Es algo por
todo el mundo conocido que el mejor modo para olvidar un disgusto es trabajar
o, al menos, mantenerse entretenido. Yo tenía miles de cosas que hacer, novelas
que acabar, historias que empezar, e incluso alguna vieja que podía corregir,
pero la verdad es que cuando me siento mal, estoy cabreada, lo último que me
apetece es escribir… o al menos romántica. Si al menos fuera algo de matar
secretarios franceses…
Así que
dedicaba mis días a mirar las musarañas, afilar lápices, comprar por internet,
observar las vistas, y a hacer de todo menos nada bueno.
Y Lorito la
verdad es que tampoco ayudaba demasiado, porque si hay alguien más vago en este
mundo que yo, es él. Si yo trabajaba, suponía que él tendría que hacerlo, así
que nada de miradas de «trabaja, trabaja» por su parte. Ni aunque hubiera
sabido ponerlas sin que yo me riera en su cara.
Así sin
darnos cuenta, había pasado una semana… ¿o dos? La verdad es que no tenía mucho
control sobre el tiempo, ni sobre nada. Los días se deslizaban sin novedades,
todos iguales. Solo de vez en cuando Alexia llamaba para saber si sabía algo de
Alain, pero un día dejó de hacerlo, al darse cuenta de que no iba a volver.
Yo ya lo
había asumido. A ella le costó más, pero ya sabemos que Alexia es un poco
corta. Me pregunté si, ahora que él no estaba, ella dejaría de odiarme…
Y entonces
fue cuando empecé a preocuparme de verdad. ¿Tan deprimida estaba que hasta
pensaba que Alexia y yo podíamos llegar a ser amigas?
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