-Imagen –dijo, y se quedó tan ancho.
Yo estaba escribiendo y tardé un momento
en comprender que me estaba hablando. La verdad sea dicha, me habla pocas veces
a no ser que yo le hable primero. Es como si no tuviera nunca nada que decirme
que no esté relacionado con el trabajo. Cuando hablamos siempre es de
correcciones, novelas, relatos, ventas, informes, personajes…
Alain es mi secretario y nada más. No es
el tipo de empleado que viene y te cuenta lo que ha hecho durante el fin de
semana, y sé que si yo se lo contara, me dejaría hablando sola. Recordemos que
ni siquiera quiere tomarse su café a mi lado mientras yo me tomo mi té. Es un
snob y un elitista a la inversa.
-¿Disculpa? –pregunto al fin, tras poner
el punto final en un párrafo. Todavía estoy sonriendo, porque lo que escribo
ahora es divertido. Soy del tipo que se divierte escribiendo.
-Imagen –repite.
No tengo ni idea de lo que habla. A
veces no sé si es porque es francés o qué, pero no hablamos el mismo idioma, a
pesar de que él habla español mejor que la gran mayoría de los españoles.
Con un suspiro, se sienta en su silla,
esa que ha colocado estratégicamente y permanece fija frente a mi mesa, esa que
utiliza cuando se sienta con su portátil sobre las rodillas, con su propio
cuaderno de notas o con mis manuscritos y su temible bolígrafo rojo de las
erratas.
-Me refiero a eso que usted no tiene.
Imagen.
Acabáramos. ¡Imagen!
Tengo la intención de no reírme en su
cara aunque solo sea por respeto, pero al final se me escapa al menos una
sonrisilla, no puedo evitarlo. Imagen, dice, el muy cachondo.
-¿Eres mi hada madrina, Alain Panphile?
–me mosqueo de pronto al comprender lo que insinúa-. ¿No querrás decir que soy
fea y que visto con el culo?
Lo veo achicar los ojos y fruncir los
labios y presiento la tormenta.
Va a decir algo terrible.
Va a decir que soy fea.
-Físicamente es usted… pasable –lo dice
como si masticara piedras, como si le costara un mundo admitirlo. Supongo que
es lo más cercano a un elogio que recibiré, así que casi me conformo-. Ese pelo
tan rojo es de todo menos elegante, y si al menos se peinara usted de vez en
cuando, podría perdonarla… pero no se trata de eso. Se trata de su actitud
hacia la literatura.
Aquí viene el sermón. Cree que lo hace
por mi bien, pero no sé si se da cuenta de que tengo ganas de tirarle algo,
para variar.
-¿Qué ocurre con mi actitud?
Él vacila un poco, pero sé que no lo
hace por temor. Es más bien una pose, como para dar mayor efecto a sus
palabras. El circo se perdió a un gran payaso cuando Alain entró a trabajar
para mí.
-No es usted seria, señorita Grey.
Noto que mis labios se estiran en una
sonrisa falsa. Soy una vaga, no soy seria… ¿lo próximo qué va a ser? ¿Plagio,
ñoñismo irredento, o peor todavía, aburrimiento?
-El día que quiera ser como el resto del
mundo, peinarme y parecer una dama de la romántica como las otras, te pediré tu
opinión, Alain Panphile. Y ahora, lárgate, seguro que tienes cosas que hacer,
como preparar tu próxima andanada tierra-aire…
No se va. Todavía tiene algo que decir.
Gira la cabeza hacia un lado y una sonrisa diminuta, tan sutil que parece casi
una ilusión, se dibuja en sus labios.
-Usted lo sabe tan bien como yo. Lo suyo
es pura cabezonería.
Al fin se levanta, recoge sus cosas de
la mesa, y se va. Es su hora de irse a casa. Escucho la puerta de salida cuando
la cierra al salir, suave como él.
Puede que tenga razón, y yo lo sepa,
pero me da igual. ¿Para qué ser como los demás si se puede ser Arwen Grey?
Este Alain es la pera limonera... por no decir otra cosa más fuerte. Lamadrequeloparió. Olé tu filosofía de vida, Arwen. Tienes toda la razón.
ResponderEliminarEstoy totalmente deacuerdo con lo que dices. Ser uno mismo, ¿para qué ser como los demás? Que sí, que Alain quiere ayudar pero buh... No sacrificarse uno en el proceso.
ResponderEliminarSaludos!