No sé cómo
me las apaño, porque yo soy una persona de lo más apacible, que odia la
violencia y que prefiere contemplar a un gatito lavándose las patitas de
terciopelo que liarse a leches, pero ahí estaba, dispuesta a arrancarle los
ojos a ese relamido.
Se había
metido con la literatura romántica. Que fuera un autor de prestigio y con
premios no le daba derecho a aquello. Se había metido con mi estilo. ¡Se había
metido con mi pelo! ¡Y yo ahora me peinaba todos los días!
¡Iba a
convertir ese batín de seda en tiras para sujetar mis tomateras!
Estaba a
punto de saltar con las garras en ristre, cuando sentí que alguien me sujetaba
por detrás, aguándome la fiesta.
—Tranquila,
petite, deja al Maestro.
Aquel olor,
aquellas manos, aquel acento…
Me quedé
quieta, con los pies colgando a dos palmos del suelo, más por la sorpresa que
por otra cosa.
¡Alain!
¿Alain?
¡Y había
dicho Maestro!
No sé cómo
pude arreglármelas, pero de pronto mi objetivo fue otro. Me olvidé del engreído
Moncho y dediqué toda mi atención al traidor que todavía me sostenía para
evitar que le arrancara el corazón a su adorado nuevo jefe y me lo comiera para
la cena.
Como una
garrapata, me aferré a su cuello con toda mi alma y le clavé los dientes en el
cuello.
😱😱😱 A ver q pasa ahora!!
ResponderEliminar