viernes, 13 de mayo de 2016

EL SECRETARIO 3-3: LA SOSPECHOSA HABITUAL (2)

Para mi sorpresa, la misma Alexia abrió la puerta de su mansión.
Recordé la última vez que había estado allí, cuando Lorito y yo entramos a escondidas para rescatar a Alain… y lo único que pudimos sacar fue golpes y el orgullo herido. Ya entonces tenía que haberme dado cuenta de que ese maldito francés no merecía la pena.
—¡Mira lo que trae el camión de la basura! Pascal, ponles una queja, últimamente se van dejando los restos por las esquinas.
Alexia, tan simpática como siempre… y más vieja y fea que nunca, pensé con una sonrisa rencorosa. Podía tener a mi secretario, pero jamás tendría ni mi tipo ni mi belleza infinita, estaba claro.
Llevaba uno de esos horrendos modelos amorfos con los que solía intentar (intentar es la palabra clave) camuflar el exceso de carnes, con un estampado de piñas y pirañas con miradas cachondas, un turbante rosa y su archifamoso pintalabios anaranjado, que resaltaba el aumento de labios que se había hecho hacía poco (y que no le había salido bien, porque uno de sus labios estaba un poco escorado hacia Cuenca).
Estiré mis labios, mucho mejor hechos, por supuesto, y encima naturales, en una sonrisa más falsa que Judas, y saludé.
—Buenos días para ti también, Alexia. Me gustaría saber si Alain está aquí.
Alexia nunca ha sido del tipo que las pilla al vuelo, no sé si por la cantidad de bótox que se ha metido en la cabeza o porque tiene más años de los que se quita, que ya es decir, y ya chochea, pero esta vez lo captó a la primera.
Le faltó poco para babear. Sus ojos, pringosos de máscara de pestañas negra coagulada, se abrieron como los de una muñeca de porcelana de esas que acojonan y se clavaron en mí de un modo que me causarían pesadillas durante meses.
—Se ha ido. —No era una pregunta, era una afirmación tan afirmativa que le faltaban los signos de exclamación a los dos lados de la cara de pan.
Esperé. Esta vez había sido rápida, pero yo lo era más.
Si se había sorprendido, significaba que no sabía que se había ido. O sea, que no estaba allí. O sea, que no se había ido con ella. O sea, que… ¿Qué?
Mi ánimo guerrero se desinfló un poco. La solución había sido tan sencilla.
Para demostrar que a veces subestimo a mi enemiga, su ceño se frunció de pronto (solo habían pasado unos tres minutos, tiempo récord para ella).
—Un momento, un momento… —dijo, levantando una mano y clavándome una uña larga y repugnante en el pecho, más firme y bonito que el suyo, cómo no—. Si no está contigo, y se ha ido… ¿cómo no está aquí conmigo?
Entonces fue cuando, sin que sirva de precedente, sentí algo similar a… bueno, iba a decir compañerismo, pero no voy a mentir. Tanto como compañerismo… Alain había sido mío, había estado conmigo por voluntad propia, había sido feliz a mí lado… y me había dejado a mí… Era yo la que debía sentirse triste, ¡no ella!
Unos lagrimones enormes empezaron a caer por su cara, haciendo que se le corriera el rímel, el pintalabios, el maquillaje, y todas las porquerías que se echaba.
Por sorpresa, mis ojos decidieron por cuenta propia acompañar a los suyos.
Mierda… para estar llorando con Alexia, era que estaba jodida de verdad.
—¿Es cierto que mi primo se ha pirado, dejándote más tirada que una colilla?
Pascal había asomado su hermosa cabeza por detrás de la masa de Alexia y me miraba sin poder disimular el brillo de regocijo en su mirada, aunque ponía morretes, como fingiendo dolor.

Pensé en el cuchillo que llevaba en el tobillo y que había pensado utilizar para hacer confesar a Alexia, pero las palabras de Pascal, junto con su rostro, tan parecido al de Alain, si no fuera por su odiado pelo rubio, hicieron que me sintiera todavía peor.

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