recuerdo esta conversación con el farmacéutico y por primera vez me pregunto por qué diablos iba el médico a escribirme su número de teléfono en la parte de atrás de la receta de calmantes.

Y de pronto una imagen borrosa inunda mi cabeza. La enfermera sonriéndome antes de marcharse, inclinándose sobre la mesilla, haciendo algo… ¿quizá escribiendo?

-Mierda, joder…

Siento deseos de golpear una pared… con la mano mala.

¿Es posible que ella sí dejara un modo de contacto después de todo y yo haya sido tan gilipollas de perderlo?

Me pregunto durante cuánto tiempo guardan las recetas en las farmacias y si el pobre hombre pensará si estoy pirado si se lo pregunto y por qué.

Miro la hora. Son apenas las 8 de la mañana. Han pasado casi seis meses desde que la conocí y por primera vez reconozco que probablemente el amor a primera vista exista. Bueno, a primera vista no, aunque casi.

Camino a la calle, echo una mirada al póster de “Tú y yo” y me siento absurdamente optimista.

Sin motivo alguno.

 

 

Bien, estoy harta. Los ojos se me van al ordenador y sé que si me conecto los dedos teclearán automáticamente una búsqueda de vuelos hacia Murcia.

Me conozco. Soy impulsiva. Me gustan las aventuras. Pero a veces los impulsos se pagan con batacazos de los que tardo años en curarme. No sería la primera vez que me pasa.

Tengo miedo, pero la tentación es enorme.

Sé que no podré resistirme.

Además, tengo excusa.

Necesitan a alguien en Lorca porque van a homenajear a los que trabajaron allí durante el terremoto.

¿Por qué finjo que estoy dudando? No soy capaz de engañarme ni a mí misma. Qué vergüenza.

En mi cabeza Angelito se ríe a carcajadas y me recomienda que no meta mucha ropa en la maleta por si mi viaje es corto, aunque quizá lo diga con segundas intenciones, con él nunca se sabe.

 

 

El farmacéutico, pobre hombre, alucina un poco cuando le digo lo que quiero exactamente. Me dice que es imposible, claro. Eso ya lo sabía, pero había que intentarlo. Me dice que pruebe suerte en la Cruz Roja. Me digo que no entiendo cómo puedo ser tan idiota, que debería haber empezado por ahí. No sé su nombre, pero sé que trabaja para ellos, o al menos lo hizo durante el terremoto.

Tras hablar con mucha gente me dan una lista de todas las enfermeras que trabajaron en el dispositivo. Lo malo era que no podían darme sus números de teléfono ni emails por el asunto de la confidencialidad de datos. Lo tengo crudo pero aún y todo me siento contento.

Entre esas mujeres está ella, con sus ojos color avellana a la luz de la luna y su sonrisa a prueba de terremotos.

 

 

No sé qué hago aquí, en el aeropuerto.

Como en cada aventura, siempre dudo justo en el último momento, durante un par de segundos. Es absurdo, lo sé, porque una vez que estoy sentada en el avión, el chute de adrenalina es tan gratificante que las dudas se evaporan como por arte de magia.

Es una sensación que me encanta y me aterra a la vez. Ver y sentir cómo la tierra desaparece bajo mis pies, la sensación de vacío en las tripas, el tonto miedo del despegue, justo antes de que el avión se afiance en el cielo.

Prefiero no pensar en la locura que estoy cometiendo.

-Es trabajo -trato de con vencerme a mí misma, aunque no consigo ni comenzar a engañarme.

Sé que lo primero que voy a hacer al llegar a Lorca es buscar su expediente, buscar sus datos, su nombre, su dirección.

Cuando lo encuentre… ¿qué le voy a preguntar? ¿Por qué diablos no me llamaste? ¿Girarle la cara de un tortazo como haría Bette Davis y besarle después hasta dejarle sin aliento?

Ni siquiera es guapo, me digo. Normalito. Ojos bonitos, oscuros con largas pestañas, de esas por las que cualquier mujer mataría. Pelo castaño lleno de polvo, ropa normalita, de bibliotecario, de oficinista. Su casa estaba llena de libros, lo recuerdo. Por eso sé que trabaja en algo relacionado con libros, aunque él no lo dijo.

Frunzo los labios al pensar en su mano, en lo mucho que debía de dolerle y en lo mucho que resistió antes de que le inyectara los calmantes. Casi es comprensible que no me recuerde.

Puedo imaginarme una escena surrealista en la que por fin le encuentro y él me mira con una sonrisita irónica y me dice:

-¿Y tú quién coño eres?

Es una posibilidad, claro.

Otra posibilidad es que me plante ante él y me diga que ha estado buscándome por todas partes. Improbable, pero es otra posibilidad, como he dicho.

Supongo que lo que ocurra estará entre ambas. O no.

 

 

Decido dejar la búsqueda para después del trabajo. Al fin y al cabo, qué más da un día más o un día menos.

La librería ya no es lo que era, pero los clientes fieles no la han abandonado. Nunca ha dado para muchas alegrías, pero sí para comer.

Procuro concentrarme en pedidos, recomendaciones y demás tareas diarias, pero todo el mundo se da cuenta de que no estoy en lo que debería estar. Hasta mis habituales más despistados me notan en la luna de Valencia.

-Una chica, seguro –sentencia doña Rosa.

Está realojada con su hija a más de 20 kilómetros de aquí, pero sigue viniendo casi cada día aunque sea de visita. De paso me trae algo de comer, porque dice que últimamente me ve demasiado delgado. En sus ojos vivarachos veo que por fin ha encontrado la respuesta a sus preguntas. Esa chica es la causante de mi delgadez y mi desgana, parece decir su mirada.

-Ya sabe que la única chica para mí es usted, doña Rosa.

-Sí, claro, con esos ojazos. Me vas a engañar tú a mí, niñato.

Sonrío y me termino la bandeja de buñuelos que me ha traído. Ella está encantada, porque siempre me los suelo llevar a casa y sabe que los acabo regalando por ahí. Nota que algo se está cociendo.

-¿Vas a ir al homenaje de los voluntarios y los trabajadores en el terremoto?

No sé de qué me habla, pero suenan campanas en mi cabeza.

 

 

El castillo de Lorca es hermoso, enorme y preside la ciudad majestuosamente.

No puedo evitar pensar en el Empire State y en “Tú y yo”. Es una tontería lo sé, porque realmente en la película Cary Grant y Deborah Kerr no llegan a encontrarse allí y el edificio no es más que un símbolo, por así decirlo, pero mientras nos dirigimos hacia el castillo, observando a nuestro paso las numerosas ruinas, los edificios apuntalados, pienso en que estoy en Lorca, seis meses después y que me ahorraría muchos esfuerzos si ese esquivo idiota apareciera en el castillo y me dijera:

-Hola, me llamo…. Me acuerdo de ti.

El homenaje es emotivo, incómodo y largo, como todos los homenajes. Por momentos me arrepiento de haber aceptado, como si no mereciera estar aquí, porque al fin y al cabo hice mi trabajo, me pagaron por ello, y siempre me queda la sensación de que podría haber hecho más, aunque sé que no es cierto.

Tras unos minutos, sé que él no está aquí.

Me siento decepcionada aunque sabía que era una esperanza absurda.

Bien, da igual, no tengo el billete de vuelta hasta mañana. Aún tengo horas por delante. Aunque la verdad es que me está entrando pereza. O miedo.

 

 

No entiendo por qué no me dejan entrar en el homenaje. Dicen que el aforo es limitado.

Podría decirles que es un asunto de vida o muerte, pero no quiero quedar ridículo ni peliculero. Además, el guardia me conoce, iba a clase con mi hermano y se estaría partiendo de risa durante un mes.

Prefiero esperar. Solo hay una salida. Antes o después tiene que pasar por aquí.

Si es que ha venido, claro.

Sé que ha venido. Lo sé. Es una de esas certezas dolorosas.

Duele tanto como romperte cinco huesos de la mano a la vez, y yo sé cuánto duele eso.

El homenaje es más largo que un día sin pan. Cuando acaba empieza un desfile de caras aburridas. La distingo a la distancia y al instante, a pesar de que nunca la he visto a la luz del día ni demasiado claramente.

Doña Rosa diría que el amor tiene estas cosas. Probablemente diría que la distinguiría hasta con los ojos cerrados. Yo no diría tanto, aunque quizás si estuviera lo suficientemente cerca como para olerla… quien sabe.

Es delgada, estatura media y no destaca en nada en particular. Oigo su risa y me contagia al instante. Noto el mismo instante en que me ve y me reconoce. Su risa se convierte en sonrisa y se queda un poco cortada. Sin embargo no se la ve sorprendida, o quizá es que disimula muy bien.

Llega hasta mí su aroma a rosas y violetas, esta vez sin olor a medicamentos y polvo. Me asalta la certeza de que realmente es ella, como si sus ojos y su sonrisa hubieran podido engañarme…

-Rubén –digo estúpidamente.

Ella sonríe y me saluda con un gesto de la cabeza.

-Encantada, Rubén. Soy Alicia –responde.