“Se
necesita secretario. Imprescindible buen uso del lenguaje, paciencia y muchas
ganas de trabajar. Abstenerse gente con prejuicios.”
Maldita corrección política. A todo el
mundo se le ha olvidado que existe algo llamado lenguaje neutro. Secretario no
necesariamente implica que el indicado tenga que ser un hombre, me dije con un
suspiro.
En fin, de perdidos al río.
Ya estaban allí y no los iba a echar.
Había de todo, desde jovencitos con
pinta de intelectuales que no paraban de soplarse los flequillos, hasta maduros
con cara de trasnochados y carpetas enormes bajo el brazo, que echaban miradas
nerviosas a sus contrincantes, como temiendo que hubiera un factor de edad
determinante.
Uno a uno fueron pasando por mi
despacho, presentándome unas credenciales que me dejaron abrumada en unos casos
y sorprendida en otras. Estaba mal la cosa, ciertamente. Informáticos,
profesores jubilados, escritores en busca de una oportunidad y que aprovechaban
para intentar colarme un manuscrito…
El último candidato casi se me pasó
desapercibido.
Estaba sentado en una esquina, leyendo
tranquilamente un libro inmenso, como si la cosa no fuera con él. A sus pies,
una cartera de cuero con pinta de haber vivido tiempos mejores. Bien vestido
pero no impresionante, elegante pero sin pasarse. Atractivo pero no de los que
llaman la atención en exceso.
Lo observé unos instantes en silencio
sin que se diera cuenta, pero él siguió leyendo.
Carraspeé al fin. Él alzó una mano, como
mandándome callar.
Siguió leyendo un poco más, quizás un
minuto. Al fin vi que pasaba de página, que parecía ser el final del capítulo,
asentía con la cabeza, colocaba un marcapáginas vetusto, se levantaba, y me
precedía a mi despacho.
Se sentó sin que se lo pidiera. Sacó una
hoja de papel de su cartera y la puso sobre mi mesa y me miró en silencio.
Bastante sorprendida por su actitud, sin
saber si era todavía más antisocial que yo o simplemente maleducado, la miré
antes de sentarme.
La lista de carreras y estudios era
impresionante, tanto que pasé de seguir leyendo.
Fruncí el ceño y lo miré.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
Tenía acento francés. Volví a mirar la
hoja. Alain Panphile. No me reí, estoy acostumbrada a escuchar nombres peores
sin reírme.
—Ahórreme las bromas por el nombrecito
–dijo, aunque no parecía preocupado de que las hiciera.
Me senté en mi silla y dediqué varios
minutos a leer su currículum.
—Algo me dice que no tiene usted nada de
pánfilo –dije al fin.
No sonrió, pero estoy segura de que hubo
algo de regocijo en su mirada. Eso no quiere decir que le hiciera gracia
tampoco. Alain no es el tipo de persona que se ríe con los chistes. Ni con
nada.
—¿Cuándo empiezo?
Se había levantado y había recogido del
suelo su cartera, y de la mesa su libro. Me miraba como si leyera todos mis
pensamientos.
—¿Qué le dice que le voy a escoger a
usted?
Ahora sí sonrió.
—La he investigado. Nadie lo hará como
yo, créame.
Es un prepotente, pero era decididamente
el mejor candidato.
Solo de vez en cuando pienso que debería
preocuparme por el hecho de que parece conocerme un poco… demasiado…
Hombre enigmático e interesante, ya nos contarás si realmente has acertado con la elección :)
ResponderEliminarNo sé, no sé.... me da a mí que va a haber guerra continua jajaja. Somos tan raritos los dos!!
ResponderEliminarUn saludos!!
Hola linda!
ResponderEliminarMuy buen inicio de la historia!... Aunque mi lado beta se activó con la forma en que se repetía alguien y me hiciera en la primera oración, pero por lo demás está muy interesante.
Sigo!