De pronto el viaje a París ya no me emocionaba tanto. La
perspectiva de estar a solas, acurrucados mientras mirábamos la torre Eiffel,
el obelisco, o mientras nos tomábamos un crêppe en alguna plaza, había
dejado de ser tan dulce, ahora que sabía que no íbamos a alojarnos en un hotel,
sino que dormiríamos en casa de los señores Panphile.
Y no es que yo odie a los padres. De hecho, tengo padres.
Pero una cosa era presentarme un viaje a París como
algo placentero y “de vacaciones” y otra encontrarme con que el objetivo era
algo muy distinto.
El viaje en avión fue cómodo y rápido. Lo único que me
agobió fue pensar que en apenas unas horas estaría durmiendo en casa de unas
personas a las que no conocía. Por no hablar de que la impresión que esa gente
se llevara de mí bien podía cambiar mi relación con Alain. Porque, seamos
sinceros… la gente no es lo mío.
-Lorito ya debe de haber montado una fiesta en casa.
Su intento de tranquilizarme no cumplió su misión, ni
mucho menos. La idea de una fiesta destroyer en mi casa que, si él estaba en lo
cierto, ya debía de estar llena de secretarios contándose sus batallitas acerca
de las terribles amas que les maltrataban, borrachos, drogados, tal vez
tirándose los muebles los unos a los otros.
-Si entran en mi despacho, echaré a Lorito de una patada
en el culo.
Alain enarcó una ceja.
-De haber sabido que esa era la manera de echarle, te
saco antes de viaje.
No hablamos mucho más mientras el avión aterrizaba,
recogíamos las maletas, y nos dirigíamos a la casa de los señores Panphile.
Era tarde y Alain había decidido que lo mejor era dejar
allí el equipaje y salir más tarde a dar una vuelta, si a mí me apetecía. Yo no
puse pegas, prefería pasar por el mal trago cuanto antes. Además, Alain, tal
vez a causa de mi ceño fruncido y mis rezongos, había perdido su aire de
felicidad. Como parecía arrepentido de haberme sacado de paseo, me sentí
culpable por arruinarle el momento. Al fin y al cabo, volvía a casa, y era
normal que se sintiera feliz.
Le cogí la mano y me la llevé a la cara. Íbamos en el
taxi, y hacía al menos media hora que no intercambiábamos una palabra.
-Bienvenido a casa, mon petit chou.
Él recuperó la sonrisa y me señaló la torre Eiffel, tal
vez el gesto más repetido en aquella ciudad.
Protagonizamos una tierna escena digna de cualquiera de
mis novelas, y que hizo sonreír al taxista. O igual se pitorreó de mi acento
francés, que todo es posible.
Durante unos minutos, se me olvidó por completo el
posible motivo del viaje, y hasta que dormiríamos en casa de sus padres (lo
mirase como lo mirase, algo preocupante).
Viajamos durante unos diez minutos y, de pronto, el taxi
se detuvo frente a uno de esos edificios de principios del siglo XX, clásicos y
elegantes, y en los que te puedes imaginar a burgueses tomando queso, paté
y pato a la naranja mientras critican al gobierno con la nariz levantada como
si olieran algo desagradable.
No sé por qué, no me sorprendió saber que Alain se
hubiera criado en un lugar así. Le pegaba. Era como él, sobrio, elegante y un
tanto repelente.
Mientras subíamos en el ascensor antiguo, que rechinaba
como si fuera a caerse en cualquier momento, me entró un sentimiento poco común
en mí: optimismo.
Todo saldría bien. Los padres de Alain no podían hacer
otra cosa que adorarme, porque… ¿acaso no soy la cosita más adorable del mundo?
Salimos del ascensor y caminamos por un corredor que
parecía eterno, que olía a flores y un poco a desinfectante. Yo sonreía cada
vez más, mientras que Alain, cargado con las maletas, parecía cada vez más
serio.
Nos detuvimos ante una puerta enorme, oscura y poco
acogedora. Pero nada malo podía ocultarse tras ella, me dije. Si Alain había
salido de allí, solo podía haber cosas buenas.
-Tal vez debería haberte dicho antes que…
Me volví hacia Alain, con una mirada interrogativa, pero
la puerta se abrió de pronto, acaparando mi atención.
Reconozco que no me fijé en la persona que había abierto
la puerta, pero es comprensible…
Tras Marie Panphile, un retrato enorme de Alexia Guipur
abrazando a Alain, a miiii Alainnnnn, presidía el corredor.
-¿Puede saberse quién es esta… mujer?
Cuando la miré al fin, me dije que Alain tenía razón.
Debería haberme dicho antes que su madre me odiaba incluso antes de conocerme.
): ÉSTO ES PEOR QUE HORRIBLE!!!!!! OMG!!!!
ResponderEliminarNecesito saber como continúa
Posdata: CÓMO PUEDE ESA MUJER ADORAR A LA CERDA BOLA DE GRASA PERVERTIDA?!?!?!
No sé qué pasará. Nunca me voy a ver libre de Alexia, maldita seaaaaa!!!!
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