EL
INGREDIENTE SECRETO
“…Katriona, la vengadora vampira,
acarició el aire a unos escasos dos milímetros de donde se hallaba la piel de
su amante lacustre, lamentando el hecho de que su simple roce pudiera matarle.
-Algún día –musitó Jaar-arrel con su leve
acento burbujeante a causa de las branquias que adornaban los elegantes
costados de su fuerte cuello.
-Algún día –respondió Katriona, con una
voz apenas audible, bajando la mano, convertida ahora en una garra de furia-.
Algún día mataré al troll que nos hizo esto amor mío. Algún día lograremos
estar juntos…
Jaar-arrel sonrió de una manera que
iluminó su cara llena de escamas de un modo que encogió el corazón otrora frío
de Katriona. ¿Cómo había podido una criatura como él convertirse en lo más
importante de su vida?
-Algún día –dijeron los dos volviendo la
vista hacia la montaña donde moraba su última esperanza de estar juntos.
Allí, en una profunda cueva llena de
trampas se encontraban el libro y el cáliz de Moorfuzz, el viejo mago que había
creado todos los hechizos habidos y por haber en el mundo. Si los encontraban
quizás… sólo quizás…
¡¡¡¡¡PERO
ESO LO LEERÉIS EN LA PRÓXIMA AVENTURA DE KATRIONA, LA VENGADORA VAMPIRA, Y
JAAR-ARREL, SU AMANTE LACUSTRE, MUY PRONTO EN TODAS LAS LIBRERÍAS Y GRANDES
SUPERFICIES!!!!!
María
apartó el manuscrito con una leve mueca de incredulidad. ¿Y era “eso” lo que
estaba salvando a su editorial de la quiebra? Todos estaban de acuerdo en que
no era un buen momento para la lírica, como suele decirse, pero vampiros y
amantes lacustres… pero la moda es la moda y hay que sobrevivir.
Alzó
la mirada hacia Rafael Cardona, su adjunto en las labores de editor, que la
miraba con una inexplicable sonrisilla en los labios, y trató de fulminarlo con
su legendaria mirada. No funcionó, pero al menos él dejó de reírse.
-Y
bien, Morticia, ¿cuándo crees que tendrás el siguiente manuscrito? –le preguntó
a la indescriptible criatura que se sentaba ante ella. Aunque decir que estaba
sentada era decir demasiado…
Rebeca
Solís, alias Morticia, estaba derrengada encima de su carísima silla de cuero,
clavando sus tacones de aguja sobre el asiento, dejando su huella indeleble
sobre él, como en el bote de bolígrafos, donde había marcado unas bonitas
huellas dactilares de maquillaje blanquecino.
Vestía
lo que sólo podía calificarse como capas y capas de harapos de colores que
viraban del gris oscuro al negro, pasando por el antracita, con alguna ligera
nota en vivo rojo sangre. Llevaba el pelo cardado enmarañado y entreverado de
plumas de cuervo (o al menos ella creía que lo eran), y telarañas.O quizás eran
sólo pelusas de la almohada. Su maquillaje era lo únicamente destacable en
ella, porque Rebeca Solís, alias Morticia, no era tonta, sabía que era hermosa,
y que tenía una imagen que mantener, así que su rostro siempre estaba
perfectamente maquillado y sería la envidia del mismísimo Marilyn Manson.
Sus
increíbles ojos grises, sorprendentemente claros miraban en ese momento a María
cargados de malicia.
-Pues
no lo sé, Mary –respondió, pronunciando su modo a la inglesa, sabiendo muy bien
que a María le sacaba de quicio-, ya sabes que eso no depende de mí… la
inspiración viene y va…
Muy
cerca de ella Rafael ahogó las risas fingiendo un ataque de tos. María lo
ignoró. En ese momento necesitaba toda su concentración para darle una lección
a esa niñata. Decidió que esta vez no pasaría de un par de caprichos baratos,
al fin y al cabo, nadie sabía mejor que María que Morticia no era
imprescindible…
-Necesito
vacaciones –comenzó la muy perra-. La última novela de Catalina ha sido más
dura que las demás…
-Se
llama Katriona… -masculló María apretando los brazos de su silla hasta que los
nudillos se le volvieron blancos como el hueso-. ¿Cómo vas a hacer la rueda de
prensa de esta tarde si ni siquiera sabes los nombres de los protagonistas?
Los
ojos de Morticia se volvieron, inocentes como los de un bebé, hacia Rafael.
-¿Otro
resfriado? –intervino el caballero en su brillante armadura.
María
puso los ojos en blanco, tanto que le hicieron juego con los nudillos.
-Largo
de aquí, niñata. No quiero verte hasta dentro de dos horas. Rafael te dará unas
notas sobre la novela y quiero que te las aprendas de memoria. Si cuando tus
fans te pregunten qué número de pie calza Katriona no te lo sabes, te pondré de
patitas en la calle, ¿me entiendes?
Morticia
hizo honor a su nombre y lució una palidez digna de su apodo antes de abandonar
la oficina tropezando con sus propias botas de tacones de sadomasoquista.
María
tecleaba en el teclado de su ordenador sin escribir realmente nada, simplemente
por mantener las manos ocupadas.
Cerca
de ella, Rafael rondaba a su alrededor con las manos llenas de carpetas, aunque
en realidad no hacía nada con ellas.
-Adelante,
dilo –comenzó María-. Me he cargado a la gallina de los huevos de oro.
Sorprendentemente
no lo dijo con tono de pesadumbre o de autoconmiseración, sino que se la veía
satisfecha y aliviada. Buscar a otra chica gótica menos problemática sería
coser y cantar, era lo que tenían las modas. Con sólo chasquear los dedos,
tendría otra Morticia, u otras doscientas.
Rafael
carraspeó.
-La
verdad era que no pensaba en Rebeca –él siempre la llamaba Rebeca, quizá se
debía a que tenía una hija adolescente a la que casi no veía, y aunque las dos
jóvenes no tenían absolutamente nada en común, se la recordaba un poco, como
una piedra a una alcachofa.
-¿Ah,
no? ¿En qué pensabas entonces? –preguntó María, desarmada por el leve temblor
que había detectado en la voz de Rafael. No podía ser. No después de tantos
años.
Rafael
dejó las carpetas de golpe sobre su mesa y se volvió hacia María, enfrentándola
como Napoleón a su Waterloo particular.
-Hoy
es San Valentín –dijo con las manos a la espalda, quizás para disimular que le
temblaban un poco.
María
disimuló una miradita a la caja de bombones medio vacía que escondía bajo una
conveniente pila de papeles. Tenía forma de corazón y llevaba impresa la
portada de la anterior novela de Katriona y su amante lacustre, “Venganza
escamosa”. Algunos de los bombones estaban rellenos de una gelatina rojiza que
simulaba ser sangre y otros estaban decorados con escamas de chocolate y tenían
un extraño regusto a pescado, pero estaban buenos, y eran gratis…
-No
tenía ni idea –mintió, sólo para fastidiarle, aunque no le engañó ni por un
segundo.
-Como
me imagino que no tienes planes… -contraatacó Rafael con inquina-, he pensado
que podríamos cenar juntos. Nada romántico –añadió para estropearlo-, sólo para
hablar y contarnos nuestras penas… antes lo hacíamos todo el tiempo…
“Antes”
Rafael estaba casado y ellos tenían un lío apasionado que era un secreto a
voces en la editorial, e incluso para Clara, la mujer de Rafael, que le había
abandonado llevándose a su hija adolescente muy lejos de la perniciosa
influencia de María. Curiosamente, su aventura había terminado junto con el
matrimonio de Rafael y desde entonces lo único que habían compartido habían
sido reuniones aburridas con aburridos escritores y excéntricas muchachas
pasadas de vueltas.
Sin
saber por qué, María se encontró echando de menos aquellas tardes robadas con
ese hombre cariñoso y comprensivo que le había robado a otra y que no había
sabido conservar cuando había podido ser sólo suyo.
-Prepararé
algo en mi casa –se encontró diciendo-. Haré mousse de chocolate, sé que te
encanta.
Rafael
enarcó una ceja de aquella manera que hacía que a la mitad la plantilla de la
editorial (y no solo a la mitad femenina) le temblaran las piernas.
-Creo
que esos bombones te están volviendo blanda, querida.
-Mira
quien fue a hablar –replicó María tendiéndole el resumen que había elaborado
para que se lo diera a Morticia-. Dile que se lo aprenda bien, no quiero una
mala crítica de esta novela. Un buen ejercicio anual y me podré retirar en
cinco años.
Rafael
rió su chiste particular, tomó el resumen, le echó una mirada por encima y
clavó en María una mirada que hizo que ella volviera a mirarle, incapaz de
concentrarse en lo que tenía que hacer.
-¿Algo
más?
-¿Cuándo
vas a escribir algo decente para variar?
Esta
vez fue María la que alzó una ceja, aunque ese gesto no resultaba tan sexy en
ella ni de lejos.
-¿Estás
insinuando que las novelas sobre Katriona y su amante lacustre no son dignas de
mi talento? Te recuerdo que, para empezar, se supone que ni siquiera sabes que
las escribo yo, querido.
-Pero
da la casualidad de que me reconozco en el personaje del chico pez, cariño. ¡Si
hasta enarca la ceja como yo!
-¡Upps!
¡Qué desliz! Tómatelo como un homenaje –dijo, con un gesto de la mano que él se
tomó como lo que era realmente, una despedida en toda regla.
Con
un bufido que no concordaba para nada con su imagen de tipo educado y elegante,
Rafael abandonó el despacho que compartía con María y buscó a Rebeca, la joven
que representaba el papel de autora de las novelas que escribía María y que no
se atrevía a publicar con su nombre.
La
encontró en un rincón semipenumbroso, abrazada a una enorme taza de té humeante
y a un más enorme aún tomo de “Guerra y paz” de León Tolstoi.
-Si
María te pilla con eso le da un patatús –bromeó Rafael, sentándose en el
decrépito brazo del sillón que ocupaba la joven, modosamente sentada con las
piernas recogidas, como toda una señorita.
-Si
se lo dijeras no te creería, las dos tenemos que mantener nuestra imagen de
chicas duras –respondió Rebeca, metiendo una de las plumas negras de su cabello
entre las páginas a modo de marcador-. Dame ese resumen. Le echaré un vistazo,
aunque seguramente sé más sobre Katriona y Jaar-arrel que la propia María… soy
la presidenta de su club de fans… -añadió, aunque por su cara Rafael jamás
hubiera podido decir si lo decía en serio o no.
Rafael
le sujetó la taza de té, tratando de evitar la tentación de husmear su
contenido, mientras ella pasaba rápidamente las apenas cinco hojas del resumen
que había redactado María sobre la última novela sobre la vengadora vampira.
-Puedes
pegarle un sorbo, es sólo té con limón –murmuró la muchacha mirándolo por el
rabillo del ojo al pasar la página tres-. Por cierto, ¿se lo has pedido?
Rafael,
que había aceptado el ofrecimiento, estuvo a punto de atragantarse con el
líquido ácido y ardiente, endulzado apenas con un poco de miel.
-Joder,
niña, ¿a ti no se te puede ocultar nada?
Rebeca
le dedicó su sonrisa más puramente Morticia, la que más sacaba de quicio a
María.
-Rafael,
querido –dijo, imitando magistralmente a la editora-. Yo aquí soy como Dios, lo
sé todo antes de que ocurra. Bueno –siguió, recuperando la sonrisa aniñada que
reservaba para Rafael-, ¿se lo has pedido o no?
Rafael
suspiró y asintió con la cabeza tras admitir su derrota. No tenía nada que
hacer contra aquel par de brujas maravillosas.
-Sí,
cenamos esta noche en su casa.
Rebeca
emitió un gemido sensual muy poco juvenil que hizo que Rafael le lanzara una
mirada alarmada.
-Eso
es como avanzar seis casillas de golpe, amigo. No desperdicies la oportunidad.
Nada de bombones, ni de flores… si acaso rosas rojas, y un buen vino…
-¿Cómo
sabes tanto de estas cosas?
Rebeca
imitó su legendario gesto de la ceja enarcada de una manera bastante acertada.
-Rafael,
tengo veinticuatro años.
-¿En
serio?
Ella
puso los ojos en blanco.
-No
hace falta que alucines tanto, el maquillaje y el estilismo ayudan mucho. Hazme
caso, Rafael, te lo digo como amiga. Quizás sea tu última oportunidad. María es
un hueso duro de roer. Échale huevos o… en fin… no creo que haga falta que diga
nada más.
María
trató de disimular su satisfacción tras la rueda de prensa.
Estaba
contenta. Más que contenta.
Las
fans estaban contentas.
Los
periodistas estaban contentos.
Y
Morticia se había portado inesperadamente bien. Había estado centrada y había
respondido bien y educadamente a todas las preguntas, y sólo por eso se merecía
un premio, quizás un nuevo modelito.
-Rebeca, querida… -comenzó con su voz de cuando estaba
feliz, o sea, dos tonos por encima de lo normal, lo cual crispaba los nervios
de sus interlocutores.
-Hola,
Mary –respondió la muchacha, sólo por fastidiarla, lo cual bajó el tono de voz
de María dos tonos, dejándolo en su tonalidad habitual.
-Sólo
quería felicitarte por lo bien que lo has hecho esta tarde.
-Vaya,
gracias. Un cumplido de tu boca no se escucha todos los días. Me ha dicho Rafa
que esta noche habéis quedado.
María
entrecerró los ojos y buscó a Rafael por la sala. ¿Por qué diablos le había
contado a esa mocosa lo de la cena?
-¿En
serio? –preguntó María, con voz gélida.
-Me
han dicho que la sangre es un afrodisíaco excelente –comentó la joven como al
desgaire antes de dejarla boqueando como un pez que se ha quedado sin agua de
repente.
María
había preparado una ensalada de canónigos, roquefort y nueces de primero,
merluza en salsa verde de segundo y planeaba preparar mousse de chocolate, el
postre favorito de Rafael, para terminar.
Habían
quedado en que él llevaría el vino, y María guardaba una botella de champagne
Veuve Clicquot en el frigorífico esperando a una buena ocasión, y aquella lo
era, sin duda.
Estaba
rallando el chocolate negro sobre la nata hervida cuando sucedió el
“incidente”. María no sabría decir qué diablos la había distraído, pero el
rallador se le deslizó, arañándole la piel de la palma de la mano y
arrancándole cinco gotas de sangre oscura y brillante, que cayó y se mezcló muy
pronto con el resto de los ingredientes de la mousse.
Sufrió
un instante de pánico. Tomó la cazuela y estuvo diez segundos exactos con ella
bajo el grifo, a punto de tirarlo todo.
Era
asqueroso.
Era
antihigiénico.
Era
sangre.
Su
sangre.
“Me han dicho que la sangre es un
afrodisíaco excelente”.
Las
palabras de Morticia se inmiscuyeron en su cabeza como serpientes venenosas y
antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, había mezclado los
ingredientes y había montado la mousse, dejándola lista para el postre.
Rafael
llegó a la hora convenida. Parecía tranquilo y se ofreció a poner la mesa, como
cuando eran amantes y todo aquello era lo más normal del mundo.
Durante
un par de horas María se olvidó del “mousse con sorpresa”, como había comenzado
a llamarlo dentro de su cabeza.
“Oh,
maldita Morticia, seguro que ahora mismo estarás retorciéndote de risa en tu
ataúd de diseño”, pensó María mientras sacaba las elaboradas copas de la nevera
y las colocaba en la mesa.
-Me
encanta tu mousse –sentenció Rafael, tomando una cuchara y atacando el cremoso
postre sin miramientos.
María
lo contempló con horror durante unos segundos, debatiéndose entre contarle la
asquerosa verdad o mentirle y dejarle que se comiera el aderezado postre.
Más
o menos a la mitad de la copa, Rafael se dio cuenta de que ella no comía.
-¿No
vas a probarlo, por lo menos? Te juro que te ha salido mejor que nunca… no sé,
tiene un toque distinto…
María
consiguió esbozar una sonrisa tensa y alzó una cuchara con una cantidad mínima
de mousse en la punta.
“Joder,
pensó, a mí no debería darme asco, al menos es mi propia sangre”.
Sucedió
algo extraño al meterse la mousse en la boca.
Estaba
buena. Realmente tenía un “toque” distinto… quizás era la sangre o quizás era
otra cosa. El caso es que María se encontró tomando un segundo bocado, y un
tercero.
Y
así muy pronto ambos habían terminado sus copas de postre.
Se
miraron desde los lados opuestos de la mesa, con las mejillas sonrosadas, los
ojos brillantes, un calor sospechoso arremolinándose en ciertas partes de sus
cuerpos dormidas durante mucho tiempo.
Ninguno
de los dos sabría nunca quién dio el primer paso, pero lo siguiente que supo
Rafael fue que María lo estaba besando como no lo había hecho nunca, con
abandono, con cariño, con deseo, con amor.
Y
Rafael… si eso era lo que había sentido siempre por ella, ¿por qué diablos no
se lo había dicho nunca? ¿Acaso estaba tan ciego que no se había dado cuenta de
que ella sentía exactamente lo mismo?
Camino
al dormitorio, María y Rafael fueron dejando atrás las copas de mousse
olvidadas, prendas de ropa desperdigadas, recuerdos dolorosos abandonados,
vergüenzas exiliadas… y cuando al fin llegaron a la cama y se abrazaron al fin,
solos el uno con el otro, el uno contra el otro, se dieron cuenta de que no
necesitaban nada más.
María
despertó cuando la luz del amanecer comenzó a entrar por la ventana,
destrozándole los sensibles ojos, como
si hubiera pasado toda la noche de juerga.
Le
dolía todo el cuerpo, aunque no era un dolor desagradable en absoluto, se dijo
con una sonrisa traviesa…
Al
ir a acariciar el brazo desnudo de Rafael, que aún le ceñía la cintura como si
fuera a desaparecer en cualquier momento, sintió una punzada dolorosa en la
palma de la mano y recordó la herida producida por el rallador.
Todos
los recuerdos de ayer le vinieron encima como un cubo de agua fría.
Aunque
claro… lo que había ocurrido no tenía que haber sido necesariamente a causa del
“ingrediente secreto”…
En
todo caso, era sábado y tenía todo el fin de semana entero para disfrutar de su
redescubierta pasión. Ya se preocuparía el lunes, si tenía que hacerlo.
-Joder,
¿quién iba a pensar que la sangre en la mousse iba a producir ese efecto?
–murmuró casi con una sonrisa.
Nada
más decirlo supo que su idílico fin de semana podía haber terminado aún antes
de empezar, porque sintió que el brazo de Rafael se tensaba alrededor de su
cintura.
¡Oh,
mierda! ¿Realmente lo había dicho en voz alta?