sábado, 22 de marzo de 2014

EL SECRETARIO: EL VIAJE (VI)


Salimos de la ratonera después de unos pocos achuchones (detalles no, que luego os venís arriba). Cuando salimos de allí, madame Panphile nos miró con algo cercano a la benevolencia. Bueno, sería más certero decir que miró a su hijo con cierta benevolencia, tal vez pensando que su nene tenía derecho a echar alguna cana al aire hasta el momento en volver al buen camino. A mí no me miró. Es más, juraría que hacía cosas extrañas con los ojos para no mirarme.
-La comida está lista.
¡Comida! ¡Bien!
Como todo el mundo sabe, no hay lugar más ideal de la muerte que una mesa llena de cosas ricas para firmar la paz.
Nos acercamos al comedor, donde descubrí que no había ni cubiertos ni silla para mí. Un descuido por parte de Marie Panphile, sin duda. Alain no dijo nada y salió para buscar un plato y todo lo necesario para que yo también pudiera disfrutar de la rica comida que habían preparado para celebrar la visita de su niño querido.
Cuando al fin nos sentamos, y pude conocer al fin a Monsieur Panphile, una versión mayor, más seca todavía si cabe, de Alain, me dije que con razón era así el pobre muchacho. Con decir que ni siquiera hizo amago de notar mi presencia, es quedarse corta. Aunque teniendo en cuenta cómo me había recibido la señora de la casa, casi lo prefería.
Llegó la comida.
Debo hacer aquí un inciso para explicar que yo he vivido en Francia una temporada, hace varios años. Es un país que me gusta en muchos aspectos, pero si hay algo a lo que no logré acostumbrarme, es a su comida.
Resumiré mi rechazo a ella con una sola palabra: mostaza.
Mostaza en el aliño de ensalada, mostaza en la mayonesa, mostaza en todas y cada una de las salsas, carnes y pescados que te servían.
Y yo odiaba (y sigo odiando) la mostaza.
No quiero pensar que fuera adrede, lo juro, pero el menú que Marie Panphile escogió para el primer día, parecía diseñado para fastidiarme: ensalada (con su aliño de mostaza), pollo (a la mostaza), un pescadito para Monsieur Panphile, que no toleraba bien la carne (con salsa de mostaza). ¡Jobar, es que hasta el pan, el agua y el postre tenían mostaza! Sí, el queso también tenía mostaza.
Yo no quería continuar con mal pie. Comí. Y hasta procuré fingir que no me estaba poniendo mala. Pero no se puede engañar a una madre, aunque no fuera la mía. Marie Panphile sabía que yo sufría… y disfrutaba a tope, la capulla.
Pero si su intención era derrotarme de un modo tan vil, la tenía clara.
¡Como vasca, a mí a cabezota no me gana nadie! Comí y hasta repetí, solo por darle en ese morrete fruncido tan a la francesa.
Me lo había propuesto así y conquistaría a ese par de… (bueno, como son los padres de Alain, que está leyendo esto por encima de mi hombro, dejaré los epítetos dolorosos a vuestra imaginación) aunque me fuera la vida en ello.
Vale, tampoco exageremos… aunque juro que deglutir toda esa mostaza me quitó años de vida.
Cuando llegamos al café (sin mostaza, gracias a Dios), pude captar un ligero fruncimiento de ceño en la expresión de los señores Panphile. Lo sé, no debería sentirme satisfecha por ello, pero, qué narices.

Arwen 1 - Marie Panphile 0

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