Para mi
sorpresa, la misma Alexia abrió la puerta de su mansión.
Recordé la
última vez que había estado allí, cuando Lorito y yo entramos a escondidas para
rescatar a Alain… y lo único que pudimos sacar fue golpes y el orgullo herido.
Ya entonces tenía que haberme dado cuenta de que ese maldito francés no merecía
la pena.
—¡Mira lo
que trae el camión de la basura! Pascal, ponles una queja, últimamente se van
dejando los restos por las esquinas.
Alexia, tan
simpática como siempre… y más vieja y fea que nunca, pensé con una sonrisa
rencorosa. Podía tener a mi secretario, pero jamás tendría ni mi tipo ni mi
belleza infinita, estaba claro.
Llevaba uno
de esos horrendos modelos amorfos con los que solía intentar (intentar es la
palabra clave) camuflar el exceso de carnes, con un estampado de piñas y
pirañas con miradas cachondas, un turbante rosa y su archifamoso pintalabios
anaranjado, que resaltaba el aumento de labios que se había hecho hacía poco (y
que no le había salido bien, porque uno de sus labios estaba un poco escorado
hacia Cuenca).
Estiré mis
labios, mucho mejor hechos, por supuesto, y encima naturales, en una sonrisa
más falsa que Judas, y saludé.
—Buenos días
para ti también, Alexia. Me gustaría saber si Alain está aquí.
Alexia nunca
ha sido del tipo que las pilla al vuelo, no sé si por la cantidad de bótox que
se ha metido en la cabeza o porque tiene más años de los que se quita, que ya
es decir, y ya chochea, pero esta vez lo captó a la primera.
Le faltó
poco para babear. Sus ojos, pringosos de máscara de pestañas negra coagulada,
se abrieron como los de una muñeca de porcelana de esas que acojonan y se
clavaron en mí de un modo que me causarían pesadillas durante meses.
—Se ha ido.
—No era una pregunta, era una afirmación tan afirmativa que le faltaban los
signos de exclamación a los dos lados de la cara de pan.
Esperé. Esta
vez había sido rápida, pero yo lo era más.
Si se había
sorprendido, significaba que no sabía que se había ido. O sea, que no estaba
allí. O sea, que no se había ido con ella. O sea, que… ¿Qué?
Mi ánimo
guerrero se desinfló un poco. La solución había sido tan sencilla.
Para
demostrar que a veces subestimo a mi enemiga, su ceño se frunció de pronto
(solo habían pasado unos tres minutos, tiempo récord para ella).
—Un momento,
un momento… —dijo, levantando una mano y clavándome una uña larga y repugnante
en el pecho, más firme y bonito que el suyo, cómo no—. Si no está contigo, y se
ha ido… ¿cómo no está aquí conmigo?
Entonces fue
cuando, sin que sirva de precedente, sentí algo similar a… bueno, iba a decir compañerismo,
pero no voy a mentir. Tanto como compañerismo… Alain había sido mío, había
estado conmigo por voluntad propia, había sido feliz a mí lado… y me había
dejado a mí… Era yo la que debía sentirse triste, ¡no ella!
Unos
lagrimones enormes empezaron a caer por su cara, haciendo que se le corriera el
rímel, el pintalabios, el maquillaje, y todas las porquerías que se echaba.
Por
sorpresa, mis ojos decidieron por cuenta propia acompañar a los suyos.
Mierda… para
estar llorando con Alexia, era que estaba jodida de verdad.
—¿Es cierto
que mi primo se ha pirado, dejándote más tirada que una colilla?
Pascal había
asomado su hermosa cabeza por detrás de la masa de Alexia y me miraba sin poder
disimular el brillo de regocijo en su mirada, aunque ponía morretes, como
fingiendo dolor.
Pensé en el
cuchillo que llevaba en el tobillo y que había pensado utilizar para hacer
confesar a Alexia, pero las palabras de Pascal, junto con su rostro, tan
parecido al de Alain, si no fuera por su odiado pelo rubio, hicieron que me
sintiera todavía peor.
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