París. Oh lá
lá!!
Estaba tan
contenta que iba dando saltitos por el pasillo.
Regresar a
París era una de esas cosas pendientes durante tanto tiempo que ya ni me
acordaba. Volver a ver lo poco que había visto y vislumbrar aunque fuera de
reojo el resto. Y con Alain, que conocía todo al dedillo. Madre mía, MADRE MÍA,
¡¡¡MADRE MÍAAAAAAAAAAA!!!
De acuerdo,
estaba algo más que un poco histérica por la noticia. Hasta me había vuelto una
de esas mujeres que no hablaba más de lo que llevaría o dejaría de llevar en la
maleta, preguntándome qué era realmente necesario meter si quería comprar algo
allí, como champán, más champán, y también algo más de champán. Y bombones. No
bombones sospechosos de esos que había traído Alexia. Desde que ella había
estado en mi casa no había sido capaz de volver a comer uno. Es más, no probaba
bocado que no hubiera pasado por mis delicadas manos. Yo no es que sea
paranoica… es que no quiero morir joven y hermosa.
-Para ya. Empiezo a marearme de tanto
verte dar vueltas.
Alain, que
estaba corrigiendo uno de mis manuscritos, bolígrafo rojo en ristre, mascullaba
entre dientes, tal vez comprobando cómo sonaba una frase en voz alta. Verle
tacharla con crueldad no consiguió amargarme el momento.
-¡Vamos a Paríssssss! -hasta yo
empecé a preocuparme al escuchar mi voz. Me faltaban unos pompones y unas
mechas rubias para terminar mi mutación en muñeca de encefalograma plano.
Como si me
leyera el pensamiento, Alain esbozó una sonrisa. Su mirada oscura pareció
decirme: “al final eres como todo el mundo. Te encantan las sorpresas”. Aunque
solo fuera por rebeldía, decidí calmarme y mostrarme fría. Si quería reírse de
alguien, no sería de mí.
Me senté para
trabajar un poco, aunque lo que hacía de verdad era hacer una lista con todas
las cosas que quería ver en París. Aunque tal vez sabía lo que hacía, él no
dijo nada. Cuando habló al fin, casi una hora después, yo ya me había aburrido
de listas y había empezado a trabajar de verdad. Estaba tan concentrada en la
historia, que tardé en darme cuenta de que me estaba hablando.
-… y es por eso que he pensado que a ti no
te importaría.
Parpadeé un
par de veces para volver al presente.
-¿Perdona?
-Hablo de mis padres.
-¿Padres? -ahora sí que me había cogido por
sorpresa. Alain nunca hablaba de su vida personal, y para una vez que lo hacía,
yo estaba en mi mundo.
-Todo el mundo tiene unos. Tú también. De
hecho, hablo con tu madre todas las mañanas para informarle de que comes bien y
duermes… bien.
Entrecerré los
ojos al escuchar la pausa antes de la última palabra. ¿Sabía mi madre que Alain
no era precisamente mi secretario? A juzgar por su sonrisa, mi madre a esas
alturas lo sabía todo e incluso más. Fantástico.
Preferí hacer
caso omiso de las ideas que me venían a la cabeza al imaginar las posibles
conversaciones entre esos dos entes que yo consideraba ajenos el uno del otro,
e hice un gesto para que fuera al grano.
-He pensado que podríamos visitar a los
señores Panphile cuando estemos en París.
-Oh, vaya -murmuré, incapaz de decir nada más.
Él lo debió
tomar como un asentimiento, ajeno por una vez a lo que ocurría en mi cabeza,
que parecía a punto de estallar.
¿Conocer a sus
padres? ¿A eso se debía la visita a París?
Sentí que el
aire de la habitación se volvía sólido de pronto, y que incluso mis ojos se
nublaban de la impresión.
Ese maldito…
ese cretino… No podía atreverse… No se le podía estar ocurriendo siquiera…
¡HACERLO OFICIAL!
JA! Sabía que había gato encerrado! A ver como te las arreglas...
ResponderEliminarUmmm, siempre nos arreglamos de alguna manera!!
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