sábado, 15 de junio de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: "LA FUNERARIA"

La funeraria “Dulce Despertar”, la de “los godos” entre los del sector, no era la más glamurosa. Ni de coña. Estaba más bien entre las del montón, tirando para las de andar por casa. Era de esas a las que acudías cuando no tenías otro remedio, o cuando el finado no te importaba lo suficiente como para tener que aparentar que te importaba.

Ataúdes importados de China (y de primera mano, eso sí), Cristos con algún defectillo si no te podías permitir uno con los dos ojos mirando hacia el mismo lado, flores de plástico no feas del todo y un trato exquisito. Esto último no podía negarse.

Porque “los Godos” en cuestión, don Teobaldo Serrano e hijos, habían nacido para este oficio. Y mirándolos a la cara nadie podía negarlo. Semblantes de funerario, trajes de funerario y humor de funerario eran las marcas de la casa.

Aunque la que manejaba realmente el cotarro era la esposa de don Teobaldo, doña Ermenegilda, una mujer diminuta aunque con un carácter de los mil diablos y un talento para las cuentas que ya lo quisieran para sí el  Presidente de la Nación y el del Banco de España.

Sus hijos, de mayor a menor, Teobaldito “Ito”, Ataulfo y Leodovico, se dedicaban también al negocio familiar, más que nada por miedo a su temible madre, aunque se rumoreaba que el menor, Leo, andaba metido en algo que no era el negocio funerario.

Era sin duda Leo el menos godo de sus hermanos, tanto físicamente como en lo que respectaba a los intereses. Era más alto y delgado (los demás eran más bien bajos y macizos), sus facciones eran más finas (los demás parecían sacados de una película de los 60, de las de Pajares y Esteso, o peor). Sin llegar a ser guapo, Leo parecía… normal, al menos físicamente.

Porque Leo tenía algo raro.

Había algo inquietante en su sonrisa y más cuando se quedaba mirándola de aquella manera tan peculiar, como preguntándose si prefería comérsela de primero o dejarla de postre.

Ella creía que le gustaba un poco, pero no estaba segura de que eso fuera algo bueno. Ya había tenido rollos en el trabajo antes y no habían funcionado. Y además, si había una familia en la que no quería entrar ni muerta era esa. ¿Veis? Ya se le había pegado su sentido del humor.

Llevaba trabajando para ellos seis meses y ya había pasado por todas las etapas, incluídas:

-Mañana no vuelvo.

-Soy friki, ¡qué guay!

-Soy friki, ¡qué asco!

-Mañana no vuelvo, esta vez de verdad.

-¿Qué pasaría si me quedo encerrada en la tienda por la noche y…

-¡¡¿¿Y si no están realmente muertos??!!

-Umm, qué morbazo, sexo en un ataúd… (no recomendable, incomodísimo).

-Mañana no vuelvo, firmado, lo juro.

-Me quedo hasta los restos.

-Etc, etc.

En fin, la cosa estaba jodida y no tenía otro remedio que quedarse, está claro, y el trabajo no estaba tan mal. Había quien incluso decía que enganchaba (hay gente que es rarísima, en serio).

Lo que sí era cierto era que la gente muere todos los días y algo hay que hacer con los cadáveres. La crisis del sector aún no los había tocado. Tenían trabajo para rato.

Leo la estaba mirando otra vez.

Estaban a punto de cerrar y la estaban esperando para una de esas fiestas chorras de Halloween. Imaginaos las bromitas le hacían trabajando en esto. Su vida era un no parar de reír.

Él ya no debería estar allí, además. Eso era raro hasta para él. Se traía algo entre manos y, conociéndole –más bien poco- no sabía qué esperarse de él.

-Leo –dijo acercándose al fin. Le encantaba ese chiste privado, aunque solo le hacía gracia a él, claro. Él se llamaba Leodovico y ella Leonor. “Los godos”. “Los Leos”. Todo iba en grupitos ahí.

-¿Sí? –cogió su bolso, dejándole bien clarito que se iba y que se diera prisa.

-¿Puedes ayudarme con uno de los fríos?

Su padre se lo hubiera cargado si le hubiera oído llamar así a un difunto. Más aún, ¡a un cliente!

La vio recular dos pasos, pero no fue lo bastante rápida, así que se vio de pronto en el depósito donde hacía bastante frío.

-Gracias, Leo –dijo con una sonrisa encantadora y espeluznante.

“Gracias, gracias… será mamón”, pensó.

Seguramente leyó sus pensamientos, porque su sonrisa se ahondó y su mirada se enfrió en la misma medida.

-Tengo un poco de prisa, la verdad –respondió, echando una inquieta mirada a su alrededor.

-No te entretendré mucho.

¿Cuánto puede ensancharse una sonrisa sin que se te rompa la cara?

Leo la acojonaba más y más a cada segundo.

Y de pronto, su sonrisa desapareció y su cara se volvió normal. Leo se tranquilizó. ¿Suena raro? Sí, lo es. Pero es cierto.

El ambiente se relajó al instante.

-¿Quién es el cliente? No sabía que hubiera entrado ninguno…

¿Un arqueo de cejas? ¿Un temblor en los labios? ¿Una tenue sonrisa? ¿Un brillo extraño en los ojos?

Nada.

-Es mi padre.

-¿Don Teobaldo? –murmuró, entre el temor, el respeto y el miedo por su futuro, porque doña Ermenegilda no la tragaba.

Ahora sí sonrió.

-No… mi verdadero padre.

Se estaba mareando, pero fingió tomárselo bien. Aunque no tan bien como él ni de lejos.

-No pareces muy afectado por su muerte.

-No teníamos mucho trato. Mamá no lo hubiera consentido, ya sabes…

Leonor no sabía nada ni entendía nada. ¿Ermenegilda teniendo un rollo? Trató de borrar la imagen mental con todas sus fuerzas.

-¿Y cómo ha muerto? –no veía el momento de salir de allí, porque aquella situación le estaba poniendo los pelos de punta, por no hablar de la mirada de Leo.

-Accidente –respondió él con una sonrisa diminuta.

-¿De coche?

-De caza.

-Uf, qué chungo –ahora sí que quería irse. La sangre no era lo suyo-. Lo siento, no quería ser irrespetuosa.

Él no respondió. Se limitó a mirarla fijamente. Finalmente, viendo que empezaba a removerse nerviosa y a echar miraditas hacia la puerta, le tomó una mano y le dedicó la única sonrisa normal de la noche.

-Ayúdame a cambiarle solo la ropa, por favor.

La engañó completamente, como a una tonta.

No es que se creyera que el muerto fuera su padre, eso era absurdo, y también lo del accidente de caza. Además el cadáver no se parecía en nada a Leo, menos aún que Teobaldo Serrano. La mancha de sangre de su pechera era horrible y la de salida debía ser peor, pero Leonor había prometido que le ayudaría…

Y entonces, cuando él se acercó para darle la vuelta para bridarle una mejor vista de lo que ella solo podía imaginar, la vio, o mejor dicho, las vio.

Cientos, miles de diminutas manchas de sangre en la camisa azul celeste y maravillosamente planchada por doña Ermenegilda.

Había visto los suficientes capítulos de CSI como para saber lo que eso significaba.

Leo siguió su espantada mirada. Se encogió de hombros.

-Te doy cinco minutos de ventaja. Me caes bien.

Leonor parpadeó, perpleja, porque era absurdo. Todo era absurdo e increíble.

La sonrisa de Leo permanecía inmutable mientras comprobaba la pistola que se había sacado de algún lugar dentro de su inmaculado traje.

-Leo… -su voz sonó estrangulada e incrédula.

Él le guiñó un ojo, simpático a pesar de todo.

-Tic-tac, Leo. Corre…

 

 

4 comentarios:

  1. Me gusta mucho, y que miedo al final. Me encanta leerte.

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  2. Gracias, Sandra.
    Este es un relato que hice un Halloween hace un par de años, para probar qué tal se me daba el terror. Para variar, tiene algo de humor por ahí, porque no puedo evitarlo jajaja. Pero bueno, hay que probar cosas nuevas, que siempre está bien probarse y ver hasta dónde es una capaz de llegar.
    Un placer tenerte por aquí.
    Un saludo!!

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  3. WOWWWWWWWWWWWW!!!!!!!!!!!!!!!!

    Vaya, y dándole ventaja ella está tan "helada" que es capaz de no mover un sólo músculo. Me gusta esa mezcla terror-humor que le diste al relato. Tienes razón, siempre hay que probar cosas nuevas y esta me ha gustado.

    Tengo tu libro "Sucedió en París" Tengo ganas de ponerme a leerlo ya.

    Saludos!

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  4. Hola
    Yo siempre he dicho me gusta probar un poco de todo para ver si soy capaz de hacerlo. Hacer cosas distintas es divertido y ayuda a probar tonos y géneros. Para eso los relatos son ideales.
    Un saludo

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