sábado, 16 de marzo de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: UN HOMBRE NORMAL (III)

 
Paco miró al reloj. Podía esperar un poquito más.
Ella se retrasaba hoy.
Por fin escuchó el ruido del motor del ascensor. Podía ser cualquiera, pero su corazón dio un estúpido vuelco igualmente. Abrió la puerta, cogió la bolsa de lona donde llevaba las cosas del trabajo, un par de libros, algo de comer y cerró, sabiendo que al darse la vuelta ella estaría ya allí, saliendo del ascensor y saludándolo con una sonrisa, como todos los días.
Pero no venía sola hoy. Con Clara venía una rubia despampanante algo entradita en carnes y con una mirada curiosa y devoradora que se lo merendó en dos centésimas de segundo.
—Irene –se presentó, plantándole dos sonoros besos en las mejillas antes de que se pudiera dar cuenta, aprovechando las distancias cortas para palparle los músculos de los brazos y todo lo que tuvo a su alcance –soy la mejor amiga de Clara. Trabajamos juntas. ¿Cómo es que nunca me ha hablado de ti?
Paco miró a Clara, que había enrojecido visiblemente. ¿Era eso posible? Bueno, realmente no tenían ningún tipo de relación, pero… ¿por qué le molestaba tanto?
—Si yo tuviera un vecino como tú hace tiempo que le había hecho el control de calidad –añadió Irene con una sonrisa descarada.
—No le hagas caso, es una mujer felizmente casada –intervino Clara preocupada del derrotero que estaba tomando el monólogo de Irene, que parecía estar sufriendo un ataque de lujuria.
 Paco sonrió, haciendo que unos unas arruguitas encantadoras enmarcaran sus ojos.
—No pasa nada. No diré que me moleste que me echen algún piropo de vez en cuando, aunque no estoy acostumbrado.
—Hablando de piropos, se supone que ahora tú deberías devolvernos el favor. Es lo que se estila, guapo.
—¡Irene!
Clara intentó tirar de su amiga hacia la puerta de su casa, pero Irene era una mole inamovible cuando quería lograr algo con todas sus fuerzas, y ahora quería lograr un piropo de Paco, uno sincero a ser posible.
Lo vieron enrojecer y palidecer sucesivamente, luchando por saber si todo se trataba de una tomadura de pelo o si Irene hablaba en serio. Al final se rindió e hizo una reverencia.
—Lo siento, pero no hay piropo en el mundo capaz de igualar la belleza y encanto de semejantes beldades, y yo llego tarde a trabajar. Un placer.
Tras mirarlo marchar entre suspiros, Irene se volvió hacia Clara mientras asentía.
—Vale, merece la pena, pero el mamón se ha largado sin darme un beso siquiera.
Clara rió.
—¿Cómo te atreves siquiera a hablarme después de lo que has hecho?
—Pero, ¿qué dices? Gracias a mí, has roto el hielo de la mítica conversación de descansillo. Ahora ya tenéis otro tema sobre el que hablar, tu divina amiga y lo loca que está. Deberías darme las gracias.
—¡Oh, sí, gracias, querida amiga! –exclamó Clara, con ironía—. Mañana Paco ya no querrá volver a mirarme a la cara. Qué ridículo me has hecho pasar, por Dios…
—No digas tonterías. Además, si no te hubieras puesto tan tonta, te habrías dado cuenta de una cosita, pero como eres boba, seguro que no te has fijado.
—¿En qué, en la cara de horror que ha puesto cuando le has metido mano?
—Va, eso le ha encantado. Me refiero a que ha salido de casa justo cuando nosotras hemos salido del ascensor. A eso le llamo yo una salida sincronizada.
—Eso es una casualidad, coincidimos todos los días.
Irene se detuvo en mitad del pasillo y le agarró de la mano, muy seria de pronto.
—Stop. Reflexión. ¿Me estás diciendo que TODOS los días coincidís a la entrada o salida del trabajo? ¿Como un reloj? ¿Como el cuco? ¿Como el reloj de la iglesia de mi pueblo?
—Coincidencia.
—Coincidencia es que llueva cuando sales con tus zapatos nuevos. Coincidencia es que llueva siempre que vas a la pelu. Coincidencia es que el cartero siempre se las apañe para perder solo tus cartas…
—Vale, ya lo he pillado… ¿qué sugieres?
—Niña, yo  no sugiero nada. Y si tú no lo captas es que eres tontita, así que yo me voy a comer esa cenita rica que me vas a preparar y me voy con mi Carlos, que ya lo echo de menos, y más después de haber achuchado los músculos de tu Paco. Ahora entiendo que sueñes con él, lo que no entiendo es que no le hagas de todo.
 
 
La noche había sido criminal. Tenía tantas ganas de irse a casa y dormir durante siglos que cuando su supervisor le preguntó si podía quedarse un par de horas más para cubrir el puesto de Jonathan, que llegaría un poco más tarde porque había tenido problemas con la moto, ni siquiera entendió que le estaba hablando a él. Claro que no era una pregunta.
Paco se tomó su tercer café en una hora y rezó por que no hubiera ningún aviso más.
Los ojos se le estaban cerrando cuando recibieron la llamada. Masculló entre dientes, sabiendo que las dos horas se convertirían en varias más. Menos mal que después terminaba las guardias nocturnas y tenía varios días de descanso por delante. Quién sabe, igual hasta se atrevía a invitar a su vecina y a su excéntrica amiga a tomar un enorme café cargado.
Cuando llegaron al lugar del aviso, la sorpresa hizo que se despejara de pronto, aunque quizá fue el hecho de ver a Clara encaramada en un árbol, mostrándole una bonita panorámica de sus piernas desnudas y sus braguitas de encaje… bueno, a él y a todos sus compañeros. Solo al cabo de unos segundos se dio cuenta de que había un niño con ella, y que no era precisamente él el que parecía aterrado.
—Una de mis fantasías hechas realidad y no puedo disfrutarla, joder, qué suerte la mía –dijo una voz a sus espaldas.
Paco se volvió hacia Irene, que no podía disimular su nerviosismo mientras intentaba controlar a un enjambre de enanos revoltosos, que gritaban que ellos también querían subir al árbol con Charly y con la seño Clara.
—La madre que os parió, chiquillos –decía Irene con un tono agudo que pretendía ser alegre —, ¿no veis que si no os portáis bien los señores bomberos no os dejarán subir a sus camiones? Y a la seño Irene tampoco le dejarán jugar con sus mangueras, y eso sería muy triste.
Paco ahogó una sonrisa y se acercó a ella, con el casco en la mano para que le reconociera. Ella se llevó una mano al pecho, exagerando una mirada de admiración.
—Madre mía, ahora ya me puedo morir tranquila. ¡Clara, querida, ya ha llegado la caballería! –gritó a pleno pulmón.
Se oyó un murmulló confuso desde el árbol.
Irene se encogió de hombros.
—Tiene un vértigo de miedo, pero no dudó en subir a rescatar a Charly. No se lo digas a los otros cabritos, pero es su favorito. El muy mamón tiró el balón y se empeñó en ir a buscarlo, para cuando nos dimos cuenta ya estaba arriba –de pronto se detuvo y le hizo una caída de ojos—. Si llego a saber que ibas a venir tú  me subo yo misma al árbol, querido.
 
 
Clara veía hablar a Irene con un bombero alto y de pelo moreno, haciendo carantoñas y poniendo caritas, sin poder creérselo. ¿Acaso se había olvidado de que estaba allí a punto de morir de una caída mortal, de un infarto a causa del vértigo o de un empujón de Charly, que no se estaba quieto ni un segundo?
—Madre mía, en buena hora escogí esta profesión. Algo tranquilo, claro… niños, lo más tranquilo del mundo, le dije a mi madre. Panadera, eso sí que no es problemático. Porque un pan no te grita, como mucho se te quema y punto. Haces otro y listo. Pero no, tuve que estudiar para ser maestra infantil, joder…
—Seño Clara, hay un hombre que viene hacia aquí con una escalera, ¿puedo saltar a ver si llego?
No supo cómo había pasado, simplemente un segundo antes el niño estaba entre sus brazos y ahora ya no estaba.
Esperaba oír gritos, un chof, algo… pero al mirar hacia abajo vio que alguien vestido con un traje de motero había cogido al niño al vuelo y lo lanzaba una y otra vez hacia arriba de un modo muy irresponsable, a su parecer. Charly gritaba encantado, cómo no. Cuando lo pillara le iba a, le iba a…
Sintió que la cabeza le daba vueltas del alivio. De hecho, las hojas del árbol empezaron a borrarse ante sus ojos, sus manos perdieron el agarre y un sabor metálico y frío llenó su boca. De un modo lejano, sintió que unas manos fuertes la sostenían y la levantaban. Lo último que vio fueron los ojos oscuros de… ¿Paco?
Lo siguiente que supo era que estaba tumbada en la enfermería de la escuela, rodeada de rostros preocupados. Inconscientemente, se tapó con una manta invisible. Algunas de las caras sonrieron, sabiendo que no tenía nada grave si era capaz de sentir vergüenza en una situación semejante. Al instante, la mayoría de los rostros desaparecieron como por ensalmo.
—¿Charly? –preguntó con voz ronca.
—Como una rosa –respondió Irene con una arruguita de preocupación que no podía disimular en la frente—. ¿Y tú, aparte de tener el cuerpo lleno de cortes y moretones?
Clara frunció el ceño. No recordaba nada desde el salto olímpico del niño.
—¿Me he desmayado?
—No he visto a nadie caer con tan poca gracia en toda mi vida –dijo Irene con los ojos en blanco—. Menos mal que tu chico ya había llegado arriba. Afortunadamente nadie miraba, otro chico más guapo acababa de salvar a nuestro Charly.
Clara no entendía nada. ¿Paco estaba allí? ¿No estaba de noches? ¿Acaso era él el bombero moreno con el que hablaba Irene? Hizo amago de levantarse y lo buscó con la mirada, pero no lo vio por ningún lado.
—Se han tenido que ir a hacer el parte o algo así, pero se le veía muy preocupado, que lo sepas. Le enseñaba los dientes a todos los que se acercaban a dos metros cuadrados. A mí me dejaba acercarme porque sabe que no soy un riesgo para tu virtud –añadió con un aleteo de pestañas.
—¿Por qué te inventas esas cosas? No creo que haya sido como dices.
—Bueno, quizás exagere un poquito, pero básicamente, te trajo hasta aquí y aquí se quedó hasta que le dijeron que se tenían que ir. Yo diría que, para ser un vecino, se preocupa muy mucho por ti.
—Es bombero, se supone que es su deber.
Irene enarcó una ceja.
—Claro, claro, seguro que lo hace todos los días con todos los ancianos, niños, gatos y personas que saca de ascensores. Tu vecino es la bondad personificada. A mí no me jodas, tía.
Clara bajó la mirada hasta posarla en un arañazo de feo aspecto que tenía en el antebrazo.
—No quiero hacerme ilusiones.
—Pues a fuerza de no hacértelas no ves la realidad. Y ahora coge tus bártulos y enfila para casa. Hoy estás de baja y no quiero oír más tonterías. Y si mañana no te sientes bien, no quiero verte el pelo, ¿vale?
A Clara no le quedó más remedio que asentir, la verdad era que no tenía fuerzas para más.
 


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