Ya casi
había olvidado a Comosellame (es decir, solo pensaba en él cada dos segundos y
medio, más que nada para maldecirle y preguntarme, solo a veces, si habría gato
encerrado tras su desaparición, visto que no estaba con Alexia y vistos
nuestros antecedentes), cuando algo vino a recordármelo de una forma cruel.
Y es que las
comparaciones son odiosas, nos pongamos como nos pongamos.
—No sé por
qué las mujeres despechadas me parecen todavía más cachondas. O a lo mejor son
esos taconazos.
Sopesé
tirarle la taza a Pascal, pero era mi taza favorita. Mi taza favorita solo se
la tiraba a su odioso primo el traidor.
—¿Quién te
ha dejado entrar en mi casa?
—Desde que
mi primo no está, Lorito no sabe si soy amigo o enemigo —dijo Pascal,
sentándose frente a mí sin permiso.
La verdad es
que Pascal siempre ha sido más todo que su primo, Comosellame, el traidor: más
atractivo, más sonriente, más golfo, más rubio… Reconozco que es atractivo como
el diablo y que yo en ese momento estaba necesitada de consuelo, pero también
recordé que venía de los brazos de Alexia que, tras nuestra alcohólica tregua,
había vuelto a ser mi archienemiga.
—Enemigo.
Él negó con
la cabeza, luciendo una sonrisa depredadora y encantadora a la vez. Estaba
bueno el maldito. Y me traía recuerdos de alguien más moreno y menos sonriente.
—Yo no soy
tu enemigo. He venido por si quieres hablar.
Me pilló por
sorpresa. No sabía si reír o llorar.
—¿Hablar?
—Hablar o lo
que quieras, estoy abierto a sugerencias —añadió con un guiño pícaro.
Sonreí,
aliviada. Ese era mi Pascal. En el fondo, muy en el fondo, era un encanto. Le
eché de mi casa a patadas, pero pensé que quién sabe… si no fuera rubio… existe
el tinte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todos los comentarios del blog están moderados. Recuerda que la paciencia es una virtud.