—Ajá, ajá, ajá.
Moncho hablaba y yo no podía hacer otra cosa que repetir esa tontería,
porque la verdad era que no entendía nada de nada.
¿Acaso ese tipo no me odiaba y me consideraba lo peor que se había echado
ante su snob cara?
—Debo decirle que creo que es usted… —escuché un murmullo que, no me
atrevería a jurarlo, pero sonó con un sospechoso acento francés—, de una
prometedora frescura.
Mi prometedora frescura, que hasta ese momento no había sabido por dónde
iban los tiros, se escamó en ese instante.
Moncho me había llamado hacía una media hora, pillándome en uno de mis
ratos de ensoñación, de esos que yo usaba para maldecir mentalmente a mi
exsecretario bandido y traidor, mientras fingía que esbozaba nuevas historias,
y había empezado, para mi sorpresa, a decir todo tipo de cosas bonitas acerca
de mi estilo y mi arte.
Eso ya debería de haberme hecho sospechar, teniendo en cuenta lo que había
ocurrido cuando me había largado de su taller, pero esto…
¿Estaba Alain chivándole mis puntos débiles para… para qué diablos me
llamaba Moncho?
—Estaba pensando…
Ahí estaba. Me erguí en la silla, esperando el golpe de gracia. Porque
alguien como ese tipo no llamaba a alguien como yo y le decía cosas bonitas
gratis.
Y vale, que soy humana, me gusta que me digan cosas bonitas como a
cualquiera, especialmente si hablan de lo guapa que soy y de mi talento, pero
viniendo de alguien que ha dicho todo lo contrario hace apenas unos días.
Llamadme desconfiada…
Carraspeé como toda respuesta, pero estaba claro que Alain le había
aleccionado bien o adoraba demasiado el tono de su propia voz, así que continuó
hablando.
—Estoy montando un nuevo sello con nuevas voces, no sé si lo sabes.
Sentí que una de mis cejas se disparaba hacia arriba.
Una alarma se encendió en mi cabeza. Lo de nuevo sello con nuevas voces,
valga la redundancia, me sonaba a explotación, malos sueldos, supuesto
prestigio y llantos amargos al final. Sentí deseos de colgar, pero después de
que él hubiera dicho cosas tan bonitas acerca de mi estilo, no podía hacerlo. Tendría
que ser educada en mi negativa.
—Algo he escuchado —mentí, imaginando su pecho hinchándose hasta el triple
de su tamaño.
—He pensado que te gustaría formar parte de mis palomitas, querida. Con un
poco de trabajo, alcanzarás el nivel necesario…
No sé qué fue lo que me molestó más, si lo de palomita o lo de que
alcanzaría el nivel necesario de quienes fueran el resto de las palomas. ¿Acaso
no era genial hacía dos segundos?
—Casualmente, estoy ocupadísima… —intenté zafarme, con la mirada perdida en
mi documento de Word en blanco, aunque sin ningún tipo de pudor, a pesar de que
algo en mi corazón me decía que perdía la oportunidad de ver a Alain cada día.
NOOOOO. Ese traidor no se merecía siquiera ese pensamiento.
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