miércoles, 20 de noviembre de 2013

SOBRE MANIFIESTOS Y VERDADES

Cuando yo llegué a este mundillo, hace cosa de 10 meses, ya sabía lo que había. 
Conocía el funcionamiento de los grupos, la publicidad, los blogs y sus estrategias de enlazarse, y otras cosas similares.
No me gustaban, nunca me han gustado, pero estaba dispuesta a pasar por ello, al menos por parte de ello, porque se supone que "hay que hacerlo".

Sin embargo, mi experiencia es que no es cierto.
Casi desde su publicación, mi primera novela se puso número 1 en el ránking de romántica en Amazon.com, y siguió allí durante varios meses. Todavía sigue entre las diez primeras en suspense romántico y en el top 100 de libros en español. Las demás, mal que bien, se mantienen también en distintas categorías, si no todas, la mayoría. Incluso en España se venden alguna vez, aunque aquí nunca he funcionado del todo, tal vez porque no entré en el juego de regalar libros y cumplidos a diestro y siniestro. Francamente, para mí las reseñas, si no son sinceras, no valen un pimiento.
No voy a negar que el éxito de "Olvida el pasado" fue una sorpresa para mí. ¿Fue suerte? Sin duda. Desde luego, funcionó por sí misma, porque yo no conocía a nadie, y sigo sin hacerlo, no hacía apenas publicidad, y sigo sin hacerla, y ni siquiera tenía el perfil de FB que tengo ahora. Si llegó y sigue allí es, sobre todo, por los lectores, que algo le verán.
Lo que sí es cierto es que no le debo nada a nadie, excepto a mis lectoras cero, que me ayudan en la creación de la obra, y a mis lectores, que son los que me aguantan.
Durará el tiempo que sea, tal vez mañana todo esto sea historia, pero no nos engañemos, no somos nadie, por mucho que estemos arriba en una lista y seamos bestsellers (sí, a mí me etiquetaron así). He vendido y lo sigo haciendo, más de lo que nunca hubiera esperado, teniendo en cuenta que para mí entrar en esto fue un experimento. Pero lo único que nos vamos a llevar es ser consecuentes con nuestras ideas y hacer las cosas lo mejor que podamos. Si hay algo que siempre me he considerado es precisamente, aparte de cabezota y rara de narices, consecuente.

Que no se me entienda mal. Cualquier método es bueno si te ayuda. Pero ver lo que estoy viendo en los últimos tiempos hace que me dé cuenta de que no merece la pena pasarlo mal si el peloteo y pedir favores no es lo tuyo. Y no es lo mío, francamente. 
A partir de ahora me podréis encontrar, si os apetece, en mi muro y en el blog. Si me paso algún día por algún grupo, será para ver alguna de las bonitas discusiones que se ven últimamente por esos lares, donde se ensalza y se vitupera a autores con una facilidad asombrosa... si tienes la suerte de que no te ignoren.

En definitiva, bienvenidos los que se queden, adiós los que se vayan.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

SOBRE CUENTAS ATRÁS...

Bien, pues digamos que ya está. Parte del trabajo, la parte que más me gusta, está hecha. O sea, escribir.
Ahora toca el trabajo duro de verdad: leer, releer, tratar de hacerlo con objetividad, limar, relimar, aceptar lo que los demás creen que debes cambiar, rezar para que no sea demasiado y... ponerse a ello de cabeza.
No es un secreto que corregir no me gusta. A otros les encanta, pero a mí no, básicamente porque nunca estoy al 100% satisfecha del resultado y siempre termino sacrificando algo que me gusta para mejorar, porque sé a ciencia cierta que está mejor fuera.
En definitiva, en unas semanas, tal vez menos, la historia de Alain, a la que todavía no sé qué título poner (eso siempre se le ha dado mejor a él), estará en la calle, bajo la intemperie. ¿Gustará? En serio digo que es lo de menos para mí. ¡¡Lo bien que lo he pasado no me lo quita nadie!!



viernes, 8 de noviembre de 2013

SOBRE FORMAS DE TRABAJAR (Y VAN... HE PERDIDO LA CUENTA)

Vaya por delante que todos los métodos de trabajo son válidos, siempre y cuando a uno le funcionen, aunque es evidente, y eso nadie puede negarlo, que los resultados no siempre son iguales.
Nadie puede negar que una buena planificación, un trabajo diario y la disciplina siempre darán un mejor fruto (la calidad es otra cuestión) que una obra escrita al albur de la inspiración, sin plan definido, cuando me venga en gana y a salto de mata. Esta última obra puede ser buena, es obvio, si la calidad del autor es indiscutible, pero el trabajo de corrección siempre será mayor. 
Recordad: un buen trabajo antes y durante te ahorra un trabajo duro después (o al menos lo facilita).

Al hilo de una "conversación" que he tenido por ahí con gente que despreciaba (ellos decían que lo respetaban, pero no es cierto, porque decir que algo es ridículo e infantil a mí no me parece respetar) la extendida costumbre de contar el número de palabras que se hacen a diario, yo diré por qué las cuento y cómo lo hago.
Uso una página llamada Sarra cannon´s wordmeter, aunque supongo que habrá mil parecidas. Este está en inglés, pero es tan básico que se entiende sin problemas. En todo caso, supongo que los habrá en castellano también. Creo un contador (son totalmente personalizables y puedes tener todos los que quieras), le pongo el título, si lo tiene, mi nombre y el número de palabras que quiero alcanzar en total. Cada día voy añadiendo lo que he avanzado y el progreso aparece en una barra de lo más mona, junto con un % de mi evolución. No sabéis hasta qué punto anima ver que vas alcanzando tu objetivo señalado, o ver que incluso puedes superarlo. 
Puede que algunos crean que los que decimos que hemos escrito X al día lo hacemos por fardar o que nos digan que somos unas máquinas, pero realmente se trata de algo totalmente psicológico, un estímulo propio. Es lo mismo que ponerse una fecha. ¿A quién no le agrada cumplir su objetivo? A mí, desde luego, me da un subidón ver que lo consigo. Es importante saltar tus propias barreras mentales.

Otra cosa que hago es que nunca, o casi nunca, releo lo que he escrito durante el día. Lo hago y lo cierro. Escribo toda la obra de una sentada y la leo toda junta una vez "terminada". Cuando corriges sobre la marcha nunca sabes si lo que haces va a cuadrar con lo anterior. Es mejor apuntar la idea y añadirla luego si es necesario, porque esa idea, al leer después, es posible que no cuadre. 
Yo antes no trabajaba así, pero me recomendaron este método y creo que es mucho mejor. Se avanza mucho más en la escritura si no te paras a cada momento y luego se corrige el conjunto, que al fin y al cabo es lo que será la obra final, por no decir que no te tiras media vida corrigiendo (que es un trabajo bastante ingrato a veces). 
Recordemos que una novela o relato no es un conjunto de escenas, sino una obra total, y como tal debe ser leído y corregido. Al leer el conjunto se ve si funciona en cuanto a ritmo, personajes, trama, etc, algo que no se ve si solo vemos el asunto escena a escena.

Y, en definitiva, así trabajo. A mí me funciona. A otros les funcionará otro método y no dejará de ser bueno, si es que les va bien.

Nota mental: sé que  no debería dejarme incitar por lo que dice cierta gente, ¡¡pero es que han dicho que no tengo sentido del humor!!

martes, 5 de noviembre de 2013

EL SECRETARIO: APERITIVO...

LA ENTREVISTA

Permítaseme parafrasear a la gran Jane Austen, a mi peculiar manera, eso sí, y decir que toda autora, como todo el mundo sabe, necesita un secretario. Alguien que recoja los papeles, las ideas, que lo ordene todo, y que además haga las correspondientes correcciones. En definitiva, alguien que haga el trabajo sucio.
Así que yo había decidido contratar a alguien para estas tareas. Daba por descontado que haría otras además de estas, como prepararme algún té de vez en cuando y coger las llamadas, atender a los periodistas si es que algún día llamaban a mi puerta y llevar las cuentas, para lo cual soy un auténtico desastre.
Y luego estaba el motivo no declarado: tener secretario da empaque.
Di por ahí que tienes secretario y ya verás cómo te miran distinto, como si fueras alguien. A mí no es que eso me quite el sueño, el qué dirán me la trae bastante al pairo, pero soy consciente de que en mi trabajo la imagen es algo importante. Ya que mi imagen física no es muy allá, mi secretario se encargaría de cumplir ese rol de seriedad que yo no tenía. De algún modo, yo creía que él (o ella) se encargaría de esas cosas de la imagen y yo podría dedicarme a lo que debería hacer realmente una escritora: escribir.
Por esas cosas de terminar la labor cuanto antes, decidí poner un anuncio y hacer todas las entrevistas el mismo día. Sería un coñazo, pero bueno, para ser un poco más libre hay que sufrir, pensé.
Debería haberme mosqueado en el primer instante, pero la verdad es que no caí en la cuenta hasta más tarde. Yo recibía a los candidatos en mi despacho, algo arreglado para la ocasión (y para no asustarles antes de tiempo) y, tras la entrevista correspondiente, sencilla y al grano, les decía a cada uno de ellos que le dijeran al siguiente que pasara.
A mí me parecía extraño que todos fueran hombres, pero bueno, esas cosas pasan a veces. La crisis ha hecho estragos y los hombres ahora hacen cosas que nunca antes hubieran hecho, como aceptar puestos asociados a las mujeres. (No pongáis esa cara, ¿cuántos secretarios hombres conocéis?).
Cuando ya habían pasado unos cuantos, pensé que algo ocurría, así que asomé la cabeza al fin. Y entonces recordé el anuncio y caí en la cuenta:

“Se necesita secretario. Imprescindible buen uso del lenguaje, paciencia y muchas ganas de trabajar. Abstenerse gente con prejuicios.”

Maldita corrección política, pensé. Al parecer a todo el mundo se le ha olvidado que existe algo llamado lenguaje neutro. Ahora entendía que no se hubiera presentado ni una sola mujer (véase entender con toda la ironía del mundo). Secretario no necesariamente implica que el indicado tenga que ser un hombre, me dije con un suspiro.
En fin, de perdidos al río.
Ya estaban allí y no los iba a echar.
Había de todo, desde jovencitos con pinta de intelectuales que no paraban de soplarse los flequillos, hasta maduros con cara de trasnochados y carpetas enormes bajo el brazo, que echaban miradas nerviosas a sus contrincantes, como temiendo que hubiera un factor de edad determinante.
Volví al despacho, dispuesta a terminar la tarea, no siempre sencilla. Hubo uno, de hecho, de infausto recuerdo, que no paró de hablar en todo el tiempo en que estuvo dentro. Puse en un margen que hablaba demasiado y lo despaché… y era una lástima, porque era el que mejor currículum tenía hasta ese momento. Y qué decir del resto. Uno a uno fueron pasando por mi despacho, presentándome unas credenciales que me dejaron abrumada en unos casos y sorprendida en otros. Estaba mal la cosa, ciertamente. Informáticos, profesores jubilados, escritores en busca de una oportunidad y que aprovechaban para intentar colarme un manuscrito…
Ya pensaba que había terminado y estaba a punto de encerrarme para deliberar cuando vi que todavía quedaba el último candidato.
Estaba sentado en una esquina, leyendo tranquilamente un libro inmenso, como si la cosa no fuera con él. A sus pies, una cartera de cuero con pinta de haber vivido tiempos mejores. Bien vestido pero no impresionante, elegante pero sin pasarse. Atractivo pero no de los que llaman la atención en exceso. Si tuviera que elegir una palabra para calificarlo sería la siguiente: discreto.
Lo observé unos instantes en silencio sin que se diera cuenta, pero él siguió leyendo.
Carraspeé al fin. Él alzó una mano, como mandándome callar.
Siguió leyendo un poco más, quizás un minuto. Al fin vi que pasaba de página, que parecía ser el final del capítulo, asentía con la cabeza, colocaba un marcapáginas vetusto, se levantaba, y me precedía a mi despacho.
Se sentó sin que se lo pidiera. Sacó una hoja de papel de su cartera, la puso sobre mi mesa y me miró en silencio. Bastante sorprendida por su actitud, sin saber si era todavía más antisocial que yo o simplemente maleducado, la miré antes de sentarme.
La lista de carreras y estudios era impresionante, tanto que pasé de seguir leyendo.
Fruncí el ceño y lo miré.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
Tenía acento francés. Volví a mirar la hoja. Alain Panphile. No me reí, estoy acostumbrada a escuchar nombres peores sin reírme. Aunque me costó, lo reconozco.
—Ahórreme las bromas por el nombrecito –dijo, aunque no parecía preocupado de que las hiciera. Se ve que tenía el culo pelado.
Me senté en mi silla y dediqué varios minutos a leer su currículum.
—Algo me dice que no tiene usted nada de pánfilo –dije al llegar al final de la lista de trabajos anteriores. Era tan apabullante que se me juntaban las letras de solo pensar en lo que supondría tenerlo allí.
No sonrió, pero estoy segura de que hubo algo de regocijo en su mirada. Eso no quiere decir que le hiciera gracia tampoco. Alain Panphile no parecía el tipo de persona que se ríe con los chistes. Ni con nada.
—¿Cuándo empiezo?
Se había levantado y había recogido del suelo su cartera, y de la mesa su libro. Me miraba como si leyera todos mis pensamientos.
—¿Qué le dice que le voy a escoger a usted?
Ahora sí sonrió.
—La he investigado. Nadie lo hará como yo, créame.
Es un prepotente, pero era decididamente el mejor candidato.
Y obviamente, le contraté.
Y solo de vez en cuando pienso que debería preocuparme por el hecho de que parece conocerme un poco… demasiado…


Cuando vi a Lorito esperando para ser entrevistado sentí… cómo decirlo… inquietud. Era el único entre todos los presentes que podía hacerme algo de sombra. El resto de los candidatos eran mediocres como poco.
Me pregunté cómo una autora desconocida y sin prestigio había conseguido atraer a tal cantidad de candidatos para un puesto tan insignificante como ese. Solo la desesperación podía hacer que alguien mínimamente inteligente decidiera enterrarse en un antro como ese, corrigiendo manuscritos absurdos con historias románticas inverosímiles y llenas de errores sangrantes. Solo la crisis podía justificar que hubiera allí más de dos personas.
Pero yo deseaba ese puesto. Lo deseaba tanto que casi dolía. Ese puesto representaba seguridad y estaba dispuesto a hacer lo que fuera para conseguirlo.
-Alain -me saludó Lorito, más comedido de lo usual. Era evidente que me consideraba su rival más peligroso y prefería mantener las distancias¾. Cuánto tiempo.
Sentí su mirada recorriéndome, seguramente tratando de averiguar por mi aspecto si los rumores eran ciertos. Mi fachada permaneció inmutable, e incluso estiré los labios en una sonrisa que no debió parecer demasiado amable, a juzgar por cómo se removió en su sitio.
-Sí, mucho tiempo -respondí, antes de volver a mi libro, cortando toda posible conversación.
Fui viendo cómo desaparecían todos uno a uno, sabiendo que ninguno tenía nada que hacer, salvo tal vez Lorito. Su currículum no era tan impresionante como el mío, pero ¿quién sabe qué impresiona a una ignorante autora de romántica? Solo había que ver esa casa para ver que era tan caótica en todo como en sus obras. Si no fuera por ese pequeño rasgo a su favor que la diferenciaba de las demás y que había descubierto en su expediente, jamás hubiera respondido a ese anuncio.
Cuando al fin fue mi turno, me cogió justo al final de un capítulo, algo imperdonable, así que la hice esperar hasta que terminé. Ella se enfadó, obviamente, pero un autor debería entender algo así.
La entrevista fue absurda, como todo en aquella situación. Y su aspecto no lo era menos.  Ese pelo rojo y mal peinado, esos labios rojos, ese aspecto aniñado a pesar de que ya pasaba de los 30 años. Era evidente que la seriedad brillaba por su ausencia en aquella casa.
Y, sin embargo, quería ese trabajo. Así que me arriesgué. Jugué con su curiosidad,  y tal vez me pasé y la asusté al decirle que la había investigado, pero supe que había funcionado cuando ella entrecerró los ojos y me dijo que ya me llamaría.
Ya sé que es lo que se suele decir en estas circunstancias, pero con un currículum como el mío, siempre me llaman, es un hecho.