sábado, 1 de junio de 2013

LOS SÁBADOS RELATO: "ANGUS McGREGOR Y LAS HADAS"


 


Angus McGregor se quitó su gorra de cuadros preferida y se rascó los rizos pelirrojos, como siempre que pensaba profundamente.

Hacía 4 días habían desaparecido Bollito de Canela, Leche Condensada y Potito de Manzana.

Un día después habían desaparecido Gelatina de Naranja, Arroz con Leche y Yogur de Fresas.

Ayer habían desaparecido Tarta de Chocolate, Bizcocho de Frutas y Ensaimada.

Y esta misma mañana habían desaparecido Ensalada Mixta, Gominola y Pastel Vasco.

Silbó para llamar a Anchoílla, su perro pastor.

Caminó ladera abajo mientras reflexionaba y reflexionaba, pensando qué podría haber sucedido para que sus ovejas hubieran desaparecido, a razón de tres por día, sin dejar ni rastro.

Decidió ir a preguntar a los demás pastores a ver si les había sucedido lo mismo.

Fue preguntando, uno tras otro, a todos los pastores de los alrededores y todos los pastores le respondieron lo mismo, con voz enigmática:

—Hadas…

—¿Hadas? –preguntaba él.

Pero los otros pastores miraban a ambos lados y se hacían los distraídos.

Finalmente, Angus McGregor tomó la decisión de ir a preguntarles a las mismas hadas qué sabían ellas de sus ovejas desaparecidas.

Tomó un hatillo, dejó a las ovejas restantes a buen recaudo y emprendió camino, junto con Anchoílla, hacia el país de las hadas.

 

Atravesó el Prado Grande, cruzó en barca el Lago Estrecho, pasó a pie el puente sobre el río Corto y finalmente divisó a lo lejos el Bosque Verde, el hogar ancestral de las hadas.

Se detuvo justo donde los árboles empezaban a espesarse y miró a Anchoílla y Anchoílla le miró a él.

—¿Tú qué piensas?

Anchoílla ladró.

Angus McGregor se encogió de hombros y se adentró en el Bosque Verde.

No tardó en ver destellos que le alertaron de que las hadas conocían su presencia. Un batir de alas por aquí. Un aroma de polvillo mágico por allá. Un estornudo agudo por acullá.

—¿Nadie te ha dicho que es peligroso entrar en el Bosque de las Hadas? –dijo una vocecilla aguda a apenas unos centímetros de su oreja.

Angus McGregor no se volvió, aunque estaba seguro de que, justo unos segundos atrás, no había nadie allí.

—Hasta donde yo sé, esto se llama Bosque Verde.

Un bufido y un tintineo y un hada con los colores del verano se plantó ante él.

No era pequeña, como solían decir que eran las hadas. Tampoco era grande como los humanos. Era más bien como un adolescente poco crecido y enfurruñado.

—Los humanos y sus estúpidos nombres –dijo el hada—. ¿Cómo llamarías tú a un lugar que es un bosque y está lleno de hadas?

Angus McGregor se quitó su gorra de cuadros preferida y se rascó los rizos pelirrojos, como siempre que pensaba profundamente.

—¿Bosque de las Hadas? –respondió al fin, no demasiado convencido.

El hada sonrió ampliamente, mostrando unos dientes puntiagudos y blancos.

—¿Lo ves? Tiene lógica.

Angus se limitó a asentir, mientras se colocaba de nuevo la gorra y palmeaba la cabeza de Anchoílla, que había empezado a gruñirle al hada.

—¿Puedo preguntarte una cosa? –preguntó al fin, viendo que el hada no tenía pinta de irse ni ningún interés especial en atacarle.

Tintineo de alas.

—¿Sabes algo de unas ovejas desaparecidas?

Nuevo tintineo de alas.

Ya pensaba que no iba a haber más respuesta que ésa cuando el hada le dio la espalda y empezó a volar ante él.

—Sígueme, mi reina querrá conocerte.

Anchoílla gruñó, pero Angus McGregor decidió que, si quería recuperar a sus ovejas o, al menos saber qué había sido de ellas, no tenía más remedio que seguir a aquella extraña criatura.

 

El corazón del Bosque Verde, o Bosque de las Hadas, como ellas lo llamaban, no era el lugar más acogedor del mundo para un humano.

Era oscuro, siniestro, frío y húmedo. Y, sobre todo, estaba lleno de hadas que miraban a Angus y a Anchoílla como si se preguntaran qué sabor tendría su carne.

El hada que había conocido al entrar en el bosque los condujo hasta un árbol especialmente viejo y retorcido, donde un hada ni demasiado guapa ni demasiado grande los observaba con aspecto aburrido.

—¿Eres el pastor? –le preguntó, en cuanto estuvo lo suficientemente cerca como para no esforzarse para hablar.

Angus McGregor asintió con la cabeza.

—Creo que sabes algo de mis ovejas.

El hada rió a carcajadas.

—¡Claro que sé algo! ¡Me las llevé yo!

Angus McGregor observó su risa de dientes puntiagudos, su cuerpo encogido por la risa y frunció el ceño. A su lado, Anchoílla gruñía sin parar, notando el creciente enfado de su amo.

—¿Y puede saberse por qué te las llevaste? –preguntó, procurando mantener un tono bajo y calmado, ya que notaba que las otras hadas estaban demasiado pendientes de su conversación.

La reina de las hadas dejó de reír y clavó una mirada llena de colores del otoño en él. Se encogió de hombros.

—Me aburría.

—Ya…

Angus McGregor se quitó su gorra de cuadros preferida y se rascó los rizos pelirrojos, como siempre que pensaba profundamente.

—¿Y hay algo que pueda darte a cambio de mis ovejas? Porque quiero que sepas que estaría dispuesto a darte casi cualquier cosa para recuperarlas…

La reina de las hadas entrecerró sus ojos otoñales, quizás reflexionando acerca de ese “casi cualquier cosa”.

—Un beso –dijo de pronto.

—¿Un beso? –corearon sus millares de hadas, entre risas agudas.

—¿Un beso? –preguntó Angus McGregor, tratando de recordar algo sobre pelos y los besos de las hadas.

—Sí, un beso… —insistió la reina de las hadas.

—¡Un beso! –exclamó Angus McGregor, recordando de pronto.

La reina de las hadas se recostó en su trono hecho de hojas verdes, ramas y de olorosas flores y sonrió, mostrando apenas las puntiagudas aristas de sus dientecillos.

—Pero si te beso… me saldrán pelos en el trasero… —murmuró Angus McGregor—. Eso es lo que le sucedió a mi tataratataratíoabuelo Seamus McGregor…

—Por lo que yo recuerdo, el trasero de Seamus era peludo antes de besarme –musitó la reina de las hadas arrancando una flor de su trono y llevándosela a la nariz, antes de alzar sus ojos de otoño y clavarlos en él.

Angus McGregor se quitó la gorra, pero detuvo el ademán antes de empezar a rascarse los rizos pelirrojos. Ese asunto no era una cuestión de reflexión. Era hora de actuar.

Anchoílla ladró, pues conocía ese brillo en su mirada.

La reina de las hadas sonrió.

 

Cuando Angus McGregor despertó a la mañana siguiente, sus ovejas habían vuelto al prado y él no tenía ni idea de cómo había regresado a casa.

Anchoílla le miraba con aire ofendido cada vez que le hablaba.

Y además, tenía una sensación extraña en el trasero.

Al mirarse en el espejo, vio que tenía exactamente tres pelos de color de otoño saliéndole del cachete izquierdo.


 

 

 

2 comentarios:

  1. Sin duda, un relato muy particular en el que las hadas tienen una forma muy curiosa de ser malvadas.

    Un beso y... pelos en el culo jajajaja

    Abel Jara Romero

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  2. Jaja qué malo!!
    De todas formas, ellas ni son malas ni buenas, hacen lo que quieren jaja.
    Un saludo!!

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