EL SECRETARIO 2
—Supongo que se da usted cuenta…
Cuando me mira así le temo. Lo hace
directamente, sin disimulos, sin una sonrisa (casi nunca sonríe, de todas
formas), sin suavizar un ápice sus palabras. ¿Para qué?
Suspiro. No sirve de nada intentar
evitar el tema. Me lo va a soltar de todas formas. Decir que eso es lo que me
gusta de Alain, sería mentir. No hay
nada que me guste de él, porque es sencillamente desagradable, pero
trabaja bien, y para eso le contraté.
—Está usted… vagueando –la fingida
vacilación solo sirve para enfatizar el efecto de la bomba.
No por primera vez siento deseos de
mandarle de una patada en el trasero a ese bonito país del que vino, pero me
contengo y enarco una ceja, fingiendo dignidad, y una serenidad que no siento,
de paso. Me siento como si sonara la Pantoja en un restaurante italiano,
anticlimática y extraña. ¿Tiene razón este repelente individuo?
—¿Vagueo, Alain? –pregunto, con un tono
de voz que otros temerían.
Pero él no. Él es Alain Panphile, no se
inmuta por nada.
Se acerca, como para soltar con más
comodidad su discurso preparado. ¡Oh, sí! No dudéis ni por un segundo que lo ha
preparado. Es tan organizado que incluso habrá tomado notas, las habrá corregido,
lo habrá ensayado y habrá rectificado un par de veces cada posible fallo. Cuando
suelte todo lo que tenga que decir, el efecto será devastador.
—¿Cuánto tiempo hace que no se pone a
trabajar en condiciones? Se ha convertido en una persona desorganizada, que
trabaja a ratos robados, cuando le dan ganas y a la buena de Dios –pronuncia la
palabra Dios con un tono sibilante y una leve sonrisa que casi me asusta—. En definitiva…
¿dónde está su tan cacareada disciplina, señorita Grey?
Al escuchar el modo en que pronuncia mi
nombre, siento deseos de tirarle lo primero que tengo a mano, pero es mi taza
preferida, así que me contengo.
Maldito sea, tiene razón, pero no pienso
decírselo.
Me recuesto en mi silla, entrecierro los
ojos y aprieto los labios, sabiendo que parezco la bruja piruja.
—Lárgate de aquí, capullo estirado –murmuro
entre dientes, tratando de contener la voz para que no me escuche.
Sé que me oye por el brillo de su
mirada.
Se va tras agachar la cabeza a modo de
saludo, serio otra vez, como siempre, sabiendo que ha ganado y que, en cuanto
se largue, empezaré a trabajar. Por desgracia, no será para preparar los
papeles de su despido. Ya he dicho que trabaja demasiado bien.
Espero que no lo sepa nunca, pero Alain
provoca un extraño efecto en mí… Lo que está claro es que no me gusta.
Nota mental: NO ME GUSTA QUE ME
MANIPULEN.