Yo no soy Mr. Scrooge.
Tampoco es que adore la
Navidad, las luces horrorosas que decoran las calles, el espumillón, las bolas
enormes, los renos, los tíos gordos vestidos de rojo y, sobre todo, la
obligación de sonreír y ser feliz, pero no la odio.
No la odio… del todo.
Pero tengo ese pequeño
problemilla.
Vamos, soy algo antisocial.
Hasta que empecé a vivir con Alain (y con Lorito, que todavía sigue por aquí),
yo nunca me había considerado una persona familiar. Y sigo sin serlo. Aunque
soy feliz. Relativamente. Todo lo feliz que puede serlo alguien como yo.
-Solomillo.
-Pescado.
-Ni hablar. Cordero.
-Poularde.
-No me vengas ahora haciéndote el políglota, comeremos algo typical spanish. Y habrá turrón, y
zambombas. Y anís.
Mis dos secretarios,
enfrentados nariz contra nariz, se peleaban por el menú navideño. Teniendo en
cuenta que ellos eran los que iban a cocinar, yo no iba a meterme. Lo que no
iba a perdonar era el champán del bueno. Y de eso se iba a encargar Alain, que
por algo tenía contactos. De Lorito no me fiaba, que le había dado un arrebato
extraño y nacionalista y decía que había que hacer boicot a los productos
extranjeros, por deliciosos que fueran.
Al menos no habría más
invitados, lo cual era una suerte tremenda. Aunque tres era una multitud en
según qué circunstancias, ya me había acostumbrado tanto a la presencia de
Lorito que le echaría de menos cuando se fuera, si es que eso ocurría algún
siglo.
De alguna manera Alain
había conseguido convencer a sus padres (oh, sí, había unos Madame et Monsieur Panphile) de que ese
año no podría ir a pasar las fiestas en Francia por asuntos de trabajo. Tal vez
debería haberme enfadado por el hecho de que no me nombrara, pero la
alternativa, el hecho de “hacerlo oficial”, me acojonaba más que la mentira,
así que lo dejé pasar. Por su cara después de la llamada telefónica supe que la
conversación no había acabado bien, pero me consoló (soy egoísta a veces, pero
me da igual) saber que con un par de mimos se le pasó el disgusto. Y muy
rápido, además.
Dejé a los chicos
discutiendo y fui a la cocina para prepararme un té.
El timbre en la puerta hizo
que cambiara de dirección por el camino.
Hacía un frío polar en ese
pasillo, pensé. ¿Hacía tanto frío antes? Toqué el radiador, pero funcionaba a
toda potencia, era extraño.
Abrí la puerta y estuve a
punto de cerrarla de golpe al ver quién había al otro lado.
-Buenas tardes, escoba pelirroja. ¡¡Feliz Navidad!!
¡Oh, mierda! ¡Ohhhh,
mierdaaaa!
Miré a mi alrededor
buscando posibles lugares por donde escapar, pero Alexia Guipur ocupaba la
única salida con su enorme cuerpo. Apestaba a perfume caro y llevaba un abrigo
que la hacía parecer todavía más grande. Sus labios rojo¾anaranjados
se abrieron en una sonrisa terrorífica.
-¿Dónde está mi croasancito?
-Alexia.
La voz de Alain, amable
pero fría, llegó desde el otro lado del pasillo.
Pude ver el anhelo en los
ojos de Alexia, tan palpable como algo vivo. Qué asco, por Diosssss. Hasta sacó
la lengua para relamerse al verle.
-He venido para traerte un regalito, por tu amabilidad
durante aquellos días, ya sabes -sus ojos pasaron por mí durante unos
instantes, antes de volver a posarse en él, como si tuviera un imán.
Alain no parecía notarlo.
Se había acercado a mí y me había pasado una mano por el hombro, acercándome.
Era algo natural para nosotros, pero vi que Alexia no se lo tomaba bien. Sacó
una caja en forma de corazón de algún sitio bajo el abrigo y se lo tendió casi
con brusquedad.
-No quiero molestar más tiempo -dijo, con un rictus desagradable en su
boca naranja.
-Claro, debes de estar muy ocupada con tu nueva obra -respondió Alain.
Era un clamor que Alexia
había vuelto a las andadas. Una nueva trilogía erótica que arrasaría en las
librerías, sin duda. Me pregunté a qué pobre desgraciado estaba torturando para
lograr la verosimilitud en sus escenas.
-Mucho. Te encantaría. He mejorado mucho.
Alain no respondió. Tomó al
fin la caja y la miró en silencio, esperando que dijera algo más.
Yo también esperaba. Sobre
todo una despedida. Una despedida corta.
-Deberías meterlos en el frigorífico -dijo Alexia
de pronto, creo que se han derretido un poco por el camino-. Son
bombones.
Alain miró la caja y
sonrió. Le gustaba el chocolate. Y Alexia lo sabía.
Lo vi alejarse por el
pasillo, sin echar ni una sola mirada atrás.
Sucedió tan de repente que
lo único que sentí fue la falta de aire en los pulmones y el dolor en las
costillas rotas. Alexia sabía dónde apretar cuando quería hacer daño de verdad,
la muy cabrona.
-Volverá a mí, maldita -masculló tan cerca de mi cara que pude
ver cada arruga poco disimulada de su cara.
No tuve tiempo de decir
nada, porque se fue tan pronto como había llegado, dejando tras de sí una nube
de apestoso perfume y a una autora con un dolor atroz de costillas.
-¿Se ha ido?
Alain y Lorito le atacaban
a los bombones que daba gusto. Ni siquiera me dio tiempo de advertirles que
podían estar envenenados. Luego pensé que ella no hubiera actuado así jamás.
Quería a Alain vivo y entero.
Asentí con la cabeza y me
senté con esfuerzo en una de las butacas del salón. Me dolía hasta el alma, y
no solo por el ataque sorpresa de Alexia.
Alain me ofreció un bombón
y yo negué con la cabeza. No quería nada que procediera de esa mujer.
Le contemplé en silencio
durante unos instantes. Estaba tranquilo y relajado como pocas veces le había
visto. Me sonrió y me descubrí pensando que era muy posible que fuera nuestra
última navidad juntos, así que iba a disfrutarla a tope.