domingo, 1 de mayo de 2016

EL SECRETARIO 3-1: LA CARTA


La carta estaba allí, apuntando hacia mí, con esa letra tan regular y perfecta, casi como si la hubiera escrita a máquina.
Solo Alain es capaz de escribir así. Él y los escribas medievales.
Y solo Alain es capaz de escribirme una carta en lugar de llamarme, mandarme un mensaje o… lo que sea. ¿Acaso no habíamos estado juntos esa misma mañana? ¿Qué era tan importante como para tener que escribirlo?
A veces es tan… formal.
Y entonces me detuve. La taza de té tembló en mi mano, amenazando con derramarse.
Un momento. Stop. Alto ahí.
Una carta. ¿Una carta?
Tomé el sobre y lo miré más de cerca, como si pudiera atravesar el grueso papel con la mirada, sin necesidad de abrir el sobre.
El día anterior había sido mi cumpleaños y arrastraba la resaca de una celebración tranquila pero… bueno, que no os voy a contar cómo lo celebramos.
En los últimos tiempos me había acostumbrado a la buena vida, sin ataques, sin visitas inoportunas… ¡si hasta me había vuelto seria (ejem)!
Me había acostumbrado a la idea de que Lorito viviría con nosotros para siempre, a que los señores Panphile no me querrían jamás, aunque al menos ahora me toleraban, a que Alexia seguiría mandándome mensajes de vez en cuando amenazándome con robarme a Alain (sobre todo cuando se emborracha) y a que el primo Pascal se plante en casa de vez en cuando para ofrecerse a darme un masaje de pies. Siempre me niego, pero le invito a un té, porque veo que Alexia le tiene agotado de tanto… ya sabéis. Pascal no me cae bien, pero siempre he sido incapaz de dejar de ayudar a alguien que acude a mi puerta pidiendo auxilio, aunque él jamás lo diga con esas palabras. Creo que un día intentará escapar, y ese día… mejor no pensarlo.
¿Veis cómo hago lo que sea para evadir los asuntos importantes?
Me pregunté dónde diablos estaba ese estirado francés. Recordé que había dicho algo de una reunión, aunque no le había hecho ningún caso, para variar. Ahora pensé que tal vez, por una vez, debería haberle escuchado.
La cuestión es que había una carta. Una carta manuscrita, larga, elegante y preocupante. Y yo no quería abrirla.
Pero tuve que hacerlo. En el fondo, la curiosidad era más fuerte que nada más en mi interior. Luego me arrepentí, pero dio igual, porque ya era demasiado tarde.

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