Una reunión
con aquel escritor revenido y con un ego como un castillo (esto, viniendo de
una escritora puede sonar irónico, pero no, lo juro), no era mi idea de un plan
ideal, pero por no escucharle más dorándome la píldora, decidí aceptar quedar
con él a tomar algo y seguir escuchando más bobadas, suponía.
Estaba claro
que Moncho quería algo de mí… y no tenía pinta de acabar bien. Pero como no
tenía planes para lo que quedaba de año, me aburría, y hacía mucho tiempo que
no me pasaba nada, decidí arriesgarme.
Recordé
todos aquellos consejos de Alain acerca de dar imagen de autora seria y me los
pasé todos por el forro. Quería estar espectacular, divina, guapa y estupenda,
y me daba igual la imagen que eso daba de mí. Siempre he pensado que la imagen
la tiene que dar nuestra obra, y que el resto es accesorio.
Hasta decidí
peinarme y todo.
Salí de
casa, con la mirada de Pascal y una sonrisita que decidí ignorar. Lorito, a su
lado, sacudía la cabeza.
¿Qué
insinuaban con sus miradas? ¿Que me había vestido por Alain quizás? Idiotas. Ni
que fuera hecha un adefesio siempre, con lo que a mí me gustaba ir peinada en
toda ocasión.
Llegué temprano
a la cita, pero ellos ya estaban allí.
Habían escogido
bien, un salón de té al estilo británico donde Moncho pegaba bien con su
chaqueta de tweed con coderas y pajarita y su look hortera de manual. En otro
igual quedaría guay, pero en él era hortera sin más.
Junto a él,
Alain estaba como siempre. Nunca se había preciado por vestir bien ni por ser
excesivamente guapo, pero su mirada tan francesa y tan seca (que, llamadme
rara, pero me traía unos recuerdos que no podía borrar, porque tengo muy buena
memoria, por desgracia para mí) se clavó en mí nada más cruzar el umbral,
haciendo que me temblara un poco todo (porque soy humana con buena memoria, y
no todos nuestros recuerdos son malos).
Ellos estaban
allí y yo estaba allí. Todos estábamos allí, pues. Ya podíamos empezar a fingir
todos que ninguno estaba interesado en los demás.
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